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Es de corta estatura, padece una discapacidad física y es sacerdote

Ciudad de México (Jueves, 17-07-2014, Gaudium Press) El Padre Amado García Vázquez, sacerdote mexicano y uno de los vicarios de la Catedral Metropolitana de México, es testimonio vivo de que una discapacidad física, más que un castigo, es una oportunidad para manifestar el gran amor que Dios tiene a sus hijos.

El «Padre Amadito», como se le llama cariñosamente, nació con una enfermedad congénita conocida como Acondroplasia, la cual se presente en 1 de cada 25 mil niños, y produce, entre otras cosas, que las personas no crezcan más de los 1.44 centímetros, ya que provoca que los huesos no se desarrollen normalmente. Este padecimiento también causa fuertes dolores musculares y en los huesos, sin tener en cuenta la exclusión social, ya que, en ocasiones, la corta estatura es motivo de rechazo en la sociedad.

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«Mi deseo de ser sacerdote era más fuerte que pensar en complejos» / Foto: Caminocatolico.org.

«Cuando era niño caminaba normal, corría, jugaba; el cambio más fuerte vino en la etapa de la secundaria, cuando me di cuenta que ya no podía hacer ciertas cosas, siempre padecía dolores en los huesos (…) a partir de ahí, me la he pasado en el médico todo el tiempo (…) La mayor destrucción de los huesos ha sido en las caderas: desde antes de entrar al Seminario me operaron para quitármelas y ponerme prótesis, y como los huesos no están bien, eso significa que va condicionando músculos y cartílagos, por lo que debo hacer movimientos para adaptarme al sentarme, pararme, caminar y eso genera dolor», comenta el sacerdote.

Pero fue precisamente su enfermedad la que lo llevó a tener una relación más cercana con Dios: «Fue muy duro, sí me dolió, pero la vida me fue exigiendo ser muy fuerte. Me ayudó el hecho de tener una familia que me protegía, también que fui aprendiendo a lidiar con lo que podía y no podía hacer, y por supuesto, que Dios siempre estuvo ahí. Esta condición ha sido una oportunidad de relacionarme con Él, que ha sido mi motivación».

Tan cercana fue su amistad con Dios que Amado quiso alcanzar el sueño de ser sacerdote, un anhelo que nació cuando apenas era un niño, y que con el tiempo se fue materializando: «Recuerdo que tenía como siete años y mi mayor diversión era jugar a la Misa, bautizar los muñecos de mis hermanas y mis primas, y como el patio de la casa era grande, hacíamos procesiones (…) Cuando iba a Misa decía: yo quiero ser como el padrecito».

Un sueño que -como comenta el «Padre Amadito»- no sorprendió a su familia, pero que tampoco fue fácil de alcanzar: «Mi deseo de ser sacerdote era más fuerte que pensar en complejos, y cuando llegó el momento, ni a mi familia le extrañó (…) Hubo dificultades. Por criterios personales, había quienes pensaban que yo no cubría las expectativas para estar ahí, otros que no era digno de formarme; también hubo quienes se burlaban o me hacían bromas, pero también estaban los que me trataban naturalmente y los que me brindaban su apoyo».

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El Padre Amado fue ordenado sacerdote por el Cardenal Norberto Rivera Carrera / Foto: Caminocatolico.org.

Pero todo ha valido la pena, especialmente cuando hace dos años fue ordenado sacerdote de manos del Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, y bajo la tierna mirada de Nuestra Señora de Guadalupe. «Eran dos motivos de alegría, la ordenación, pero también era como si Dios me estuviera diciendo: ‘ya ves cómo sí pudiste, ya ves cómo sí te llamé yo, sí llegaste’, era sentirme abrazado por Él», comenta con gran entusiasmo.

Tras su ordenación sacerdotal el «Padre Amadito» ejerció su ministerio en la Parroquia de San Matías en Iztacalco y desde noviembre de 2013 es uno de los vicarios de la Catedral Metropolitana de México, donde ha intercedido para que exista un mayor acercamiento de los fieles y de la Iglesia a las personas con discapacidad. «Queremos que nos incluya todavía más para reconocer que en nosotros mismos Dios puede obrar grandes maravillas», dice.

Por su experiencia de vida el Padre Amado no duda en animar a las personas que, como él, tienen alguna discapacidad física, para que crezcan en la amistad con Dios. «Creo que la discapacidad se puede vivir desde la pasión de Cristo, sin fe lo viviría como una desgracia completa, lejos de Jesús no lo entendería, por eso quiero decirle a los discapacitados que la enfermedad, y el dolor son grandes tesoros que podemos usar para acercarnos a Cristo Jesús en su Pasión», subraya.

Con información de SIAME.

 

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