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Un Mandamiento Nuevo

Redacción (Martes, 22-07-2014, Gaudium Press) «El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la consciencia recta; es una falta al amor hacia Dios y hacia el prójimo, por causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y ofende la solidaridad» (CIC 1849). Esta sabia definición deja claro que los desórdenes y crímenes existentes en el mundo tienen su raíz únicamente en el pecado.

Por causa de él, vemos como los hombres se endurecieron y se cerraron en el egoísmo, olvidándose de Dios y de sus santos preceptos. En consecuencia, la humanidad se alejó del benéfico camino del bien y de la virtud, cayendo en las peores salvajerías y crueldades.

Egoísmo de Caín: el camino seguido por la humanidad

Al contemplar las páginas bíblicas, en los principios de la humanidad, luego después de la caída de nuestros primeros padres, vemos un atentado contra el primero y mayor Mandamiento de la Ley divina, que nos manda amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos (Cf. Mt 22, 37).

Después de haber sido expulsados del Paraíso, Adán y Eva tuvieron dos hijos: Caín y Abel (Cf. Gn 4, 1-2). Ambos crecieron bajo la mirada de wsus padres, que se esmeraban en pasarles todas las enseñanzas recogidas en el Jardín del Edén. Entretanto, Adán y Eva se espantaban con la diferencia entre ellos: Caín, el mayor, era orgulloso y violento, mientras Abel era justo y piadoso.1

Con el pasar del tiempo, el primogénito se tornó agricultor, y el segundo, pastor de ovejas. Después de algunos años, decidieron ofrecer sacrificios a Dios. El inocente Abel ofrendó las primicias de sus rebaños y la carne más suculenta de las víctimas, mereciendo el agrado de su Creador. Caín ofreció los frutos de la tierra que no le hacían falta y estos fueron rechazados por el Señor. Se inflamó de cólera y envidia contra su hermano, culminando en el primer fratricidio de la Historia (Cf. Gn 4, 3-8).

¿Por qué Caín actuó de esta manera?

1.jpg[Su] interior era todo hecho de egoísmo. Caín se mantenía cumplidor de los horarios y de los deberes porque él quería la atención de Eva; él quería oír a Adán decir de él: «¡Qué hijo bueno tengo yo!». Él quería el elogio, el incienso, el consuelo de ser bien querido y bien visto. En el fondo, él hacía todas las cosas por amor propio. Este amor propio lo llevó a matar al hermano. ¿Por qué? Porque ese amor propio formaba parte del maligno. […] Egoísta, hijo del pecado y llevando las marcas del pecado dentro de él. Era un hombre que hacía las cosas por puro interés. 2

Por tanto, Caín procedió de este modo por causa de su egoísmo y porque no tenía verdadero amor a Dios; solamente se amaba a sí mismo, teniendo como resultado la falta de amor al prójimo. Así siendo, sus obras se tornaron malas, al punto de matar su hermano. El propio Nuestro Señor declaró a Santa Catarina de Siena respecto a las maléficas consecuencias que el egoísmo trae: «[…] El egoísmo, que es la negación del amor por el prójimo, se constituye como razón y fundamento de todo mal. Él es la raíz de los escándalos, del odio, de la maldad, de los perjuicios causados a los otros».3

Sin embargo, ese episodio no tuvo su término en Caín; a través de él, se delineaba el horrendo camino de egoísmo adonde la humanidad rumbaría. Pues, si corremos los ojos en las Sagradas Escrituras, en ellas encontraremos innúmeros hechos en los cuales trasparece la carencia de amor al prójimo en los hombres, y cuánto ellos se ahogaron en la egolatría después de la caída original. El vicio y el pecado reinaban sobre el mundo y la humanidad necesitaba de una renovación que diese sentido a la existencia del hombre.

