jueves, 28 de marzo de 2024
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Benedicto XVI pide combate a la brujería y a los sacrificios humanos en Angola

Luanda, (Sábado, 21-03-2009, Gaudium Press) El Papa Benedicto XVI pidió a la Iglesia Católica de Angola, este sábado, segundo día de su visita al país, que combata la brujería y los rituales con sacrificios humanos. El pedido fue hecho durante misa presidida por él en la iglesia San Pablo, que contó con la presencia de obispos, sacerdotes, religiosas y miembros de movimientos eclesiales y catequistas de Angola y Sao Tomé. “Muchos de ustedes viven con miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que los amenazan, desorientados, y llegan a condenar niños de calle y ancianos, porque dicen que son brujos”, afirmó el Sumo Pontífice en clara referencia a las varias sectas y religiones tradicionales africanas todavía presentes en Angola, incluyendo algunas que celebran rituales de sacrificios humanos. “A ellos es preciso anunciarles que Cristo venció la muerte y todos estos poderes oscuros”, dijo el Papa durante la homilía en la iglesia construida hace 30 años y recientemente remodelada. “hay quienes objetan que los dejemos en paz, que ellos tienen su verdad como nosotros la nuestra. Que tenemos que convivir pacíficamente, dejando todo como está”. Según datos oficiales el 55% de la población angolana es católica y el 25% cree todavía en religiones ancestrales. Algunas formas radicales de brujería están relacionadas con los inmigrantes del Congo, según la prensa estatal, e incluyen sacrificios humanos infantiles y rituales de magia negra. Por eso también ha sucedido que por ejemplo en el 2008 en Luanda 40 jóvenes incluyendo bebés fueron encontrados presos y maltratados en una iglesia evangélica donde eran sometidos a “curaciones”.

También en su homilía el Papa recordó el ejemplo del rey banto I Mbemba-a-Hzinga, bautizado a los cuatro años de edad, que reinó en el Congo de 1.506 a 1.543 y “garantizó el entendimiento entre dos pueblos tan distantes como el banto y el lusitano gracias a la religión critiana”.

Este sábado, Benedicto XVI se encontrará por primera vez con una multitud en Angola, en una misa en el estadio de Los Cocoteros de Luanda que tiene capacidad para 30.000 personas, donde se dirigirá a los jóvenes, ceremonia que se inició con los viajes de Juan Pablo II.

 

 

“Queridos hermanos y hermanas, Amados trabajadores de la Viña del Señor.

Como oímos, los hijos de Israel se decían unos a los otros: Procuremos conocer al Señor. Se animaban con estas palabras viéndose hundidos en las tribulaciones. Estas cayeron sobre ellas, dice el Profeta, porque ellos vivían en la indiferencia con Dios. Su corazón era pobre de amor. Y el único médico capaz de curarlo era precisamente el Señor. Y fue Él, como buen médico, quien puso el dedo en la llaga para sanarla. Y entonces el pueblo dijo Venid, volvamos al Señor. Si Él nos hirió, Él nos curará(Os 6,1). Así pudieron encontrarse la miseria humana con la Misericordia Divina, que no deseaba más que acoger a los miserables. Los vemos también en el trecho del Evangelio hoy proclamado: Dos hombres subieron al Templo a orar ; y desde allá uno de ellos descendió justificado para su casa y el otro no(Lc 18, 10.14). Este último había expuesto todos sus méritos delante de Dios, casi haciendo de Él su deudor. En el fondo no sentía necesidad de Dios, aunque le daba gracias por haberle concedido ser tan perfecto y no como es publicano. Pero será precisamente el publicano quien volverá a casa justificado. Consciente de sus pecados, que lo hacían estar cabizbajo -pero en realidad vuelto hacia el cielo- todo espera del Señor: Dios mío, Dios mío, ten compasión de mí que soy un pecador (Lc 18, 13). Golpea en la puerta de la misericordia que se abre y lo justifica porque –concluye Jesús- todo aquel que se exalta será humillado y quien se humilla será exaltado Lc 18,14)

