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“Eres toda bella, oh mi amada, y no tienes un solo defecto” (II parte)

Redacción (Lunes, 08-11-2010, Gaudium Press)

La proclamación del dogma

Después de una larga espera llegó el momento propicio para la confirmación del dogma. El Papa Pío IX, en 1849, envió a todo el episcopado la Encíclica Ubi primum -después del consentimiento de teólogos y cardenales- pidiendo el parecer individual respecto a este privilegio de María. En total fueron consultados 603 obispos, de los cuales 546 asintieron con la definición dogmática. Fue publicado, entonces, el 8 de diciembre de 1854, la Bula Ineffabilis Deus donde definía como dogma la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora:

Inmaculada Quito Seminario.jpg» Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo y con la nuestra, declaramos, Proclamamos y Definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles «.(1)

Divergencia teológica

Una vez definido este dogma, es razonable apuntar la divergencia encontrada para su definición. La mayor dificultad encontrada por los teólogos para definición del dogma de la Inmaculada Concepción consistía en la aparente contradicción entre este dogma y el Dogma de la Redención Universal, verdad edificada y confirmada por la muerte de Cristo, que se encarnó, sufrió y murió en la cruz para salvación del género humano. Con su muerte, Cristo obtuvo para nosotros la apertura de las puertas del cielo así como el perdón de todos los pecados del género humano.

Este tesoro se encuentra en poder de la Iglesia, que puede restituir a las almas la reconciliación con el propio Creador, primero a través del Bautismo y posteriormente con la Confesión.

Entretanto, al afirmar que una criatura humana no tiene necesidad de la redención y que fue libre de las mancha dejada por el pecado de Adán a sus descendientes, se negaría el Pecado Original y la Redención Universal de Cristo.

Delante de esta paradoja nacía una controversia entre la creencia en la Inmaculada Concepción de María y el Dogma de la Redención Universal, optando por una verdad, automáticamente se negaba la otra; y teniendo el Dogma de la Redención ya sellado por la Iglesia, se creó un atasco que, durante muchos siglos, permaneció en los corazones de los fieles en la búsqueda de una explicación.

Para elucidar más fácilmente el argumento de la preservación de María, tomaremos las palabras de Fr. Royo Marín, sacerdote dominico:

«De dos maneras, en efecto, se puede redimir a un cautivo: pagando el precio de su rescate para sacarlo del cautiverio en que ya incurrió -redención liberadora- o pagando anticipadamente, impidiendo con esto que él caiga en cautiverio -redención preventiva-. Esta última es una verdadera y propia redención, más auténtica y profunda todavía que la primera, y esta es la que se aplicó a la Santísima Virgen María». (2)

Inmaculada Sevilla.jpg
Monumento a la Inmaculada, Sevilla

«Yo soy la Inmaculada Concepción»

Después de cuatro años de la proclamación dogmática, una sorprendente aparición de Nuestra Señora a una humilde pastora, llamada Bernadette, en la gruta de Massabielle, en los alrededores de Lourdes, vino a confirmar la decisión tomada por el sucesor de San Pedro.

En aquel 25 de marzo de 1858, la joven Bernadette veía a la misma Virgen por la décima-sexta vez, y dos veces ya había pedido que Ella revelase su nombre, pero no logró ningún resultado. Santa Bernadette de Soubirous insistió en saber el nombre de aquella Virgen envuelta en luz: «la Aparición, que hasta entonces mantenía las manos unidas, abrió los brazos, los inclinó tal como en la Medalla Milagrosa, haciendo deslizar hasta el puño su rosario de alabastro y oro. En seguida, juntó nuevamente las manos, acercándolas a su pecho. Por fin, ojos puestos en el cielo, ella revela su secreto: Yo soy la Inmaculada Concepción». (3)

De esta forma, estaba asegurada la verdad respecto a su Inmaculada Concepción, la cual durante siglos sus hijos cultivaron y que el Romano Pontífice proclamó como dogma de fe. Su aparición en Lourdes es una prueba de su protección y amparo a todos los fieles que profesaron esta verdad con pureza de corazón.

Por Marcelo Rezende

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1 DENZIGER, Op. Cit. N. 2803.
2 Apud DIAS, João S. Clá. Pequeno Ofício da Imaculada Conceição Comentado. São Paulo: Artpress, 1997, p. 346.
3 Fr. H.-L. Maréchal, O. P. Mémorial des Apparitions de La Vierge Dans l’Église. Paris: Éditions du Cerf, 1957, pp. 105-106. Apud DIAS, Op. Cit., p. 332.

 

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