Una nueva luz brilla en el mundo entero: un mandamiento nuevo

En una insignificante gruta, junto a la ciudad de Belén, nació un Niño, trayendo la solución para el mundo. Él vino no solo para reparar los males humanos, sino también dar un nuevo rumbo a la humanidad, como nos indica Mons. Clá Dias: «Ya en su nacimiento, en un simple pesebre, aquel Divino Infante reparaba los delirios de gloria egoísta codiciosamente buscada por los pecadores. Él se encarnaba para hacer la voluntad del Padre y, así, darnos el perfectísimo ejemplo de vida».4

Emanaban de él afabilidad, dulzura, un deseo enorme de hacer el bien, una sed ardiente de perdonar, atrayendo a todos e inculcándoles confianza. Cristo iba promoviendo una renovación de las costumbres y modos de ser de los hombres de todas las condiciones, de todos los tiempos y naciones: «Nuestro Señor Jesucristo […] predicó en el mundo el amor al prójimo. Y, sobre esta base enteramente nueva, Él renovó la Tierra, a tal punto que la historia quedó dividida en dos grandes períodos: la era anterior al nacimiento de Él y la Era Cristiana».5

Así fue durante toda su vida terrenal: un abismo de bondad, amor y misericordia. Entretanto, podríamos pensar que eso solo cabe realizar a Dios, y no a los hombres. Ahora, si el Divino Maestro nos dejó un ejemplo a seguir, quiere decir que ese es el camino por el cual debemos trillar: «Amó a cada uno de nosotros para que nos amásemos unos a otros».6

¿Pero cuál es este camino? La ley mosaica era muy precisa: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, toda tu alma y todas tus fuerzas» (Dt 6, 5); y: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Lv 19, 18). Sin embargo, Jesús amplió ese precepto cuando dijo: «Os doy un nuevo mandamiento: Amaos unos a otros. Como yo os he amado, así también vosotros debéis amaros unos a otros» (Jo 13, 34). Por este nuevo mandamiento, mostraba que no bastaba amar al prójimo, sino era necesario amar como Él amaba: en función de Dios y sin pretensiones.

El amor así practicado nos renueva. Por él seremos hombres nuevos, herederos del Nuevo Testamento […]. Este amor, hermanos queridísimos, renovó también los antiguos justos, los Patriarcas y los Profetas. Y después renovó los santos Apóstoles. Es todavía el mismo amor que renueva presentemente a todos los pueblos, y congrega todo el género humano que se esparce por el universo, haciendo de él el pueblo nuevo. […] La renovación adviene de la práctica del mandamiento nuevo. […] Oigan y guarden esta enseñanza: «Os doy un nuevo mandamiento: que os améis unos a otros. No como se aman los corruptores, ni como se aman los hombres como hombres, sino como se aman los hombres como son dioses y todos hijos del Altísimo». 7

Por tanto, es a eso a lo que Nuestro Señor nos invita: tener un amor por el prójimo llevado a un alto grado, al punto de, si es preciso, uno dar la vida por el otro. Seamos santos, amándonos unos a otros por amor a Dios.

Por Emelly Tainara Schnorr

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1 BERTHE, Augustin. Relatos Bíblicos. Trad. António Carlos de Azeredo et al. Braga: Civilização, 2005. p. 24.
2 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Homilia da 5ª feira, da I Semana do Tempo do Natal. Caieiras, 5 jan. 2006. (Arquivo IFTE). As matérias extraídas de exposições verbais – designadas neste trabalho, segundo sua índole, como «conferências», «palestras» ou «homilias» – foram adaptadas para a linguagem escrita.
3 SANTA CATALINA DE SIENA. O Diálogo. Trad. João Alves Basílio. 8. ed. São Paulo: Paulus, 2004. p. 38.
4 CLÁ DIAS, João Scognamiglio. Paz! Onde estás? Op. cit. p. 12.
5 CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. A Igreja: formadora de uma civilização. In: Revista Dr. Plinio. São Paulo: Retornarei, n. 41, ago. 2001. p. 16.
6 SAN AGUSTIN DE HIPONA. A Ceia do Senhor. Trad. José Augusto Rodrigues Amado. Coimbra: Coimbra, 1952. Vol. IV. p. 85.
7 Ibid. p. 82-83.

 

 

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