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Jesús y yo somos uno – II Parte

Redacción (Jueves, 31-07-2014, Gaudium Press)

Resoluciones y metas de vida

A lo largo de su vida, Dina tomó numerosas resoluciones y las cumplió eximiamente. Cuando era estudiante, proclamó: «Prefiero la muerte a corromperme». En el postulado, su meta fue: «Si comienza, comience con perfección». Y en la vida religiosa visaba «amar y sufrir». Como hiciera Teresa de Lisieux, pocos años antes, ella tomó la firme resolución de ser «una santa». Y, para guiarse en ese camino, adaptó el principio de San Agustín ‘ama et quod vis fac’ (ama y haz lo que quieres), transformándolo en el lema que caracterizó toda su espiritualidad: «Amar y dejarse conducir por Jesús y María».

En efecto, fue por las manos de la Virgen Santísima que a los 13 años se consagró a Jesucristo como esclava de amor, según el método enseñado por San Luís María Grignion de Montfort.

En la oración inicial de su Autobiografía, ella agradece a Nuestro Señor todo cuanto Él le concedió por medio de su Madre Santísima: «¡Sin excepción alguna, Vos me concedisteis vuestras gracias por medio de María, Vuestra y mi bondadosa Madre, a quien quiero tanto! Y es mi deseo constante dejarla actuar libremente en mi vida, para promover Vuestra obra en mí».

Luchas de alma y ofrecimiento como víctima

Cuando llegó el tiempo de los estudios, Dina entró al Colegio Bellevue, un internado religioso dirigido por las hermanas de Notre-Dame, en el cual su primera oración a Jesús fue: «Que yo nunca os ofenda ni con el menor pecado venial voluntario, durante mi permanencia aquí». Allá comenzaron las luchas que, debido a su índole tímida y reservada, tendría que trabar durante toda su vida. «¡Yo buscaba sonreír a todo el mundo, pero cuánto preferiría estar sola!» Por ocasión de una visita de su madre, ella le confidenció esa dificultad: «¡Mami, no es fácil vivir con otras personas!».

Dina cuenta con toda simplicidad que en el primer viernes del mes de octubre de 1911, mientras las estudiantes se dirigían a la capilla para hacer una visita al Santísimo Sacramento, ella consagró su virginidad a Nuestro Señor. Fue también por esa época que se ofreció como víctima de amor: «Mal oyera hablar de esa donación de sí mismo, conocida como el ofrecimiento heroico, yo ya me ofrecí; me abandoné enteramente a la voluntad de Jesús, como su víctima». Inflamada por el deseo de entregar la vida, estaba segura de que le sería dada la gracia del martirio del amor.

Todavía en aquella época, antes de tornarse religiosa, adoptó una «regla de vida», con hora segura para las oraciones matutina y vespertina, comunión, rosario, meditación y confesión semanal. Y dejó al Divino Artesano de su alma la tarea de guiarla en secreto.
Apenas supo del inicio de la 1ª Guerra Mundial, en 1914, se ofreció una vez más a Nuestro Señor, de cuerpo y alma, en espíritu de reparación y de amor: «Me quedé afligida, sobre todo, por el peligro moral que amenazaba al mundo».

Estudios en Nueva York

Después de haber terminado los estudios en el internado, ya con 16 años, volvió a vivir en su casa. Sus padres decidieron que debería continuar con el estudio de la música, que iniciara de pequeña. Este arte le aproximaba a Dios y le ofrecía cada una de sus notas al piano como un acto de amor, constituyendo para ella una verdadera oración, pues su corazón pertenecía solamente a Dios.

Algunos meses más tarde, pidió al director espiritual para entrar al convento de las Hermanas de Notre-Dame, de Villa-María, pero fue aconsejada a postergar su decisión por la negativa de los padres. Cumplía las obligaciones sociales con dignidad, daba conciertos, a pesar de estos costarle un esfuerzo enorme, y llegó a ser una pianista de cierto renombre. Siempre tuvo un verdadero amor al prójimo, siendo muy sensible a la cortesía y al buen trato. Pero en el fondo siempre pensaba en su deseo de ser religiosa. Le surgió, entonces, una buena oportunidad de perfeccionar, en un Conservatorio de Nueva York, sus estudios de piano, armonía y composición. La oferta era tentadora: «Me gustó el plan, pues apreciaba apasionadamente el arte y la belleza. Y siempre deseé la perfección.»

