viernes, 29 de marzo de 2024
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El encuentro con la Verdad en la vida de San Agustín

Redacción (Lunes, 14-03-2011, Gaudium Press) Una de las áreas más atrayentes de la teología es la patrística. No solo por las luchas de los primeros padres en pro de la Fe y difusión de la Santa Iglesia, sino, sobretodo, con las obras doctrinarias surgidas en defensa de la Fe frente a las persecuciones contra los cristianos. Los primeros teólogos hacían que las verdades contenidas en el Evangelio fuesen resaltadas para así combatir el insistente ataque de los enemigos de la Iglesia.

Es digna de nota la fascinante historia de uno de los más famosos padres de la Iglesia, San Agustín, quien después de pasar buena parte de la vida buscando la luz de la verdad donde ella no estaba, se convirtió al vislumbrar los hermosos rayos contenidos en la sólida doctrina cristiana.

view.jpgEl obispo de Hipona, San Agustín, fue uno de los principales padres de la Iglesia de occidente. Nació en Tagaste en África del Norte el día 13 de noviembre de 354. Su madre, Santa Mónica, siendo muy virtuosa y piadosa, le transmitió una sólida educación cristiana. Pero infelizmente, a los diecinueve años rechazó la religión de su madre diciendo ser esa una «fábula de viejas».

Con el correr del tiempo, creció en su alma el deseo por la verdad, principalmente al leer a Cicerón. Gracias a los sacrificios y oraciones de su madre, se convirtió definitivamente al cristianismo a los 32 años de edad, en el 386. Años después, se lamento por tardar de encontrar lo que todo hombre busca, la verdad, y se entristece de haber buscado en tantos lugares menos en su interior.
Uno de los trechos más bellos de su literatura muestra el lamento por esa tardanza en encontrar la verdad única: Dios.

«Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Pero ¿cómo? Tú estabas dentro de mí, y yo estaba fuera de mi mismo… Tú estabas conmigo, y yo no estaba contigo. Me retenían lejos de ti las criaturas, que no existirían si no existiesen en ti…»

Tú me llamaste, y tu clamor venció mi sordera. Tu exhalaste y tu perfume, yo respiré, y es que por ti suspiro. Te probé, y tengo hambre de ti. Tú me tocaste y yo ardo de amor por causa de la paz que Tú diste.

A partir de entonces, Dios fue su única sabiduría. Dedicó el resto de su existencia a Él, combatiendo muchas herejías que hacían que las verdaderas doctrinas de la Iglesia fuesen desviadas.

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