sábado, 20 de abril de 2024
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Llega la hora de la venganza de la belleza

Redacción (Domingo, 26-01-2020, Gaudium Press) Decía el profesor Plinio Corrêa de Oliveira que el demonio iba recubriendo de falso pulchrum, de falsas bellezas, los pasos que iba dando en su caminar hacia la instauración de su ‘reino’, pero que llegaría el momento en que se encontraría débil, cuando tuviese que dejar a un lado esas apariencias bellas, en el instante en que quisiese instaurar su total dominio que incluye per se lo horrendo, la fealdad, la total hediondez. Estamos en esa situación.

Hay un pulso en este momento entre el demonio, la naturaleza humana y Dios. El demonio, que quiere acostumbrar a la gente al horror y a lo sórdido, la naturaleza humana que a pesar de la decadencia sigue ansiando y extasiándose ante la maravilla, y Dios que viene con su ‘venganza’, con sus sorpresas, lo que realmente constituye la gran debilidad de Satanás.

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Veíamos en días recientes el film «El Conde de Montecristo» -basado en el clásico del mismo nombre de Dumas- película que creemos realizada en la década del 70. En esta apología no cristiana de la venganza, y a pesar de su factura reciente, la buena producción obtuvo que destacásemos la belleza de los ambientes, la elegancia de los trajes, y particularmente la fineza y donaire del trato humano, acorde con los patrones de cortesía y elegancia de caballeros y damas de inicios del S. XIX. Sentimos durante la película un gran choque con los ambientes, trajes y modo de tratar característicos de este mundo oscuro en que vivimos.

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¿Cómo se llegó de un ambiente a otro? ¿Cómo pueblos que no sólo vivieron sino que generaron esos ambientes y maneras elevados terminaron aceptando los jeans rotos, los cabellos desgreñados, las T-Shirts estúpidas o el fast-padronizado y simplorio-food? Ello sería tema de un tratado, o mejor, de una chef-d’oeuvre, de una obra maestra como el ensayo Revolución y Contra-Revolución de Plinio Corrêa de Oliveira. Digamos solamente aquí que hubo procesividad, y la sutil y astuta manipulación de dos pasiones, el orgullo y la sensualidad.

Pero lo cierto es que cuando vamos llegando al extremo paroxístico de la fealdad, del trato salvaje, de la neo-barbarie en el vestir y el actuar, muchas personas empiezan a sentir añoranzas de ese mundo abandonado. No es sino considerar la cantidad reciente de literatura que busca recrear ambientes medievales, o como se da por llamar ahora, ‘de época’, es decir de siglos idos, pero con notas maravillosas. Cuando se hacen grandes producciones con estos ambientes, las salas de cine se llenan; los libros de estas temáticas adecuadamente tratadas se venden por millones.

No obstante parece que además Dios tiene reservadas especiales sorpresas para quebrar la dinámica del demonio, justo en este momento en se manifiesta su vulnerabilidad al develar su real fealdad.

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Sorpresas de Dios que se manifiestan en ciertos carismas al interior de la Iglesia, en muchas de las nuevas vocaciones, que atraídas por la belleza de la fe de siempre, también sueñan con mundos nuevos, donde prime la virtud, y en los que la virtud genere también civilizaciones maravillosas, como la historia atestigua pueden ser producidas por los conjuntos humanos que se dejan asumir por la gracia de Dios.

Son flujos al interior de la Iglesia que saben que tienen como misión actuar en el mundo, pescar hombres en el mundo, pero que ya no tienen apego a los vicios y máximas de este mundo por demás feo y decadente. Son hombres y mujeres que se sienten semilla de un reino maravilloso, herederos de las maravillas del pasado, pero sobre todo proyectores de un imperio futuro de fábula que ya comienzan a construir.

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Un mundo que brillará por la verdad, por la bondad, pero particularmente por la belleza, porque la belleza es el vehículo escogido por Dios para producir el éxtasis de lo divino: es como el más delicioso y bello vino de las bodas de Canaá, que Dios había reservado para el final; así ahora, al final de los tiempos, Dios tenía reservada la civilización cristiana más pulchra, de almas que desean los ambientes más grandiosos, con las delicadezas más exquisitas, con el heroísmo mejor destilado, construidos por personas que no solo buscan recoger e inspirarse en las grandezas del pasado, sino que de forma mística piensan en hacer realidad los posibles maravillosos de Dios, en un mundo cada vez más parecido al Cielo Empíreo.

En la hora en que el demonio cantaba victoria, llegó la hora de la venganza de la Belleza.

Por Saúl Castiblanco

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