Sus padres dudaron, pero aconsejados por el párroco que insistía en eso consintieron, pensando que sería una buena experiencia para su formación y, de 1916 a 1918, ella estudió en los Estados Unidos. Siendo del Canadá francés, tuvo dificultades para comunicarse en inglés, pero encontró consuelo en la música, ya que el piano tiene el mismo sonido en cualquier país… Vivía en la residencia Nuestra Señora de la Paz, dirigida por las religiosas de Jesús-María, y estudiaba bastante en el Conservatorio, sintiendo fuerte atracción por la armonía musical, materia que más le gustaba. Al término de esa experiencia en Nueva York, su relacionamiento con Nuestro Señor se había profundizado y su consciencia permanecía sin mancha alguna: «Tuve que seguir la moda y sus caprichos en lo que decía respecto a los colores y tejidos, pero evité vigorosamente sus exigencias extravagantes y culposas».

Camino de perfección y vida religiosa

Cuando Dina retornó de Nueva York, contaba con 21 años. En los cuatro años que transcurrieron hasta su entrada a la vida religiosa, en 1921, los cuales pasó en la casa de sus padres, rezó mucho y pasó por tremendas arideces de alma.

Continuó un curso de armonía por correspondencia en el Conservatorio de Nueva York y seguía con los conciertos musicales. Le gustaba mucho la música. Pero la vida contemplativa le encantaba y ese contraste de la vida del mundo con sus aspiraciones le probaba el alma. A veces podía oír la voz de Cristo en el fondo de su corazón, pero quedaba incierta, con recelo de estar siendo víctima de alguna ilusión; después, sin embargo, se tranquilizaba: «Yo notaba que Jesús solo me hablaba al corazón cuando todo estaba absolutamente calmo». En una ocasión, Nuestro Señor le mostró un camino lleno de espinas por el cual Él había pasado, manifestando el deseo de que ella lo siguiese. Para ayudarla, le dio a su Madre Santísima.

Cuando supo que Santa Margarita María había hecho un voto de perfección, Dina inmediatamente tomó la resolución de hacer en todas las ocasiones lo que era lo más perfecto, aunque no tuviese autorización para obligarse por un voto formal. «Me parecía que hacer algo menos perfecto sería señal de un amor tibio», escribió ella.

Delante de la duda sobre cuál comunidad religiosa debería escoger, el propio Jesús le comunicó: «Quiero que tú entres a la Congregación de las Religiosas de Jesús y María». Había sido fundada en Francia, en 1818, por Santa Claudine Thévenet, dedicada a la educación de las jóvenes. Allí fue recibida como novicia el 15 de febrero de 1922, adoptando el nombre de María Santa Cecilia de Roma.

El 15 de agosto de 1923 hizo la profesión religiosa, recibiendo la incumbencia de enseñar el arte musical para las alumnas de la Congregación.

Grandes experiencias místicas

Antes de entrar en la plena alegría de la unión con Cristo, en los albores de su vocación, ella había sentido el tormento de la «noche oscura del alma». Entretanto, en ese período de pruebas se fortaleció su vocación y recibió diversas gracias, entre las cuales la de un rompimiento tan profundo con su pasado, que ella se sentía como si hubiese muerto y nacido nuevamente.

En los primeros tiempos de su vida de religiosa, Dina recibió por dos veces una singular gracia de amor: en una experiencia mística, ella «vio» a Jesús llevar su corazón y dejar el de Él en su lugar. Después, ya profesa, ella «vio» una vez más a Jesús mostrarle su corazón, que Él había llevado para sí, quemarlo todo en el altar de su amor, así como ella misma, y soplar sobre las cenizas, haciéndolas desaparecer, y quedando Él mismo en su lugar.

Jesús le avisó además que ella moriría el 15 de agosto de 1924, exactamente un año después de su profesión. Cuando llegó ese día, ella no murió físicamente, pero Él le dio a entender que místicamente había muerto para este mundo y su unión eterna con Él había comenzado.

