martes, 23 de abril de 2024
Gaudium news > El dogma de la Inmaculada Concepción y la enemistad total con la serpiente

El dogma de la Inmaculada Concepción y la enemistad total con la serpiente

Bogotá (Jueves, 09-12-2010, Gaudium Press) Aún bajo el puro aroma de la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen, que acabamos de celebrar, creemos del caso profundizar un poco en algunos textos de las Escrituras que constituyen el apoyo de este dogma mariano, proclamado como tal por Pío IX en 1854, en la definición contenida en la Bula Ineffabilis Deus.

3013_M_1782eaf2.jpg

Inmaculada Concepción, Seminario Mayor, Quito

Foto: Leonel Mosquera

Antes, unas palabras sobre cómo entender en «sentido positivo» el dogma de la Inmaculada. Inmaculada, es decir sin mancha, particularmente la del pecado original con sus consecuencias anejas, particularmente la inclinación al pecado. Entretanto -y después de que tanto hombres como ángeles fueran destinados a un fin sobrenatural, es decir a la participación real de la naturaleza divina y a la visión beatífica y amor beatífico- la antinomia establecida no es tanto pecado-no pecado o mancha-no mancha cuanto mancha-gracia. Tanto a los ángeles cuanto a la primera pareja del género humano, Dios constituyó en gracia santificante, como afirma Santo Tomás (STh I q. 95 a.1). Es la gracia la gran opuesta al pecado, la que rechaza toda mancha espiritual. Por ello, al decir que la Virgen es ‘Inmaculada’, decimos implícitamente que ella es ‘en gracia’. Bien asumieron esto las sencillas y devotas gentes que en la Madre Patria, para resaltar ese don singular de Nuestra Señora, al ser inquiridos con la feliz salutación «Ave María purísima», respondían con desenfado ‘en gracia concebida María Santísima’.

Las consideraciones anteriores también nos dan base para hacer distinción entre la situación de «ausencia de mancha» -de inmunidad- de Adán y Eva antes de la caída original y la de María Santísima. Tras el pecado de nuestros primeros padres se hacía necesaria una ‘redención’, un rescate de todos los hombres por la falta cometida. Sí, todos, pues estando representado y contenido todo el género humano en la primera pareja, el rescate era necesario para todos, incluyendo por tanto a la Virgen, la flor más bella de la estirpe de Adán. Y siendo la deuda infinita, por la dignidad del ofendido que era Dios, el rescate también lo debería ser, y por ello fue necesario el sacrificio de todo un Dios humanado, el de Jesús, el hijo de la Virgen.

Una «pre-redención»

Entretanto, en el caso de la Nuestra Señora, y para que ella nunca fuera ni rozada por la más mínima mancha, se operó una «pre-redención». Veamos como lo explican Aidan Carr O.F.M. Conv. y Germain Williams O.F.M. Conv., en el estudio que sobre la Inmaculada Concepción publica el compendio mariológico hecho por J. B. Carol: «En el caso de todo el resto de la humanidad, los méritos del Salvador son aplicables de tal manera que los hace libres del pecado original ya contraído en el momento de su concepción, en el caso de María, por el contrario, el fruto de la redención, vida y muerte de Cristo le fue aplicado de tal modo que quedó preservada de contraer la culpa de Adán. De este modo, esta concesión gratuita de parte de Dios no representa una interferencia con el papel redentor del Salvador. La redención de la humanidad se describe propiamente como ‘restaurativa’ o ‘liberativa’; la de María es, simplemente ‘preservativa’ e incomparablemente más noble». [1]

Pasando pues al fundamento bíblico del dogma de la Inmaculada Concepción, el texto más citado es el del Protoevangelio del Génesis: «Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu descendencia y la suya: Ella aplastará tu cabeza y tú acecharás su calcañar» (Gn 3, 15). Este pasaje, que la Tradición y la liturgia de la Iglesia han aplicado desde tiempo inmemorial a la Virgen como ‘la Mujer’, establece la oposición total entre la Madre de Dios y el demonio y sus obras. Entretanto, «la enemistad mencionada requiere que María salga totalmente victoriosa sobre el demonio y sus acechanzas, y esto no sería así si, por un instante, hubiera estado sujeta a Satanás por la servidumbre del pecado. El aplastar la cabeza de la serpiente no puede ser sino la inmunidad perfecta de su mancha diabólica» [2]. No pudo haber estado bajo el yugo del pecado, y por ello de Satanás, quien aplastó con enemistad total la cabeza de la personificación del mal.

Ya en el nuevo testamento arribamos a la salutación angélica, texto pleno de contenido: «Y llegando a ella el ángel, le dijo: Ave, llena de gracia; el Señor está contigo; bendita eres entre las mujeres» (Lc 1, 28). El texto bíblico se refiere a la Virgen como la «llena de gracia», no como un predicado de ella, sino en sentido sustantivo y aplicado como título propio, conducente al superlativo: Ella es la ‘llena de gracia’ por excelencia.

El contexto del versículo no coloca límites temporales a esta condición de Nuestra Señora, sino muy por el contrario. Dado esto, aplicamos el mismo raciocinio del Protoevangelio: Si fue siempre llena de gracia, el pecado nunca halló en ella su morada y por tanto, ella es Inmaculada.

7232_M_fce7712ca.jpg
Foto: Luis M. Varela

Asimismo, en sentido contrario a lo dicho por el arcángel Gabriel cuando declara a la Virgen «bendita entre todas las mujeres», y a lo dicho por su prima Isabel cuando en la visitación la refiere como «Bendita eres entre las mujeres» (Lc 1, 42), sobre la serpiente -fautora de la caída primigenia- recae la maldición arquetípica de Dios: «Por haber hecho esto serás maldita…» (Gn 3, 14). La Bendita y la maldita: para que la oposición entre una y otra sea total, como lo reclama el aplastamiento de la cabeza de la serpiente por parte de la Mujer, era requerido que la Virgen nunca hubiese tenido parte alguna con la serpiente, lo que no hubiera ocurrido si ella hubiese sido manchada por el pecado original.

Finalmente, y dejando de lado por brevedad la mención de la Tradición de la Iglesia en el dogma de la Inmaculada Concepción, recordemos que son varios los textos del Antiguo Testamento que la liturgia católica ha aplicado a la Virgen bendita, y que manifiestan la inmunidad de María del pecado de Adán: «Porque la Sabiduría no entrará en un alma maliciosa ni vivirá en un cuerpo sujeto a pecado» (Sab 1, 4); «el Altísimo ha santificado su propio tabernáculo» (Ps 45, 5); «Tú eres toda bella, ¡oh amor mío!, y no hay mancha en ti» (Cant 4, 7), son algunos de ellos. ‘Lex orandi, lex credendi’: La Iglesia manifiesta sus creencias a través de sus oraciones, y por tanto, el Espíritu Santo por boca de la oración oficial de la Iglesia entiende los anteriores textos como aplicados a la Pura Sin Mancha, la que en Lourdes, en la gruta de Masabielle en 1858, cuatro años después de la definición del dogma, se presentó a sí misma diciendo: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

Por Saúl Castiblanco

[1] Aidan Carr y Germain Williams – ‘Inmaculada Concepción de María’ in Mariología, J. B. Carol, Biblioteca de Autores Cristianos – BAC, Madrid, 1964, p. 310.

[2] Op. cit., p. 315.

 

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas