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Zaqueo, un hombre muy rico y admirativo

Redacción (Lunes, 03-06-2019, Gaudium Press) Nuestro Señor se dirigía a Jerusalén donde sufriría la Pasión. Pasando por la ciudad de Jericó, ocurrió un bello episodio que es narrado apenas por San Lucas.

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Subió en una higuera para ver a Jesús

«Había allí un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de los cobradores de impuestos y muy rico. Zaqueo buscaba ver quien era Jesús, pero no conseguía porque era muy bajo. Entonces, él corrió al frente y subió a una higuera para ver a Jesús, que debía pasar por allí.

«Cuando Jesús llegó al lugar, miró para arriba y dijo: ‘¡Zaqueo, baja deprisa! Hoy Yo debo quedarme en tu casa’. Él bajó deprisa, y recibió a Jesús con alegría. Al ver eso, todos comenzaron a murmurar, diciendo: ‘¡Él fue a hospedarse en la casa de un pecador!’

«Zaqueo se quedó de pie, y dijo al Señor: ‘Señor, yo doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si defraudé a alguien, voy a devolver cuatro veces más.’ Jesús le dijo: ‘Hoy la salvación entró a esta casa, porque también este hombre es un hijo de Abraham. Con efecto, el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que estaba perdido'» (Lc 19, 2-10).

Pertinacia, confianza y combate al respeto humano

Los judíos que cobraban impuestos, llamados publicanos, se caracterizaban por la falta de honestidad monetaria y eran considerados traidores porque colaboraban con la dominación romana.

Siendo así, Zaqueo era el jefe de los cobradores de impuestos de la región; por esa razón era todavía más detestado por sus compatriotas que lo juzgaban ladrón entre los ladrones.

Los pequeños de estatura son generalmente muy ágiles y expertos. Y todo indica que Zaqueo era relativamente joven, pues subió con rapidez a una higuera para ver al Divino Maestro.

Siendo muy rico, poseía evidentemente numerosos empleados a su servicio. Si él subió a un árbol no fue por mera curiosidad, sino por un motivo más elevado.

Y debe haber permanecido allí por un tiempo considerable, «pues Nuestro Señor caminaba lentamente, cercado por la multitud, deteniéndolo.

A veces para atender un enfermo, dar un consejo, responder a alguna pregunta.

«En ese período, la actitud de Zaqueo fue una verdadera demostración de pertinacia, confianza y combate al respeto humano. Con efecto, ¡cuántos desafueros y chacotas no tuvo que soportar desde lo alto del árbol el jefe de los publicanos!»

Jesús lo llamó por su propio nombre

¡Qué júbilo tuvo Zaqueo cuando oyó al Divino Maestro llamarlo por su propio nombre! Él sintió cómo Jesús lo amaba, a pesar de sus miserias, y lo recibió «con alegría», mostrando así que correspondió a la gracia divina.

En la casa de Zaqueo, Jesús debe haberse recostado a la moda oriental en un diván, pero el anfitrión permaneció de pie, «en señal de sumisión, veneración y reconocimiento de la superioridad de su huésped, en el cual tal vez vislumbrase rasgos de divinidad.

«A estas alturas, él ya desea cambiar de vida, convertirse, abandonando sus errores y pecados. De hecho, inútiles habrían sido todas las gracias recibidas si no condujesen a ese cierre.»

Zaqueo dijo a Nuestro Señor: «Si defraudé a alguien, voy a devolver cuatro veces más» (Lc 19,8). De hecho, «la conversión del publicano no habría sido completa sin el deseo de reparar los males que hiciera. Pues el pecado de robo exige, además de pedir perdón a Dios, la restitución de los bienes indebidamente adquiridos».

Árbol de la admiración

Otra importantísima lección que debemos sacar de ese Evangelio se refiere a la admiración por lo que es superior a nosotros.

Afirma el Prof. Plinio Corrêa de Oliveira:

«Admirar consiste en mirar hacia algo con entusiasmo, comprendiendo la grandeza de aquello y amándolo. Cuando comprendemos y amamos la grandeza de alguien, tendemos normalmente a dedicarnos a él, a servirlo. Por tanto, las almas capaces de admirar son también capaces de dedicarse y servir.»

Análogamente a lo que hizo Zaqueo, precisamos subir «al ‘árbol de la admiración’ para contemplar mejor al Divino Maestro. Porque quien está tomado de verdadero éxtasis, escucha la palabra del Señor, observa sus preceptos y enfrenta todas las dificultades para seguirlo, hasta el fin.

«Arduo sería evaluar hasta qué punto son profundas las consecuencias de ese volverse extasiado para lo que es superior, si no fuese Santo Tomás de Aquino que nos enseña:

«‘La primera cosa que entonces [al alcanzar el uso de la razón] ocurre al hombre pensar es deliberar sobre sí mismo. Y si se ordena al fin debido, conseguirá por la gracia la remisión del pecado original.’. ¡O sea, se derraman sobre él los mismos efectos del Bautismo sacramental!»

Nuestra Señora, Madre de todas las admiraciones

«Esa osada afirmación del Doctor Angélico es analizada en profundidad por Garrigou-Lagrange, según quien, si un niño no bautizado y educado entre los infieles, al llegar al pleno uso de la razón ama eficazmente ‘el bien honesto por sí mismo y más que a sí mismo’, estará justificado. ¿Por qué? Porque de ese modo ama eficazmente a Dios, autor de la naturaleza y soberano bien, confusamente conocido; amor eficaz que en el estado de caída no es posible sino por la gracia, que eleva y cura.

«En efecto, en la admiración por el bien el hombre se torna semejante al objeto de su éxtasis. Al contrario, al cerrarse en sí mismo, juzgando encontrar en eso la felicidad, llena el alma de amargura, tristeza y frustración, pues la desvía de su finalidad suprema que es Dios. ‘Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón estará inquieto mientras no reposar en Ti.’, enseña el gran San Agustín.

«A través del éxtasis por los reflejos del Creador, a ejemplo de María, Madre de todas las admiraciones, mejor nos identificaremos con Jesús, modelo perfectísimo de todos los hombres. ¡Habrá entrado, así, la salvación en nuestra casa, por la puerta de la admiración!»

Según una antigua tradición, Zaqueo se convirtió y, para escapar de las terribles persecuciones movidas por los judíos contra los cristianos, navegó a Francia donde tomó el nombre de Amador. Fue Obispo de Cahors y se santificó.

Que San Amador nos obtenga la gracia de la admiración humilde y desinteresada por las maravillas existentes en el universo, viendo en ellas los reflejos de Dios.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 195)

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CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2012, v. VI.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Castidade e coragem. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIX , n. 218 (maio 2016), p. 15.
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica I-II, q.89, a.6.
Idem, III, q.66, a.11, ad 2; q.68, a.2.
GARRIGOU-LAGRANGE, OP, Réginald. El Sentido Común, la Filosofía del ser y las fórmulas dogmáticas. Buenos Aires: Desclée de Brouwer, 1944, p.338-339.
SANTO AGOSTINHO. Confissões. Livro I, c.1, n.1.

 

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