El 3 de octubre de ese mismo año, le fue permitido hacer el tan deseado voto de perfección. En una linda formulación, prometió a Jesús hacer, en cualquier circunstancia, todo del modo más perfecto, en los pensamientos, deseos, palabras y acciones. Ella se entregó a Dios con confianza y con plena consciencia de su propia fragilidad.

Es Cristo que vive y habla en Dina

Después de esa fecha, habiendo Dina «desaparecido», es solamente la voz de Cristo que domina su autobiografía. Él le habla con una ternura emocionante y en ella encuentra la mayor receptividad posible.

Cierto día, en la fiesta del Nombre de Jesús -que ella consideraba su fiesta, una vez que había sido substituida por Cristo- escribía: «Desde el mediodía, mi dulce Maestro me ha atraído a sí con una ternura inefable… Después de mi examen de consciencia, noté que estaba gozando de la presencia sensible de Jesús. Y Él me dijo delicadamente: ‘¡En honra a mi fiesta!’ ¡Oh! ¡Cuánto me gustaría poder poner en palabras la dulzura de Jesús!».

Muchas veces, antes de entregarle su cáliz o su cruz, para que ella sufriese con Él, pedía su consentimiento con su acostumbrada gentileza: «¿Aceptas?». De un modo que la dejaba sin palabras de tanto amor: «El sufrimiento de mi Corazón es el martirio del amor; y es esto, mi pequeña esposa, que le estoy dando».

Jesús le hablaba de la necesidad de que sus sacerdotes tengan una perfecta vida interior: «Mis sacerdotes… ¡Oh! ¡Cuánto los quiero! Yo los llamo a ser otros Cristo, a ser réplicas mías. […] Ofrezca a mi Padre, por mis sacerdotes, el espíritu de oración de Mi Corazón, Mi espíritu de oración, la perfecta unión de mi Corazón con Él. Esto es lo que falta a la mayoría de mis sacerdotes: espíritu de oración y una intensa vida interior. […] Demasiados religiosos y almas sacerdotales no comprenden que los sacrificios que les pido son llamas de amor que se van desprendiendo de mi Divino Corazón para arrastrarlos y santificar su humano corazón».

Por la pluma de Dina, Jesús se manifestaba a la humanidad, olvidada de su amor: «Mi Corazón está tan desbordante de amor por las almas que ya no consigue más atajar los torrentes de gracias que a mí me gustaría derramar sobre ellas: pero la mayoría de las almas no quiere tener nada que ver con mi amor…».

«Las almas se ponen tristes en la medida en que se distancian de Dios. El gran deseo de mi Padre, y el mío, es de ver todas las almas felices, todavía en esta tierra».

Un cántico de amor

Dina falleció el día 4 de septiembre de 1929, apenas siete meses antes de completar la «edad perfecta», en que Cristo entregó Su vida por nosotros en la Cruz: 33 años. En los sufrimientos de la enfermedad que la llevó a la muerte -la tuberculosis-, Jesús aceptó su ofrecimiento como víctima, tomándola en tan joven edad.

En sus últimos escritos, de julio de 1929, en un «cántico de amor», Nuestro Señor abraza, por medio de ella, la humanidad entera:
«Ninguna invocación responde mejor que ésta al inmenso deseo de mi Corazón Eucarístico de reinar en las almas: ‘Corazón Eucarístico de Jesús, venga Vuestro reino, por el Inmaculado Corazón de María’. Y a mi infinito deseo de comunicar mis gracias a las almas, ninguna invocación responde mejor que esta: ‘Corazón Eucarístico de Jesús, abrazado de amor por nosotros, abrazad nuestros corazones de amor a Vos’ «.

Por la Hna. Elisabeth Veronica MacDonald, EP

* * *

La Hermana María Santa Cecilia de Roma fue beatificada el 20 de marzo de 1993, por Juan Pablo II, y sus restos mortales reposan en la nueva capilla de la comunidad de Sillery, en Quebec.

Todas las citas fueron extraídas de BÉLANGER, Dina. Autobiography. Edition revised and update. 3a. ed. Atelier Rouge: Quebec, 1997

 

 

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