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Una mujer precedió a los Evangelistas

Redacción (Domingo, 04-03-2010)

Una mujer precedió a los Evangelistas por Mons. João Scognamiglio Clá Dias EP

«En el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro, de mañana, siendo todavía oscuro, y vio la piedra retirada del sepulcro. Corrió entonces, y fue a ver a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: «Llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo pusieron».
Partió, pues, Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro. Corrían ambos juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro.
Inclinándose vio las sábanas en el piso, pero no entró.
Llegó después Simón Pedro, que lo seguía, entró al sepulcro y vio las sábanas puestas en el piso, y el sudario que estuviera en la cabeza de Jesús, que no estaba con las sábanas, sino enrollado en otro lugar.
Entró también, entonces, el discípulo que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó.
En efecto, aún no habían entendidon la Escritura, según la cual Él debía resucitar de los muertos» (Jn 20, 1-9).

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María Magdalena: la que más fervientemente amaba al Señor

«En el primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro, de mañana, siendo todavía oscuro, y vio la piedra retirada del sepulcro».

Para el amor, nada es imposible, dijo Santa Teresita del Niño Jesús. María Magdalena vivía embriagada de amor a Jesús y por eso no podía contenerse de deseo de adorar y perfumar su sagrado cuerpo. Se despertó de madrugada y sirviéndose de la luminosidad plateada de la luna, se dirigió al Santo Sepulcro: «No cabe duda de que María Magdalena era la que más fervientemente amaba al Señor entre todas las mujeres que lo habían amado; así, no es sin motivo que San Juan hace mención solamente a ella, sin nombrar a las otras que con ella fueron, como aseguran los otros Evangelistas».

San Juan, además de haber escrito este relato mucho después que los otros Evangelistas, debe ser el más objetivo al afirmar que el Sol no había rayado aún. A este respecto, varios son los comentarios como, por ejemplo, el de San Gregorio: «Con razón se dice: ‘Siendo todavía oscuro’, porque, en efecto, María buscaba en el sepulcro al Creador del universo, que ella amaba, y, no habiéndolo encontrado, imaginó que lo habían robado; y por consiguiente encontró oscuridad cuando llegó al sepulcro».

Bello ejemplo para nosotros. Magdalena buscaba el adorable cuerpo de Jesús yacido en el sepulcro, a nosotros fue concedida la inmensa gracia de recibirlo vivo y en su estado de gloria. ¿Será que nosotros poseemos la misma y empeñada solicitud y devoción de buscar a Jesús en la Eucaristía, ya al despertarnos?

San Mateo narra con más detalles los antecedentes de esta llegada de Magdalena a la tumba del Señor, haciendo mención al terremoto debido al descenso de un ángel, en el fulgor de un relámpago, para remover la piedra, y al consecuente desmayo de los guardias, de puro terror (cf. Mt 28, 2-4).

Heraldo de la buena nueva de la Resurrección

«Corrió entonces, y fue a ver a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: ‘Llevaron al Señor del sepulcro y no sabemos dónde lo pusieron'».

«Pedro y Juan representan la autoridad y el amor, la fuerza del gobierno y la caridad. Magdalena va hasta Pedro y Juan, en la angustia que de ella se había apoderado al ver el sepulcro abierto, para buscar dirección y sustento. Es una mujer amantísima del Señor, pero se reconoce incapaz de juzgar y decidir en este asunto gravísimo que sus propios ojos le trajeron al espíritu. Por esto busca la luz del consejo y el amparo de la caridad. En nuestras dudas, sobre todo en lo que dice respecto a los asuntos de la fe, recurramos a los oficios de aquellos que de ella son los custodios natos, y que por su jerarquía serán nuestros guías, y con amorosa solicitud sustentarán nuestro espíritu».

Por una determinación divina, la predicación del Evangelio desde su lugar de nacimiento compete a los hombres. Entretanto, la Historia registra algunas pocas, pero conmovedoras, excepciones como ésta contenida en el presente versículo. Se trata de la primera y fundamental verdad del Evangelio; para comunicarla a los apóstoles, Dios no escoge un ángel y ni siquiera un hombre. Es Magdalena que será el heraldo de la buena nueva de la resurrección del Señor. Después, se repetirá esta evangelización a través de otras santas mujeres.

Con mucha propiedad afirma San Agustín: «Ama et quod vis fac» (Ama, y haz lo que quieras). En este acto de «imprudencia», al ir al sepulcro del Señor – todavía de madrugada, sin preocuparse por los guardias, ni con la piedra a ser removida, no considerando que se trata de una acción contra la ley civil y contra, hasta, la propia ley natural – estas mujeres están cumpliendo otro precepto: un mandamiento de amor, o sea, en la práctica realizan ya las palabras dejadas por Cristo. En ellas, todo se perdona por el hecho de actuar por puro amor. El amor de sí mismas está ausente de sus almas. Al deparar Dios con el verdadero amor a Jesucristo, Su Unigénito, Él mismo toma sobre Sí el encargo de limpiar las manchas tan comunes a las acciones ejecutadas por la naturaleza humana decaída, transformándolas de imperfectas e imprudentes en obras de santa y meritoria osadía.

