jueves, 28 de marzo de 2024
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El Bautismo del Señor

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Redacción (Miércoles, 16-01-2013, Gaudium Press) A continuación el comentario de Mons. Mons. João Scognamiglio Clá Dias, fundador de los Heraldos del Evangelio, al Evangelio de San Lucas que narra el Bautismo de Jesucristo por Juan Evangelista:

En aquel tiempo, 15 como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, 16 Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». 21 Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, 22 bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco» (Lc 3,15-16.21-22)

I – La fiesta de la manifestación de la divinidad

Desde los primeros tiempos del cristianismo hasta el siglo IV, la Iglesia celebraba juntas el mismo día en la Solemnidad de la Epifanía del Señor -actualmente el 6 de enero-, tres manifestaciones de la divinidad de Cristo: la adoración de los Reyes Magos, el Bautismo en el Jordán y la conversión del agua en vino en las bodas de Caná, su primer milagro público. Se consideraba a esa fiesta como la revelación de Jesús a los gentiles, mientras que la Navidad era más apropiada para los judíos. Si éstos esperaban la venida de un Mesías humano, y así fue como lo recibieron en el pesebre de Belén, los gentiles -tal como se nos muestra en la adoración de los Magos- estaban esperando a un Salvador divino. La misma divinidad que se había revelado a los Reyes de Oriente sería mucho más notoria en el episodio del Bautismo del Señor, aunque ya se hubiese dado a conocer antes en Caná, a petición de María.

2.jpgLa conmemoración de esos tres hechos en una sola ocasión era muy solemne, y hasta el momento presente conservamos en la Liturgia el recuerdo de esas grandes celebraciones. Tal es la fiesta del Bautismo del Señor, que hoy contemplamos en el Evangelio escogido para concluir el Tiempo de Navidad. Ese acontecimiento está íntimamente vinculado a la persona del Precursor, San Juan Bautista, pues había sido llamado a preparar a las almas para la venida del Mesías, que iniciaba su vida pública al recibir el Bautismo.

 

II – Un bautismo de penitencia

En aquel tiempo, 15 como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías,…

Lamentablemente, poco se sabe sobre la infancia de San Juan. Por este motivo, aunque muchos autores afirman que se quedó huérfano cuando todavía era un niño, o hablan de su misteriosa ida al desierto (cf. Lc 1, 80) -donde vivió una buena parte de los treinta años de la vida oculta del Señor en la casa de Nazaret- no existe sobre eso una confirmación absoluta. Para sorpresa de todos, el Bautista irrumpió en los acontecimientos vistiéndose de un modo diferente a las costumbres de la época: con piel de camello y un rústico cinturón. Su alimento se reducía a saltamontes y miel silvestre, lo cual indica que era un hombre dedicado a la penitencia. Centenas de años habían pasado sin que apareciera en Israel ningún profeta capaz de sacudir al pueblo. «Faltaba, en efecto, entre ellos el carisma profético -afirma San Juan Crisóstomo- y volvía ahora después de siglos. La forma misma de su predicación era nueva y sorprendente. […] Juan hablaba sólo de los Cielos, y del Reino de los Cielos, y de los castigos del infierno». 1 Con esta singular forma de predicación movía las conciencias, contrastando vigorosamente con la situación de apatía e indiferencia de los judíos antes de su aparición, y desagradando al sanedrín, causante de tal situación.

El pueblo, impresionado con la autoridad moral de San Juan, enseguida empezó a preguntarse si no sería el propio Mesías, tan ansiado por las almas rectas. La respuesta negativa del Precursor, meticuloso restituidor en relación con Jesús, fue inmediata. Respecto a eso comenta San Agustín: «Algo grande es este Juan, inmensa excelencia, gracia insigne, altísima cumbre. […] Era tanta la grandeza de Juan, que podía hacerse pasar por Cristo; y así demuestra su humildad en que dijo que no lo era, siendo así que hubiera podido pasar por tal. […] El mérito más grande de Juan es […] este acto de humildad».

 

Un rito vinculado a una misión

16 Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego».