  De Dios, rico en misericordia, nos habla por experiencia propia San Pablo, patrono de esta ciudad de Luanda y de esta magnífica iglesia, construida hace ya casi 50 años. Quise señalar los dos mil años del nacimiento de San Pablo con el Jubileo Paulino en curso, para de él aprender a conocer mejor a Jesucristo. He aquí el testimonio que el Apóstol nos dejó: Es digna de fe esta palabra y merecedora de toda aceptación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar los pecadores, y yo soy el primero de ellos. Pero, si alcancé la Misericordia, fue para que en mí, primero que todo, Jesucristo mostrase toda su paciencia. Yo era un ejemplo ara los que vendrían a creer en Él, a fin de alcanzar la vida eterna (Tim 1, 15-16). Y, con el paso del tiempo, en número de agraciados no para de aumentar. Tú y yo somos unos de ellos. Demos gracias a Dios porque nos llamó a entrar en esta procesión de los tiempos para hacernos avanzar hacia el futuro. Siguiendo a aquellos que siguieron a Jesús, con ellos seguimos al propi Cristo y así entramos en la Luz.

Amados hermanos y hermanas, es una grande alegría podré encontrarme hoy en medio de vosotros, mis compañeros de jornada en la Viña del Señor; de ella cuidáis diariamente, preparando el vino de la Misericordia Divina y derramándolo en las heridas de vuestro pueblo tan atribulado. Monseñor Gabriel Mbilingi se hizo intérprete de vuestras esperanzas y fatigas en las amables palabras de bienvenida que me dirigió. Con ánimo agradecido y lleno de esperanza, saludo a todos –mujeres y hombres dedicados a la causa de Jesucristo- que aquí os encontráis y a cuantos representáis: obispos, presbíteros, consagrados y consagradas, seminaristas, catequistas, líderes de los más variados movimientos y asociaciones de esta amada Iglesia de Dios.

Deseo aquí hacer mención de las religiosas contemplativas, presencia invisible, pero extremadamente fecunda para los pasos de todos nosotros. Séame permitido, en fin, una palabra particular de saludo a los Salesianos y a los fieles de esta parroquia de San Pablo Apóstol que nos acogen en su iglesia, no habiendo dudado para ello en cedernos el lugar que habitualmente les corresponde en la asamblea litúrgica. Supe que se reunieron en el campo adyacente y espero, al terminar la Eucaristía, verlos y bendecirlos, pero desde ya les digo: “Muchas gracias, Dios suscite entre vosotros y por vosotros, apóstoles que sigan las huellas de vuestro Patrono”.

Fundamental en la vida de San Pablo fue su encuentro en Jesús, cuando iba camino de Damasco: Cristo le apareció como luz deslumbrante, le habló y lo conquistó. El apóstol vio a Jesús resucitado, o sea, el hombre en su estatura perfecta. Se dio entonces en él una inversión de perspectiva, pasando a ver todo a partir de esta estatura final del hombre en Jesús: los que antes le parecía esencial y fundamental, ahora para él no pasa de basura; ya nos es lucro sino pérdida porque ahora solo cuenta la vida en Cristo (cf. Fil 3, 17-8). No se trata simplemente de una maduración del Yo de Pablo, sino de muerte para sí mismo y de resurrección en Cristo: murió en él una manera de existir; una forma nueva nació en él con Jesús resucitado. Hermanos míos y amigos, ¡procuremos conocer al Señor resucitado! Como sabéis, Jesús, hombre perfecto, es también nuestro Dios verdadero.

