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Las Pompas fúnebres del Hombre-Dios

Redacción (Jueves, 05-12-2019, Gaudium Press) Durante la agonía de Nuestro Señor, una oscuridad cubrió toda la Tierra y hubo un fuerte terremoto. «La roca del Calvario, sobre la cual se levantaba la Cruz del Salvador, se dividió violentamente hasta lo profundo. […] Se abrieron los sepulcros y muchos muertos resucitaron y aparecieron, envueltos en sus largos sudarios, por las rutas de Jerusalén, esparciendo por todas partes el espanto y la consternación».

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Los Ángeles se retiran del Templo y en el entran los demonios

Comenta el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira:

«Y en el medio de las tinieblas, en los crujidos de la Tierra que temblaba, en el ruido de los predios que caían, en los gemidos de los heridos y de las personas que lloraban, en el silencio de la naturaleza animal aterrorizada, [los justos] paseaban con los ojos cerrados, con los cuerpos envueltos por aquellas tiras estrechas que vendaban a los muertos, reprochando de boca cerrada a los que habían crucificado al Salvador.

«Era, como dijo Bossuet, el Padre Eterno haciendo las pompas fúnebres de su Divino Hijo. El Templo se estremeció y su velo se rasgó. De él salieron los Ángeles, allí entraron los demonios. Todo aquello, hasta entonces objeto de la benevolencia de Dios, fue ejecutado y arrojado a un lado.»

En el interior del Templo, el velo que cerraba la entrada del «Santo de los santos» se rasgó de arriba a abajo, en dos partes, significando el rompimiento de la antigua alianza para ceder lugar a la nueva.

Un grito que hizo eco hasta en los Infiernos

Después el Alma santísima de Nuestro Señor haberse separado del Cuerpo sagrado, satanás comprendió enteramente el error que había cometido.

Él «había amotinado la sinagoga contra el Justo, y aquel Justo era el Hijo de Dios. Quisiera el demonio, con rabia insensata, aquella muerte que daba la vida al género humano y trabajó sin saber para redimir a aquellos hijos de Adán que consideraba como sus perpetuos esclavos. ‘Era el Hijo de Dios, gritaba el desesperado, y yo le serví en sus designios.'»

El Alma de Jesús fue, entonces, «al misterioso Limbo donde desde largos siglos lo estaban esperando los hijos de Dios».

Allí se encontraban nuestros primeros padres, Adán y Eva, que hace unos cinco mil años esperaban ese momento sublime. Allá estaba, recién llegada, el alma del Buen Ladrón, justificado por los propios labios del Salvador: «En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43).

«Al entrar en aquel templo de los santos, fue Jesús acogido con un grito tal que hizo eco en aquel momento al pie de la Cruz y en los Infiernos: ‘¡Es El, es el Hijo de Dios, es el Redentor que nos viene a anunciar nuestra próxima liberación!'»

Nuestra Señora tenía la certeza de que vendría la Resurrección

Ante los crímenes cometidos contra Nuestro Señor, «la más inconforme con todo aquello, que más execraba todo aquello, que más odiaba todo lo que pasaba, que más amaba al Salvador muerto, que más esperaba, más certeza tenía, la certeza de todas las certezas», era María Santísima. ¡Ella poseía una «Fe que contenía toda la Fe que debería haber en el mundo hasta el fin de los tiempos!»

La Madre de Dios estaba al pie junto a la Cruz, «con los ojos inundados de lágrimas, ¡pero con el alma inundada de luz!»

«María Santísima tenía la certeza que, después de las grandes tragedias, del abandono general, vendría la aurora de la Resurrección, de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana, nimbada de gloria a partir de Pentecostés.»

«Eso lo expresa la Iglesia el Viernes Santo, al ir apagando sucesivamente todos los cirios, menos uno, que representa a María. En el corazón de María era inmortal la Fe.»

Simbolismo del sepulcro de Jesús

Allí también se encontraban Nicodemo y José de Arimatea, miembros del Sanedrín. José, que era noble, rico y «discípulo de Jesús a escondidas» (Jn 19, 38), animado de un coraje heroico, se dirigió a Pilatos y le pidió el Cuerpo de Jesús a fin de sepultarlo en el jardín que poseía en las proximidades del Monte Calvario. Habiendo el gobernador asentido, José compró una sábana de lino puro y regresó al Gólgota.

Ayudados por San Juan Evangelista y algunos discípulos más, Nicodemo y José despegaron de la Cruz el Cuerpo del Salvador y lo colocaron en el regazo virginal de Nuestra Señora, con el fin de ser ungido con aproximadamente 30 kilos de perfumes (cf. Jn 19, 39).

Debemos imaginar, «en la simplicidad y miserias extremas de esa Madre y de ese Hijo, la sublime majestad de ambos: la regia grandeza del cadáver divino, y cómo María se sentía dignificada con aquel tesoro depositado en su regazo».

En el jardín, había un sepulcro tallado en la roca y que no había sido utilizado. En él fue colocado el Cuerpo del Redentor. Eso tiene también su simbolismo: «Nació Jesús en un seno de virgen; es sepultado en un sepulcro inhabitado. […] En el vientre de la Virgen no encontró siquiera vestigio del pecado original; en la sepultura […] no tiene que encontrar la mínima señal de corrupción.»

Rompiendo los preceptos del sábado -que prohibían caminar después de tantos pasos-, los sumos sacerdotes y fariseos fueron hasta el palacio de Pilatos y le pidieron que colocase guardias en el sepulcro, pues temían que los discípulos de Jesús fuesen a robar su Cuerpo y después dijesen al pueblo: «Él resucitó de entre los muertos» (Mt 27, 64).

«Pilatos, siempre en su actitud falsa de hombre incapaz de tomar decisiones en favor del bien, no quiso mandar a soldados romanos para custodiar la tumba, pero permitió que los sumos sacerdotes allí colocasen a los suyos.»

Nuestra Señora y las Santas Mujeres acompañaron al sepultamiento de Jesús y después fueron al Cenáculo, a fin de que allá pasaren el día de sábado.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 218)

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BERTHE. CSSR. Jesus Christo – sua vida, sua Paixão, seu triunpho. Einsiedeln (Suíça): Estabelecimentos Benziger. 1925, p. 403-405, 408.

Jacques-Bénigne Bossuet (1627-1704) fue uno de los más grades oradores sacros de la Historia
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Certeza da vitória. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XIX, n. 220 (julho 2016), p. 21.

VEUILLOT, Louis. Vida de Jesus. São Paulo: Editora Jornal dos Livros. s/d. v. II, p. 247-248.
CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Reflexões em torno da Festa de Cristo Rei. In revista Dr. Plinio, São Paulo. Ano XI, n. 128 (novembro 2008), p. 27.

CLÁ DIAS, João Scognamiglio. EP. O inédito sobre os Evangelhos. Vaticano: Libreria Editrice Vaticana; São Paulo: Instituto Lumen Sapientiae, 2013, v. VII, p. 380.

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