Deseoso de encaminar a las almas hacia el Salvador, Juan anunció sin tardanza el verdadero sentido de su bautismo y la dádiva incomparablemente más grande que conllevaría el sacramento que Jesús instituiría poco tiempo después. De hecho, predicaba un bautismo que, según Santo Tomás, estaba a medio camino entre lo que era realizado por los judíos y el Bautismo sacramental. Aunque en la Sagrada Escritura no había ningún mandato explícito sobre el bautismo de penitencia, ya que debería durar poco tiempo, ese rito procedía de Dios, que se lo había recomendado a Juan en una revelación privada (cf. Jn 1, 33); sin embargo, en cuanto a su efecto -la purificación del cuerpo, y no del alma- no se realizaba en él nada que no pudiese ser operado por el hombre, razón por la cual era denominado bautismo de Juan. De hecho, solamente tuvo un ministro: el Precursor.

Para administrarlo había escogido las aguas del Jordán. Primero porque, diplomáticamente hablando, era el lugar ideal. La región de Perea pertenecía a la circunscripción de Herodes Antipas y, aunque el sanedrín tenía la obligación de velar por la religión en todo el país, la distancia de Jerusalén dificultaba que los jefes de los judíos hiciesen algo efectivo contra él. Pero, como veremos más adelante, la elección del lugar tenía una razón mucho más profunda, relacionada con el Bautismo del Señor.

Bautismo sobrenatural con efecto psicológico

Juan predicaba la penitencia juntamente con su bautismo, a fin de incitar a los hombres a la práctica de la virtud. No obstante, ese bautismo, de por sí, no tenía la capacidad de purificar que posee el sacramento del Bautismo; no imprimía carácter, no perdonaba los pecados ni confería la gracia, pues, aunque inspirado por Dios, era simbólico y su efecto procedía del hombre. Por eso, todos los que habían sido bautizados por San Juan tuvieron que ser bautizados de nuevo por los Apóstoles (cf. Hch 19, 3-6).

Sin embargo, podríamos preguntarnos: ¿entonces qué necesidad había de instituir ese bautismo? Santo Tomás, haciendo brillar su magnífica inocencia llena de sabiduría, da cuatro motivos. En el primero, explica que era necesario que Jesús fuese bautizado por Juan a fin de consagrarse el Bautismo; en segundo lugar, para que Él se diese a conocer con ocasión de su Bautismo; como tercera razón, afirma que el bautismo de penitencia preparaba a los hombres para recibir, más adelante, el Bautismo sacramental. Y, por último, al mover al pueblo a la penitencia, San Juan creaba las disposiciones para que el Bautismo de Cristo fuese recibido con el debido respeto. Era un bautismo que actuaba a modo de sacramental, pues los que entraban en el río y eran sumergidos en él sentían místicamente dentro de sí su doble efecto: una acción sobrenatural que los animaba al arrepentimiento de sus pecados y otra psicológica que preparaba su mentalidad para la futura aceptación del Bautismo.

Podemos deducir con seguridad que, a pesar de que algunos fariseos habían aceptado la predicación de Juan (cf. Mt 3, 7), la mayoría de ellos confiaba mucho en su propia justicia, es decir, se creían sin pecado, le daban poco crédito a la voz del profeta y se incluían en la lista de los que no se dejaron bautizar. Al contrario de éstos, soldados, publicanos y todo tipo de pecadores creían en San Juan (cf. Mt 21, 32). Se iban dividiendo así los campos dentro de la propia opinión pública judaica, como lo confirmarían los acontecimientos posteriores.

El conocimiento místico de Jesús revela la vocación de Juan

3.jpgEs prácticamente unánime la opinión de los comentaristas de que San Juan aún no se había encontrado con el Señor, quien, a su vez, tampoco había visto con sus ojos humanos al Precursor. Éste, antes de dirigirse al Jordán, comenta San Juan Crisóstomo, «lo identificó cuando estaba a punto de bautizarlo, y ello porque el Padre mismo se lo reveló». Aún antes de haber contemplado el rostro del Mesías, Juan poseía respecto a Jesús un conocimiento místico que le daba la capacidad, por ejemplo, de mantener una discusión con los fariseos sobre el Salvador, anunciándolo con innegable autoridad (cf. Jn 1, 19-27) y revelando su propia vocación. Finalmente, el ansiado encuentro entre el Mesías y su Precursor se daría en el momento culminante en que Jesús sería bautizado e iniciaría su misión pública.

