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Una ‘Lechuga’ que es una maravilla

Lechuga.jpgRedacción (Lunes, 26-07-2010, Gaudium Press) La lechuga en Colombia no es solamente una verdura comestible. Con ese nombre -un tanto prosaico para una gran obra de arte sacro- la mayoría de los colombianos cultos conocen una soberana pieza de orfebrería litúrgica en forma de custodia u ostensorio, oro macizo de 18 kilates, casi diez kilos de peso, 80 cms. de alta y tachonada de 1.759 piedras preciosas de las más finas del mundo aunque no las más grandes.

De las gemas que la integran, 1.489 son esmeraldas nacionales de excepcional pureza, comúnmente llamadas «gota de aceite», por la densa transparencia verde impoluta sin una partícula extraña adentro. También lleva 28 diamantes de Sudáfrica, 13 rubís del antigua Ceilán, 68 amatistas de la India, un zafiro de Siam, un topacio de Brasil y 63 rugosas perlas naturales nativas de Curazao. Todo fue traído de los lugares de misión jesuita en el siglo XVIII.

Pero la «Lechuga» tiene su historia. Pieza de singular belleza y deslumbrante, fue perseguida por la codicia gubernamental, calumniada, escondida, desaparecida y por fin negociada para terminar hoy día en el Museo «Casa de la Moneda del Banco» de la República en Bogotá, la misma ciudad donde fue elaborada por Joseph Galaz, un maestro artesano Catalán y dos ayudantes criollos mestizos, en un trabajo que les llevó casi siete años desde 1.700 a 1.707.

La mandó elaborar el cura párroco de la iglesia de San Ignacio en el viejo barrio de La Candelaria, en pleno centro bogotano. Pero los jesuitas fueron expulsados en 1.767 y con ellos la custodia, símbolo y prueba de la piedad generosa de la clase pudiente de la ciudad, desapareció.

Al regreso de ellos la custodia volvió a exponer al Santísimo Sacramento en la legendaria iglesia jesuita tal y como si hubiese permanecido allí escondida todos esos años. De hecho la custodia no había abandonado el país. Lo mismo sucedió las otras dos veces en que la Compañía de Jesús fue extrañada de nuestra república por gobiernos liberales de corte radical.

Uno de esos gobiernos la quiso expropiar. Al no lograrlo, se dijo que la custodia había sido enviada para España, otros que para el Vaticano, algunos que había sido fundida o que le habían sacado una réplica en latón dorado. Lo cierto es que hoy está en un salón especial, donde fue colocada después de que el Banco pagó tres millones y medio de dólares hace más de 20 años, pues la pieza ha sido declarada patrimonio nacional.

Pero el precio de ella está en la misteriosa belleza artística que solo se deja ver de los ojos piadosos o de los que de verdad entienden bien el arte religioso. Una de las cosa más interesantes, es el joven ángel que la sostiene, cuyo manto está barnizado por polvillo de esmeralda y rubí, una técnica que se conoce en la cristiandad desde los tiempos de Fra Angélico. Tal vez es el ángel custodio de la ciudad o el de Colombia entera, y en su gesto pareciera presentarla y defenderla al mismo tiempo.

Quizá hoy día pueda haber custodias más hermosas pero no tan valiosas, sobre todo por su significado. Y porque en ella está cincelada en oro puro, la fe de todo un pueblo que no tuvo reparo alguno para donarle generosamente al Señor, lo mejor que encontró en aquel momento de su propia historia.

Por Antonio Borda

 

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