Por esto, San Juan, al narrar este acontecimiento, «no privó a la mujer de esta gloria, ni encontró indecoroso que [los dos apóstoles] recibiesen por intermedio de ella la primera noticia. Por su palabra, van ellos con mucha solicitud para reconocer el sepulcro».
Magdalena pronuncia su información haciendo uso del verbo en plural: «… y no sabemos…», hecho éste demostrativo de cuánto la descripción se armoniza con las de los otros evangelistas, pues San Juan busca completar el relato hecho por ellos. Magdalena, por lo tanto, estaba acompañada por las otras santas mujeres.

Llegada de San Pedro y San Juan

«Partió, pues, Pedro con el otro discípulo y fueron al sepulcro».

Los dos apóstoles se encuentran en la contingencia de certificarse de un acontecimiento tan dramático e inusitado. Según San Gregorio, Pedro y Juan simbolizan, bajo el punto de vista místico, a la Santa Iglesia y la Sinagoga respectivamente.
«Corrían ambos juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro y llegó primero al sepulcro».

Con su ardor sin medidas, Magdalena contagió a los apóstoles, y ellos, asociándose en los mismos sentimientos de amor, temor y esperanza, parten llenos de ánimo. Ambos corrían, pero «el otro discípulo» llegó con antecedencia.

«Inclinándose vio las sábanas en el piso, pero no entró».

Es digno de nota cuánto son relacionadas y cohesionadas las virtudes que tan claramente deja trasparecer este episodio. Sería explicable que, delante de tan grande acontecimiento, San Juan penetrase, acto continuo a su llegada, al interior de la tumba para analizar la situación. La curiosidad debería ser incontrolable. Esto no sucedió. Por espíritu de obediencia, respeto y veneración, se mantuvo en la puerta y desde sus umbrales, observó a distancia la disposición de las cosas. La virginidad conservada por virtud lleva a quien la posee a amar la jerarquía, la disciplina y el orden. En este ejemplo, encontramos el amanecer de sumisión de toda Cristiandad a la más alta autoridad erigida por Cristo, en la tierra: el Santo Padre, el Papa.

«Llegó después Simón Pedro, que lo seguía, entró al sepulcro y vio las sábanas puestas en el piso, y el sudario que estuviera en la cabeza de Jesús, que no estaba con las sábanas, sino enrollado en otro lugar».

Estas telas eran la sábana y las fajas utilizadas para envolver el sagrado cuerpo del Salvador después de retirado de la cruz. El sudario cubría su cabeza y más especialmente el rostro, que en él ciertamente quedó impreso. Todo lleva a creer que los ángeles deben haber manifestado particular devoción a esta sábana que pasaría a la Historia con el nombre de Santo Sudario, de ahí haberlo doblado con cuidado, colocándolo a parte.

Son muy curiosas y dignas de ser apreciadas las consideraciones hechas por San Gregorio Magno sobre el relato de San Juan contenido en estos versículos:

«Esta descripción tan detallada del Evangelista no carece de misterio. San Juan, el más joven de los dos, representa la sinagoga judaica, y Pedro, el más viejo, la Iglesia universal. Aunque la sinagoga de los judíos sea anterior en el culto divino, la multitud de los gentiles precede en el uso del siglo a la sinagoga de los judíos. Corrieron ambas juntamente, porque desde su nacimiento hasta su ocaso, si bien que en sentidos diferentes, corren juntas. La sinagoga llegó primero al monumento, pero no entró; porque, a pesar de haber entendido los mandatos de la Ley sobre las profecías de la Encarnación y Pasión y muerte del Señor, no quiso creer. Llegó después Simón Pedro y entró al sepulcro, porque la Iglesia de las naciones, que siguió a la última, creyó en Cristo muerto en su humanidad y vivo en su divinidad. El sudario, pues, de la cabeza del Señor, no fue encontrado con las sábanas, porque Dios es la cabeza de Cristo, y los misterios de su divinidad son incomprensibles a la debilidad de nuestra inteligencia y superiores a las facultades de la naturaleza humana. Se dice que el sudario fue encontrado no solo separado, sino envuelto, porque la sábana que sirve de envoltura a la cabeza divina demuestra su grandeza, que no tiene principio ni fin. Ésta es, pues, la razón por la cual fue encontrado aislado en otro lugar, porque Dios no se encuentra entre las almas que están divididas, y solo merecen recibir su gracia las que no viven separadas por el escándalo de las sectas. Pero como la sábana que cubre la cabeza de los obreros sirve para secar el sudor, se puede entender con el nombre de sudario la obra de Dios que, aún permaneciendo tranquilo e inmutable en Sí mismo, manifiesta que sufre y trabaja en la dura perversidad de los hombres. El sudario que estuviera sobre su cabeza, y fue encontrado a parte, demuestra que la Pasión de nuestro Redentor es muy diferente de la nuestra, porque Él la padeció sin culpa, y nosotros por nuestros pecados; Él se entregó a ella voluntariamente, y nosotros la sufrimos contra nuestra voluntad. Después de haber entrado Pedro, entró Juan, porque en el fin del mundo Judea entrará también en la fe del Salvador».