 

El Jordán, el lugar más conveniente para el Bautismo del Señor

21a Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado;…

Ahora bien, como hemos visto, San Juan había escogido la región del Jordán para administrar su bautismo por una razón de prudencia en relación con la oposición de los fariseos a todo lo que pudiese debilitar el sólido establishment de la sociedad judaica de aquel entonces. Sin embargo, por encima de todo, nos llama la atención el aspecto altamente simbólico del lugar. El Jordán era el río que los judíos habían atravesado al entrar en la Tierra Prometida, cuyas aguas, abiertas por Josué con el Arca de la Alianza (cf. Jos 3, 14-17), separaban la esclavitud egipcia de la libertad obtenida después de los cuarenta años de penitencia en el desierto. También el profeta Elías, antes de ser arrebatado en el carro de fuego hacia un lugar desconocido, había lanzado su manto sobre las aguas del Jordán para dividirlas, pasando a la orilla opuesta sin mojarse, en compañía de Eliseo (cf. 2 R 2, 8). Cuando Eliseo regresó solo, cruzó el río una vez más golpeando las aguas en nombre del «Dios de Elías» con el manto profético que éste le había dejado (cf. 2 R 2, 13-14). De forma análoga, dice Santo Tomás, «el Bautismo de Cristo […] introduce en el Reino de Dios, significado por la tierra de promisión. […] A la misma problemática pertenece la división de las aguas del Jordán por Elías, que iba a ser arrebatado al cielo en un carro de fuego […], porque a los que pasan por las aguas del Bautismo se les abre la entrada en el Cielo mediante el fuego del Espíritu Santo». Esos fueron los motivos simbólicos que llevaron a Juan a elegir esas aguas para bautizar.

 

Ratificación de la misión de Juan el Bautista

Al mismo tiempo, el Señor era bautizado con la intención de aprobar y confirmar el bautismo de Juan, corroborando todos los bautismos que habían sido realizados por éste hasta aquel momento. En ese sentido, el Bautismo de Jesús tiene gran importancia, pues no se trata de un mero acto simbólico, sino más bien de un acto litúrgico practicado por el mismo Cristo. Dado que la misión del Precursor consistía en preparar el camino para la venida del Mesías, con la llegada del Salvador el auge del ministerio del profeta era alcanzado y en breve empezaría a disminuir para que Cristo creciese (cf. Jn 3, 30). Poéticamente afirma Tertuliano que «al igual que la aurora marca el final de la noche y el comienzo del día, así Juan Bautista es el final de la noche de la Ley y la aurora del día evangélico».

 

¿Por qué el Señor quiso ser bautizado?

No obstante, ante un hecho tan grandioso como el Bautismo de un Dios, surgen algunas cuestiones: ¿por qué Jesús quiso ser bautizado por Juan? ¿Necesitaba arrepentirse de algún pecado? ¡Blasfemo sería tal pensamiento! En efecto, el sublime episodio del Bautismo de Cristo llevó a San Bernardo a proclamar: «¿Por ventura el sano tiene necesidad de medicina, o de limpieza el limpio? ¿De dónde pecado en ti, para que sea necesario el Bautismo? ¿Acaso de tu Padre? Padre ciertamente tienes, pero es Dios, y eres igual a Él; Dios de Dios, luz de luz. Que no puede caer pecado en Dios, ¿quién lo ignora? ¿Acaso de tu madre? Madre tienes, pero es virgen. ¿Qué pecado pudiste traer de quien te concibió sin iniquidad y te dio a luz salva su integridad? ¿Qué mancha puede tener el Cordero sin mancilla?».

Sin duda, Jesús quiso recibirlo por humildad, rebajándose para ser bautizado por Juan, quien, ante esa actitud, exclamó: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» (Mt 3, 14). Tal afirmación nos ayuda a comprender la inmensa gracia que significó para el Precursor haber bautizado al Señor. Y el Doctor Angélico enumera además varias razones que indican la alta conveniencia de este misterioso Bautismo.

