jueves, 28 de marzo de 2024
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San José de Anchieta o "Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios"

Redacción (Viernes, 04-04-2014, Gaudium Press) ¡Fue canonizado el Beato José de Anchieta! Nacido en Tenerife, España, es brasileño por adopción. Tal vez haya sido el mayor misionero de los primeros tiempos de la colonización del Brasil: no tuvo miedo de evangelizar. Él catequizó una nación entera, la plantó en el seno de la Iglesia Católica; le dio bases para crecer, facilitó la unidad de los «Brasis» y forjó la nacionalidad de su pueblo.

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San José de Anchieta, varón digno de ser elevado a los altares por causa de sus virtudes e infatigables obras de apostolado, alcanzó la gloria de la santidad enfrentando desafíos, venciendo las dificultades con una vida dirigida a los más necesitados, sirviendo a todos en el ejercicio pleno de la entrega a los hermanos por amor a Dios.

Y su entrega al Señor venía de lejos, desde muy joven. Cuando tenía 16 años nació en su alma el deseo de servir a Dios enteramente. Para llegar a su objetivo, él juzgó que debería ofrecerse a Dios dándole lo que de mejor tenía: consagrarse a la sabiduría eterna e increada por medio de un voto hecho a la Santísima Virgen.

Y este voto lo aproximaba y lo asemejaba más a la Santa Madre de Dios. Consciente de lo que esto significaba y auxiliado por la gracia de Dios ofreció guardar la castidad de cuerpo y de alma con una promesa de vivir virginalmente todos los días de su vida.

Y esto él lo practicó eximiamente, pues con esta resolución quería estar libre de cualquier dificultad que lo alejase del servicio total a Dios; para que pudiese, de manera radical, unirse «al coro de aquellas almas privilegiadas que siguen al Cordero por donde sea que él vaya».

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Incomprensible sería pensar que la Reina de los Ángeles no aceptase tal ofrecimiento con verdadero contento…

El propio Anchieta cuenta que, después de su voto, las dudas y pruebas que lo asaltaban constantemente en relación a la vida religiosa, se disiparon de manera extraordinaria sucediéndose a ellas una era de consolaciones que marcaron su vida y que lo prepararon para enfrentar pruebas todavía mayores.

De hecho, después de haber recibido una eximia formación en las filas de la Compañía de Jesús, la voz de la obediencia lo envió a tierras lejanas, desconocidas. Y esta obediencia no dejó de ser una cruz en su vida. Pero, confiando en la gracia de Dios, las cruces se convertirían en luces. Luces para sí, luces para los que a él fueron confiados por la Providencia Divina.

Las gracias recibidas con el voto de virginidad se mantenían intactas y resplandecientes como piedras preciosas en su alma pura. Pero llegó la hora cuando, más que nunca, el Padre José de Anchieta debiese cuidar de aquellas piedras preciosas:

El demonio, aprovechándose de la triste situación moral en que se encontraban las poblaciones indígenas y del alejamiento de los preceptos divinos que era común entre los colonizadores, haría de todo, hasta lo imposible, para corromper aquel varón que guardó la inocencia como siendo su más valioso tesoro.

Hijo devoto de su Fundador San Ignacio, el Padre Anchieta, conocía las artimañas del demonio, sabía perfectamente que las tentaciones contra la pureza no son combatidas como las demás tentaciones pecaminosas. Al contrario, de las tentaciones contra la virtud angélica se debe huir, sin demora.

1.jpgPor eso, desconfiado de sus propias fuerzas y apoyándose plenamente en la Virgen Inmaculada, el Padre Anchieta buscaba la soledad de las playas donde, inspirado por la gracia, escribía poemas de alabanza a la Madre de Dios y de los hombres. Y en varios trechos de ellos sobresalía rutilante su amor a la pureza:

Tesoro del Justo

Bienaventurados aquellos, / cuyo pecho y aspiraciones todas va devorando / ¡el fuego de tu amor! /

Bienaventurado quien / en la soledad bendita de una noche serena / de tanto amarte, en ti medita / ¡y de tanto meditar más te ama! /

Bienaventurado quien se asienta en el umbral de tu virginidad/ y vigila de continuo en tus puertas. /

Quien en el pecho amante / considera las altas glorias de tu concepción, / que es la puerta de oro de tu vida. / Él experimentará el cariño inefable de tu amor / y envolverá en un cuerpo casto una alma pura. (…)

Y otros versos más, escritos no se sabe com que dificultades y en medio a cuántos trabajos, muestran el alma de nuestro Santo y sus aspiraciones:

Bello encuentro

Apenas tu semblante asoma / en el umbral de lar paterno / todas las cercanías de la ciudad se encienden / del más suave aroma. /

Sentí este perfume, tal vez juzgué sentirlo: / lo cierto es que me puse a correr / siguiendo el camino a donde los pies me arrastraban. /

Me pregunté a mi mismo: ¿Alma qué haces?

Vamos, apresúrate, tal vez aún llegues / a contemplar su semblante virginal. / Salgo como centella en corrida vertiginosa / cuando de repente oh Virgen, te avizoro delante de las sagradas gradas del templo. /

Verla, fue caer traspasado / por un dardo de amor. / ¡Cómo tu belleza me sedujo los ojos! / El amor de la encantadora virginidad / Me explotó en lo más íntimo del pecho, / en densas llamaradas.

Resolví vestir de acero la cándida pureza, / cercarla de trincheras eternamente cerradas / con férreas varas / y abrasarme, oh Virgen, siguiendo tus huellas / en el itinerario feliz de tu vida…

Estas eran las castas consideraciones en que el P. José de Anchieta encontraba su paraíso y consolación. Refugiado en el Señor y con la ayuda de María Santísima ninguna tentación lo abaló, conquistando así las almas que se encontraban perdidas y abandonadas en el pecado, para llevarlas hasta Dios.

Por Joao Sergio Guimaraes

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