En Él, se nos hizo visible, para participarnos de su vida Divina. Y así, con él, se inauguró una nueva dimensión del ser, de la vida, en la cual se integró también la materia, y a través de la cual surge un mundo nuevo. Pero, este salto cualitativo de la Historia Universal que Jesús hizo por nosotros y para nosotros, concretamente ¿cómo llega al ser humano, permeando su vida y arrebatándolo para lo alto? Llega a cada uno de nosotros mediante la fe y el bautismo. De hecho este Sacramento es muerte y resurrección, transformación en una vida nueva, al punto de que la persona bautizada puede afirmar con San Pablo: Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien viven mí (Gal 2,20). Vivo, pero ya nos soy yo. De cierto modo, me es extraído mi yo, para ser integrado en un yo mayor; tengo todavía mi yo, pero transformado y abierto a otros por medio de mi inserción en Otro: en Cristo adquiero mi nuevo espacio de vida. ¿Y que es hecho de nosotros? Responde Pablo: Os hacéis uno en Cristo Jesús (cf. Gal 3, 28).

Y, mediante nuestro ser cristificado por obra y gracia del Espíritu de Dios, se va completando la gestación del Cuerpo de Cristo en la Historia.

En este momento, me complace retroceder con el pensamiento 500 años atrás, o sea hasta los años 1.506 y sucesivos, cuando en estas tierras, entonces visitadas por los portugueses, se levantó el primer reino cristiano subsahariano, gracias a la fe y determinación del rey Alfonso I Mbemba-a-Nzinga, que reinó desde el referido año de 1.506 hasta 1.543, año en que falleció; el reino permaneció oficialmente católico del siglo XVI al XVIII y con embajador en Roma. Ve cómo dos etnias muy diferentes -la Banta y la Lusitana- pudieron encontrar en la religión cristiana una plataforma de entendimiento, esforzándose porque ese entendimiento perdurase y las divergencias -que las hubo, y graves- no apartaran los dos reinos. De hecho, el bautismo hace que todos los creyentes sean uno solo en Cristo.

Hoy cabe a vosotros, hermanos y hermanas, en la senda de estos heroicos y santos mensajeros de Dios, ofrecerle a Cristo resucitado a vuestros compatriotas. Muchos de ellos viven en el temor de los espíritus, de los poderes nefastos de que se creen amenazados; des-norteados llegan a condenar niños de la calle y hasta a los más viejos, porque -dicen- son hechiceros. ¿Quién puede ir a estar con ellos y anunciarles que Cristo venció la muerte y todos esos poderes oscuros? (cf.Ef 1, 19-23; 6, 10-12).

Objetan algunos que ¿porqué motivo no los dejamos en paz? Que ellos tienen su verdad y nosotros la nuestra. Que convivamos pacíficamente, dejando a cada uno como es, realizando del mejor modo su propia autenticidad.  Pero si estamos convencidos y tenemos la experiencia de que, sin Cristo la vida es incompleta, falta una realidad -y realidad fundamental.  Debemos estar convencidos de que no hacemos injusticia a nadie si le mostramos a Cristo y le ofrecemos la posibilidad de encontrar, de este modo, también su verdadera autenticidad, la alegría de haber encontrado la vida. Antes, debemos hacer obligación nuestra ofrecer a todos la posibilidad de alcanzar la vida eterna.

Venerables y amados hermanos y hermanas, digámosles como el pueblo israelita: Venid, volvamos al Señor. Si Él nos hirió, Él nos curará. Ayudemos a que la miseria humana se encuentre con la Misericordia Divina. El Señor nos hace sus amigos, se entrega a nosotros, nos entrega su Cuerpo en la Eucaristía, nos entrega su Iglesia. Entonces debemos ser verdaderamente sus amigos, tener con Él un solo sentir, querer aquello que Él quiere, y no querer aquello que Él no quiere. El propio Jesús dijo: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. (Jn 15, 14). O sea, este es nuestro común propósito: hacer todos juntos, su Santa Voluntad: Id por el mundo entero y anunciad al Buena Nueva a toda criatura (Mc 16, 15). Abracemos su Voluntad, como hizo san Pablo: Anunciar el Evangelio (…) es una obligación que me fue impuesta. Ay de mí si no evangelizo. (1 Cor 9, 16).

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