viernes, 29 de marzo de 2024
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El problema del cielo – Haciendo de esta tierra un cielo

Redacción (Lunes, 20-01-2020, Gaudium Press) Hablando en nota pasada sobre una visualización atrayente del cielo, decíamos – siguiendo la línea de pensamiento del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira – que podemos imaginarlo como una espléndida ciudadela, claro, de construcciones magníficas, de calles espléndidas, pero sobre todo de santos, de ángeles que se comunican, teniendo en su centro el Sagrado Corazón de Jesús y María Santísima.

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Una ciudadela maravillosa, el Cielo, donde alegrías inmensas sobrevienen del convivio de los espíritus, por ejemplo, de conversaciones magníficas entre los bienaventurados, en las cuales iremos descubriendo el particular reflejo de Dios que es cada uno, y a su vez nosotros descubrimos a los otros el nuestro. Sería este relacionamiento una eterna y maravillosa sinfonía, cada expresión de cada ser espiritual sería una nota, que sumada a otra y a otra, y juntas armónicamente, forman la sinfonía celestial, eterna, maravillosa, gloriosa.

Glorificante de Dios, porque otro no puede ser el fin máximo del Paraíso Celestial. Y como decía el Dr. Plinio, Paraíso que en su conjunto mira a Dios y se alegra de ser reflejo perfecto de Él; Paraíso Perfecto que es visto en su conjunto por Dios, y en el que Dios se alegra pues contempla su perfecto reflejo

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Pero evidentemente una sociedad bien construida aquí en la tierra tiene que irse pareciendo al cielo, particularmente en el terreno de la convivencia, lo que ya debería ser fuente de elevadas alegrías.

Explicábamos en nota anterior, siempre en la línea del pensamiento del Dr. Plinio, que el aislarse – lo que es una consecuencia típica del egoísmo, del pecado original – es algo absurdo, porque el hombre tiene sed de infinito, y esa la debe ir saciando aquí en la tierra al contemplar los dones de Dios en el Universo, pero sobre todo los naturales cuanto sobrenaturales que Dios puso en los hombres.

Y ni siquiera en esta perspectiva es tan relevante si fulano me insultó o me trató mal, porque el contemplativo sigue admirando la presencia de Dios en ese hombre o mujer, y tiene ahí un elemento para llevar adelante con alegría las penas de esta vida, que, es cierto, comúnmente vienen también de la mano de los hombres. Pero el contemplativo de Dios en el Orden del Universo va a la caza de Dios en la sociedad humana por el mero gusto de ‘sentir’ a Dios en los dones de los hombres.

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Evidentemente, también debe rechazar la maldad presente en el ser humano – pues verdaderamente no ama sinceramente el bien quien no rechaza su contrario – , pero el contemplativo de Dios en la sociedad humana es capaz de detestar el mal amando al mismo tiempo el bien presente en el mismo ser humano: es lo que hacía el Dr. Plinio cuando por ejemplo relataba de forma sabrosa a sus jóvenes discípulos las maneras elegantes y la prosa fina del célebre ladrón ‘Cartouche’ – ‘rey’ de los ladrones en la Francia del Ancien Régime – quien al tiempo que se introducía de malvada y furtiva forma en la casa de una duquesa, no dejaba de tratarla según su elevado rango lo merecía.

Es decir, el contemplativo de Dios en esta tierra está siempre a la caza de todo reflejo de Dios. No es egoísta, él no se cree el centro del Universo, sino sabe que Dios es el centro del Universo, y por eso busca y encuentra a Dios en todo el Universo, particularmente en la sociedad humana. A diferencia del demonio, que consumó su pecado cuando se colocó en el centro de todo.

Normalmente el egoísmo en nuestro interior vence, privándonos de alegrarnos al ver la presencia de Dios en los otros seres. Pero ahí está la gracia de Dios para que esto no ocurra; ahí está la enseñanza y recursos de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Para ir haciendo de esta tierra un cielo, en la admiración recíproca de unos con otros, y de ahí a la admiración y adoración de Dios.

Por Saúl Castiblanco

 

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