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La homilía

Redacción (Lunes, 25-07-2011, Gaudium Press) Entre las formas de predicación, se destaca la homilía, que es parte de la propia liturgia y se reserva al sacerdote o diácono; en ella se deben exponer, a lo largo del año litúrgico, a partir del texto sagrado, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana.

bento-xvi.jpgLa Sagrada Teología, que es traducida por el sacerdote de forma accesible a los fieles, se debe apoyar en la Sagrada Escritura que es el «alma», de todo ministerio profético, sobre todo de la homilía. Por esta razón, la Iglesia determina que en todas las misas que se celebran con participación del pueblo, los domingos y fiestas de precepto, se debe hacer la homilía, que no se puede omitir, a no ser por causa grave.

Con la suficiente participación del pueblo, se recomienda vivamente que se haga la homilía también en las misas celebradas durante la semana, principalmente en el tiempo de adviento y la cuaresma o por ocasión de alguna fiesta o acontecimiento de luto, pues los jóvenes alejados de la participación de los misterios recuperan el sentido católico en el encuentro con el sacerdote en estas ocasiones, muchas veces retornando a la participación de las Misas dominicales.

Resalta la «Evangelii Nuntiandi», que en la homilía, «la evangelización no sería completa si ella no tomase en consideración la interpelación recíproca que se hacen constantemente en el Evangelio y la vida concreta, personal y social, de los hombres». Entretanto, conviene que la doctrina cristiana sea presentada de modo apropiado a la condición de los oyentes y, en razón de los tiempos, adaptada a las necesidades. El Código de Derecho Canónico estimula a los párrocos «las predicaciones, que se denominan ejercicios espirituales y santas misiones, o también otras formas adaptadas a las necesidades».

Se debe resaltar que los párrocos, deben mostrarse solícitos a fin de que la palabra de Dios sea anunciada también a los fieles que, por su condición de vida, no pueden usufructuar suficientemente de la acción pastoral común y ordinaria, o que de ella son totalmente privados, sobre todo, a aquellos más afectados por la secularización del mundo, los no-creyentes, pues «paradójicamente, en este mismo mundo moderno no se puede negar la existencia de verdaderas piedras de junción cristianas, valores cristianos por lo menos bajo la forma de un vacío o una nostalgia. No sería exagerar el hablar de un potente y trágico apelo de ser evangelizado».

Por el P. Mário Sérgio, EP

 

 

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