viernes, 19 de abril de 2024
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Sagrado Corazón de Jesús, Fuente de todo consuelo

San Pablo (Martes, 08-06-2010, Gaudium Press) La Letanía del Sagrado Corazón de Jesús nos revela el océano de su amor por nosotros, enfatizando su deseo de escucharnos, perdonarnos y consolarnos. Cada noche, en las casas de los Heraldos del Evangelio, concluida la cena comunitaria, se canta la Letanía del Sagrado Corazón de Jesús. La melodía gregoriana, afable y sublime, realza el significado profundo de cada invocación. Nos vemos colocados ante un verdadero caudal de maravillas y alabanzas propias a llenar nuestras almas de ternura y adoración por nuestro Redentor. La serie de títulos a Él atribuidos busca realzar no solo sus atributos divinos, sino su amor infinito, a nuestra espera más allá de los umbrales de la vida terrenal.

SagradoCorazon.jpgNosotros, que vivimos en este mundo una vida mortal, tomamos el amor humano como el patrón de la medida del amar, sea el amor maternal, paternal, filial, conyugal, o hasta los amores ilícitos.

¡Pobres de nosotros! Nos cuesta imaginar cómo es el amor insaciable y santificante de Dios Nuestro Señor por sus criaturas.
La Letanía del Sagrado Corazón de Jesús nos permite vislumbrar algo de la abrasadora intensidad de este amor divino. En este mes de junio, dedicado al divino Corazón, lo invito, querido lector, a tomar algunas de estas invocaciones, buscando penetrar el mensaje de amor contenido en ellas.

«He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres». En una de sus apariciones a Santa Margarita María Alacoque, Nuestro Señor se mostraba desbordante de luz y con una expresión repleta de bondad y misericordia. Apuntando su propio Corazón, Él le transmitió esta queja afectuosa: «He aquí el Corazón que tanto amó a los hombres, que nada escatimó hasta agotarse y consumirse para testimoniarles su amor, y que, como retribución, de la mayor parte solo recibe ingratitudes». ¡Cómo esta revelación debería dejarnos consternados! Es verdad que Él nos ama por encima de toda medida y que es imposible a cada uno de nosotros, simples criaturas, retribuir con igual intensidad. Entretanto, la cuestión es saber si nosotros lo amamos tanto cuanto nos permite nuestra capacidad de amar. Ciertamente, si nos entregásemos por entero a su amor, ayudados por su gracia, nuestro corazón palpitaría en unísono con el de Él, nosotros nos enterneceríamos con Él, sentiríamos como Él y – ¿por qué no? – sufriríamos por Él.

Este debe ser el anhelo del alma católica. Hagamos, pues, de la lectura de estas palabras algo más que un puro ejercicio intelectual. Transformémosla en un acto de amor.

«Corazón de Jesús, horno ardiente de Caridad». Esta bellísima invocación no se contenta de comparar este amor – caritas, caridad – tan intenso con un horno, sino acentúa que es un horno ardiente. Espléndida imagen de su divina pasión, no solo por la humanidad en su conjunto, sino también por todos sus hijos e hijas, individualmente considerados.

Así relata Santa Margarita María Alacoque cómo le fue revelado este amor: «Una vez, estando expuesto el Santísimo Sacramento, apareció Jesucristo todo resplandeciente de gloria, con sus cinco llagas brillando como soles, y su sagrada humanidad lanzando llamas por todos lados, pero sobretodo de su adorable pecho, que parecía un horno. Abriéndolo, Él me descubrió su amabilísimo y amantísimo Corazón, que era la fuente viva de las llamas. Me mostró entonces las inexplicables maravillas de su puro amor y el exceso al que había llegado por amor a los hombres, de los cuales solo recibía ingratitudes e indiferencias».

«Fue esto», dijo Él a Santa Margarita, «lo que más me dolió de todos los sufrimientos que tuve en mi Pasión, al paso que, si me retribuyesen con algún amor, consideraría poco todo lo que hice por ellos. Si fuese posible, querría también haber hecho más. Pero los hombres tienen apenas indiferencia y rechazo para todas mis solicitudes de hacerles bien. Dame tú, por lo menos, ese placer de suplir las ingratitudes, conforme tus posibilidades».

sagrado corazon2.jpgOjala este apelo de Jesús encuentre excelente acogida, no solo en el alma de las personas especialmente devotas del Sagrado Corazón, sino también en el de todos los católicos, despertando en cada uno el deseo de ofrecer a nuestro amoroso Redentor digna reparación por tanta indiferencia. Que cada uno, a ejemplo de Simón Cireneo, lo ayude a cargar la cruz de los olvidos y las ingratitudes. Será ésta la mejor manera de combatir la tibieza que, a veces, torna moroso nuestro progreso espiritual, o, peor aún, nos paraliza en un estado de letargo y cansancio en relación a las cosas de Dios.

Para avanzar en este luminoso camino, contamos con un auxilio seguro y preciosísimo: la devoción al Inmaculado Corazón de María, en el cual Jesús es incomparablemente más amado que en cualquier otra criatura, humana o angélica.

«Fue voluntad de Dios que, en la obra de la redención humana, la Santísima Virgen María estuviese inseparablemente unida a Jesucristo» – escribía el Papa Pío XII. Por eso conviene que cada cristiano, «después de prestar al Sagrado Corazón el debido culto, rinda también al amantísimo Corazón de su Madre celestial los correspondientes obsequios de piedad, amor, agradecimiento y reparación» (Encíclica Haurietis acquas, n. 74).

Ayudados por la poderosa mediación de esta tierna Madre, penetraremos con mayor facilidad en el misterio del divino amor, que Ella portó en su purísimo seno y alimentó, al cual contempló de cerca con incendios de adoración y encanto.

Por el Diácono Carlos Werner Benjumea

(El Viernes 11 de junio II parte: Corazón de Jesús, paciente y misericordioso – Corazón de Jesús, propiciación por nuestros pecados)

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