jueves, 28 de marzo de 2024
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El Papa Francisco habló del alimento que sacia y del falso pan que corrompe, en la solemnidad de Corpus Christi

Roma (Viernes, 18-06-2014, Gaudium Press) Un pan que plenifica, que sacia, y un falso pan que corrompe: fue este el eje de la homilía del Santo Padre en la Basílica de San Juan de Letrán -más exactamente en su plaza-, donde el Papa Francisco celebró ayer de tarde la misa, en la solemnidad del Corpus Christi.

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Foto: Radio Vaticano

«Además del hambre físico, el hombre lleva en sí otro hambre, un hambre que no puede ser saciado con el alimento ordinario. Es hambre de vida, hambre de amor, hambre de eternidad. Jesús nos dona este alimento, es más, es Él mismo el pan vivo que da la vida al mundo. Su Cuerpo es el verdadero alimento en forma de pan; su Sangre es la verdadera bebida en forma de vino». La sustancia de este pan divino es el Amor.

«En la Eucaristía se comunica el amor del Señor por nosotros: un amor tan grande que nos nutre con Sí mismo; un amor gratuito, siempre a disposición de toda persona hambrienta y necesitada de regenerar las propias fuerzas. Vivir la experiencia de la fe significa dejarse nutrir por el Señor y construir la propia existencia no sobre los bienes materiales, sino sobre la realidad que no perece: los dones de Dios, su Palabra y su Cuerpo», insistió el Papa.

Entretanto, hay otras ofertas de alimentos, y que aparentan satisfacer más. Son por ejemplo el dinero, el éxito, la vanidad, el orgullo.

Cabe entonces la pregunta: «¿Y yo? ¿Dónde quiero comer? ¿En qué mesa quiero alimentarme? ¿En la mesa del Señor? ¿O sueño con comer alimentos gustosos, pero en la esclavitud? ¿Cuál es mi memoria? ¿La del Señor que me salva o la del ajo y las cebollas de la esclavitud? ¿Con qué memoria sacio yo mi alma?» Es por tanto preciso, reconocer el falso pan que ilusiona y corrompe.

El Pontífice hizo entonces un pedido-oración a Jesús, ante la disyuntiva en la que se encuentra con frecuencia el corazón humano: «Jesús defiéndenos de las tentaciones del alimento mundano que nos hace esclavos; purifica nuestra memoria para que no quede prisionera en la selectividad egoísta y mundana, sino que sea memoria viva de tu presencia a lo largo de la historia de tu pueblo, memoria de tu gesto de amor redentor».

Tras la misa el Pontífice se dirigió a la basílica de Santa María la Mayor, desde donde impartió la bendición eucarística.

Con información de Radio Vaticano

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