 

La presencia del Señor santificó todo el universo

Una de las más bellas razones fue el deseo del Salvador de conferir a las aguas, al tomar contacto con su Carne adorable -que es divina, aunque humana-, la capacidad de purificar, que es la virtud propia del Bautismo. Al dejar en las aguas del Jordán «la fragancia de su divinidad», el Redentor santificó todas las aguas del universo, teniendo en cuenta a los que más tarde recibirían el baño de la regeneración. De hecho, todo lo que el Señor tocaba era tocado por el mismo Dios.

4.jpgAhora bien, si Jesús santificó las aguas de todo el universo al entrar en el río Jordán, podemos afirmar, con fundamento, que al pisar la tierra con sus sagrados pies y regarla con su preciosísima Sangre en el Calvario, santificó toda la tierra; respirando y siendo elevado en el madero sagrado, santificó de igual modo el aire. Por último, descendiendo al Purgatorio, santificó también el fuego. Por lo tanto, es posible asegurar que los cuatro elementos fundamentales del universo creado fueron santificados por un simple contacto con Él. Así pues, siempre hemos de tener clara la noción de que la presencia del verdadero Dios y verdadero Hombre en este mundo cambió la faz de la tierra.

Jesús lavó nuestros pecados en las aguas

Cristo no necesitaba ser bautizado, ya que había sido Él quien, inspirando a San Juan, había instituido este rito, pero «el bautismo tenía necesidad del poder de Cristo». Desde toda la eternidad el Verbo, en su propia esencia divina, nos conocía con perfección a cada uno de nosotros, con nuestros pecados, miserias e insuficiencias. Siendo Dios, podía limpiar la tierra con un mero acto de su voluntad; sin embargo, prefirió Él mismo, el Inocente, libre de toda mácula, asumir «una carne en semejanza a la del pecado» (Rm 8, 3). Quiso ser bautizado, no «para ser purificado, sino para purificar», sumergiendo consigo, en el agua bautismal, todo el viejo Adán. Debemos considerar que si existiese una humanidad infinita, con infinitos pecados, Él los habría cargado sobre sí mismo, lavándolos en aquel momento en las aguas del Jordán.

La divina actitud del Salvador debería inspirarnos profunda confianza, pues aunque seamos reos de culpa, «no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos» (Rm 5, 15). De hecho, siendo Él la Cabeza del Cuerpo Místico, de Él salen y son distribuidas las gracias a todos los miembros. Por fin, con su Bautismo, quiso abrirnos un camino y estimularnos a comprender la importancia de este sacramento.

 

La capital importancia de una oración hecha en el Jordán

21b …y, mientras oraba,…

Ante tales maravillas, podemos imaginar sin ninguna duda que Jesús debió hacer una bellísima oración en el momento grandioso de su inmersión en las aguas del Jordán. Sólo la conoceremos, empero, el día en que entremos en la eternidad, en la visión de Dios cara a cara. Por el momento sólo apreciamos los efectos inmediatos que ella produjo.

21c …se abrieron los cielos,…

Un análisis superficial de esta breve frase del Evangelio, podría llevarnos a pensar que, en el extraordinario episodio del Bautismo, el Cielo se abrió para que el Espírito Santo bajase. Sin embargo, esto no era necesario. En realidad, el sentido más importante de esas palabras se refiere a una realidad superior. Con la Pasión de Cristo las puertas del Cielo, que desde la expulsión de Adán y Eva del paraíso terrenal estaban cerradas a causa del pecado, fueron abiertas para la humanidad. Pero como esto se aplica a cada uno de nosotros individualmente en el Bautismo sacramental instituido por el Señor, era más conveniente la referencia a la apertura del Cielo en el instante en que Jesús fue sumergido por Juan en las aguas del Jordán.