Pruebas de la Resurrección

Por lo que se veía, Magdalena había sido objetiva en su espectacular mensaje. Sin embargo, ¿tendría ella razón en levantar hipótesis de un robo del sagrado cuerpo del Señor? ¿Cuál sería, en este caso, el objetivo de los ladrones? ¿Cómo habrían dominado a los guardias? ¿Quién habría ejecutado tal crimen? ¿Y si realmente esto pasara, por qué tirar las sábanas, las ataduras y el sudario? ¿Además, cuál el motivo de doblar cuidadosamente estos tejidos? La constatación de estos pormenores todos sería suficiente para ellos concluir la maravillosa Resurrección del Señor, tal cual Él mismo la profetizara, o sea, en el tercer día.

San Juan Crisóstomo no duda en subrayar: «Esto era prueba de resurrección, porque si alguien lo hubiese llevado no habría desnudado su cuerpo; y si lo hubiesen robado, los ladrones no tendrían cuidado de quitar y envolver el sudario, colocándolo en un lugar diferente de las sábanas, sino que habrían llevado el cuerpo como se encontraba. San Juan ya había dicho que, al sepultarlo, lo habían ungido con mirra, la cual pega las sábanas al cuerpo; y no creas en los que dicen que fue robado, pues el ladrón no sería tan insensato ocupándose tanto de cosa tan inútil».

A pesar de que hoy vemos con tanta evidencia la lógica de todas estas minucias, en la ocasión, los testigos no hicieron la menor reflexión y ni siquiera se acordaron de las profecías hechas por el Divino Maestro a este propósito.
Esta fue la reacción de la naturaleza humana antes de Pentecostés…

«Entró también, entonces, el discípulo que había llegado primero al sepulcro. Vio y creyó».

Divergen los autores en cuanto a la interpretación del objeto de la creencia de Juan. Algunos juzgan haber él considerado suficientes las pruebas para creer en la resurrección del Señor. Así lo hace, por ejemplo, Teófilo al comentar: «Admira en Pedro la preparación de la vida activa, y en Juan la contemplación humilde y práctica de las cosas divinas. Con frecuencia, los contemplativos llegan por la humildad al conocimiento de las cosas divinas; pero los activos, guiados por su fervorosa asiduidad, llegan primero al ápice de este conocimiento».

Entretanto, otros son del parecer de que Juan creyó en lo que les dijera Magdalena, o sea, que el Sagrado Cuerpo de Jesús había sido robado, y nada más. La ida al sepulcro habría sido útil en extremo para confirmarlos en esta idea, lo que ciertamente le confirmó también en las aprehensiones.

«En efecto, todavía no entendían la Escritura, según la cual Él debía resucitar de los muertos».

Para que saquemos todo el provecho de este versículo, escuchemos los comentarios de Mons. Isidro Gomá y Tomás: «La Sagrada Escritura es como una carta de Dios dirigida a los hombres; pero estos no pueden interpretarla por sí solos: necesitan ser conducidos por la Iglesia, que es la intérprete nata y autorizada de las divinas Escrituras, y tiene para esto la luz y la asistencia del Espíritu Santo.

Por eso, dice Lucas (24, 45), que Jesús, antes de subir a los Cielos, «abrió la inteligencia de sus apóstoles para que comprendiesen las Escrituras». No tengamos, pues, la presunción de leer estas deleitables cartas de Dios sin el sentido de Dios y sin la unión con los que tienen la autoridad de Dios para interpretarlas. Sería condenarnos a la ignorancia, quizá a errores graves sobre su contenido. Éste es el secreto de las caídas de aquellos que interpretan las Escrituras fuera de la Iglesia Católica».

La primerísima aparición

Los evangelios hacen silencio sobre la primerísima y más importante aparición de Jesús después de su resurrección, tal vez por la discreción habitual en tantos otros pasajes.

No sería demás imaginar que, en su ilimitada humildad, la Santísima Virgen hubiese dado a los evangelistas instrucciones bien precisas a este respecto.

Hay un principio general de Mariología que reserva a la Madre de Dios el privilegio de haber Ella recibido en el más alto grado todos los dones y beneficios conferidos a los santos y que le sean convenientes. No tendría sentido el Salvador aparecer a los apóstoles, discípulos y santas mujeres, sin haber dado primacía a la Santísima Virgen. Bien podemos concebir la grandeza de aquel encuentro entre la Madre y el Hijo resucitado…

Que Ella interceda por nuestra resurrección en estado glorioso.

 

 

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