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El florecer de un alma

Redacción (Jueves, 07-10-2010, Gaudium Press) Es una bella mañana de primavera, el astro rey paulatinamente va ostentando su poder sobre la naturaleza. Basta que el fulgor de sus rayos comience a penetrar la inmensidad de los campos, los bosques y las montañas, para ahuyentar las tinieblas.

Rosa.jpgPróximo a un jardín bien irrigado se encuentra un frágil, pero lindo botón de rosa. El rocío que se formó en su cumbre durante la noche, parece ahora sonreír con la aparición de los primeros albores del día.

Nuestro pequeño botón de rosa está apenas comenzando su transcurso, mucho le falta para expandir toda su belleza y su perfume. Antiguamente trompetas anunciaban la entrada de un rey, y ordenaban a un ejército marchar implacablemente contra su adversario; «nuestra pequeña rosa» recibe como señal de Dios la orden de florecer, solo con delicado y luminoso rayo de sol, que le indica el momento de iniciar su «melodía» de movimientos, acompañando la sinfonía de la naturaleza que forma una gran orquesta bajo la regencia del astro luminoso.

Lentamente sus pétalos se expanden formando una insigne corona, digna de figurar en ornados jardines, en artísticos arreglos de flores o hasta en las manos de la más alta realeza.

Al imaginar una rosa, podemos pensar en varios colores, pero es la de color rojo la que más, especialmente, expresa el símbolo del amor. Un hijo queriendo obsequiar a su madre, pero no poseyendo sino una linda rosa y que la entrega, ciertamente habría hecho un acto de amor del cual su apreciada madre jamás se olvidará. Se puede concebir con qué alegría la madre arreglaría esta flor en un pequeño florero y de cómo la contemplaría a lo largo del día. Esta actitud duraría hasta el instante en que los pétalos de rosa «percibiendo» que el curso de su vida está por terminar, dignamente irían marchitándose en señal de su plenitud. Aún ahí, nuestra rosa no perdería su valor, pues siendo el símbolo del amor de un hijo, sus pétalos acabarían por permanecer entre las hojas de algún libro de oraciones, donde siempre que esta madre fuese invocar el auxilio de los santos, allí encontraría algo del propio hijo.

Millares son las variedades de rosas en sus mezclas híbridas. Más todavía deben ser los símbolos creados con la poesía que brota de su figura. La misma flor cultivada en la isla de Samos, en el Mediterráneo, mil años antes de la venida del Salvador y ofrecida en honor a la diosa Afrodita, significando un amor poco espiritual, ahora representa el símbolo del amor a la virginidad y la perfección por medio de Aquella que es denominada como Rosa Mística, la Virgen María.

Mucho más bello que el florecer de una rosa, es el desarrollo de un alma. El conjunto de almas, sobrepasando el jardín de las flores, en variedad y dignidad, se torna agradable para la contemplación. Entretanto, admirar el conjunto de almas envuelve una comprensión más profunda de la vida, pues no todo es sonrisa, no siempre el cielo es índigo, ni la voluntad humana es siempre atendida en sus mejores aspiraciones. El florecer de un alma, tanto más hermoso es cuanto más sea capaz de enfrentar y vencer los sufrimientos que se anteponen en la vida.

Sta-Teresinha-208x300.jpgEspléndido ejemplo de entrega a Dios y aceptación de todo y cualquier sacrificio, se encuentra en la santa de Lisieux. Santa Teresita, por ocasión de su entrada al Carmelo (en 1888), se compara a una pequeña flor: «Transplantada para la montaña del Carmelo, la florecita iría a florecer a la sombra de la Cruz. Las lágrimas, la Sangre de Jesús se tornaron su rocío, y su Sol era su adorable Rostro, velado de luto…».

Esta no era la súplica de una novicia sin instrucción sobre las pruebas que vendrían en el futuro, pues como ella misma confiesa: «Referente a las ilusiones, el Buen Dios me concedió la gracia de no tener NINGUNA, cuando entré al Carmelo. Encontré la Vida religiosa tal cual la imaginara. Ningún sacrificio me espantó. Entretanto vos lo sabéis, ¡mis primeros pasos se tropezaron más con espinas que con rosas!… Sí, el sufrimiento me extendió los brazos, y me lancé en ellos con amor…».

Un alma así es más agradable de admirar que una rosa. Este sufrimiento aceptado por Santa Teresita, en último análisis, es señal de amor. El verdadero amor es aquel capaz de dar la propia vida por el Amado; no se refiere aquí al amor romántico que centra el interés en sí mismo, sino a algo superior. Esta Santa se entregó apasionadamente a Dios y por eso, fue trasplantada, no solo a la montaña de Carmelo, sino a la gloria de los altares.

¿Y cómo hacer para imaginar, o mejor, ser parte de este jardín? Preguntemos a Santa Teresita, pues admirando las flores de la tierra cuando joven, comprendió lo que significa el jardín celestial: «Entendí que si todas las florecitas quisiesen ser rosas, perdería la naturaleza su gala primaveral, ya no estarían los vergeles esmaltados de florecitas… Otro tanto sucede en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Quiso Él crear los grandes Santos que pueden compararse a los lirios, y las rosas; pero los creó también más pequeños, y estos deben contentarse en ser boninas o violetas, cuyo destino es deleitar los ojos del Buen Dios, cuando las humilla debajo de sus pies. Consiste la perfección en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos…».

Por Thiago de Oliveira Geraldo

 

 

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