De esta forma, se manifestaron los elementos que pertenecen a la eficacia de ese sacramento. Santo Tomás explica que, así como los cielos se abrieron en ese momento, la virtud celestial sería la que santificaría el Bautismo, nos haría capaces de ver por la fe las cosas celestiales y además, como se ha dicho antes, nos abriría las puertas del Cielo. Por fin, para que entendamos que sólo es posible cruzar estos umbrales por el poder y por la fuerza de la oración, todo sucedió «mientras oraba», según indica el versículo.

La primera manifestación de la Santísima Trinidad

22a …bajó el Espíritu Santo sobre Él con apariencia corporal semejante a una paloma…

Desde toda la eternidad, Dios concibió la paloma con la finalidad de que, en determinado momento, viniese a representar a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. San Cipriano comenta las peculiaridades de esta ave: siempre se mantiene serena, nunca usa el pico con la intención de herir a otros y es doméstica hasta el punto de, al tener cría, permanecer con sus pichones en familia y en un mismo lugar. Además, no es asustadiza y se deja dominar por el hombre con mansedumbre. Santo Tomás declara que el Espíritu Santo escogió la forma de paloma para aparecer después del Bautismo del Señor, entre otras razones, para significar que debemos aproximarnos al Bautismo con simplicidad y sin fingimiento.

La figura de la paloma era conveniente, por lo tanto, para hacernos comprender que, una vez bautizados y transformados en templos del Espíritu Santo, debemos empeñarnos en conservar dentro de ese templo del alma la simplicidad y el candor de la paloma, es decir, la inocencia.

22b …y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»

5.jpgEscena magnífica que, por primera vez en la Historia, hace público y manifiesto el misterio de la Santísima Trinidad. El Padre, al hacer oír su voz, y el Espíritu Santo, haciéndose visible en forma de paloma, dan testimonio de la divinidad de Cristo. En efecto, «el Padre es invisible. Pero el Hijo es igualmente invisible en su divinidad, pues nadie ha visto jamás a Dios (Jn 1, 18); pues siendo el Hijo Dios, en tanto que es Dios, no se ve el Hijo. Mas Él ha querido mostrarse en un cuerpo; y como el Padre no tiene cuerpo, quiso probar que está presente en el Hijo, al decir: Tú eres mi Hijo, en ti me he complacido. […]

El poder de una divinidad sin diferencia hace que no exista diversidad entre el Padre y el Hijo, sino que el Padre y el Hijo tienen parte en un mismo poder. Creamos al Padre, cuya voz dejaron oír los elementos; creamos al Padre, a cuya voz prestaron los elementos su ministerio».

 

III – ¡Sepamos ser agradecidos con Dios!

«El Bautismo es esplendor de las almas, transformación de la vida, […] ayuda a nuestra fragilidad. […] El Bautismo es vehículo que conduce a Dios, peregrinación junto a Cristo, apoyo de la fe, perfección de la mente, llave del Reino de los Cielos, cambio de vida, destrucción de la esclavitud, liberación de las ataduras, mudanza en nuestra composición», nos enseña San Gregorio Nacianceno. La fiesta del Bautismo del Señor debe inundarnos de esperanza y de santa alegría porque nos muestra la fuerza regeneradora del perdón y de la misericordia divina, en la cual debemos confiar en cualquier circunstancia de nuestra vida. Por muy mala que pueda llegar a ser nuestra situación, si sabemos tener fe y si nos mantenemos íntegros en el cumplimiento de los santos Mandamientos, siempre habrá solución para todo, porque «para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37). Agradezcámosle al Señor todo lo que ha hecho por nosotros.

Así como con el Bautismo Jesús empieza su vida pública, con esta celebración la Liturgia marca la entrada en el Tiempo Ordinario, en el cual se considerará toda la misión del divino Maestro, acompañándolo en sus predicaciones y manifestaciones a través de las diversas lecturas litúrgicas del año. Después de haber contemplado las maravillas de este pasaje del Evangelio, pidámosle al Señor abundantes gracias, para que -al final de nuestra peregrinación terrena- podamos cruzar las puertas del Cielo que Él mismo nos franqueó en este magnífico día.

(Revista Heraldos del Evangelio, Enero/2013, n. 133, pag. 10 a 17)

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