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Poema sinfónico y posmodernismo

Redacción (Viernes, 05-09-2014, Gaudium Press) Poema sinfónico: Idea interesante pero de ejecución inconclusa, como casi todo lo del Romanticismo.

La música es el arte de las nociones volátiles, imponderables, difíciles de atrapar en un solo concepto. «La menos mono-conceptual de las artes», dicen algunos académicos. Y el Poema Sinfónico, el arte de narrar con sonidos armónicos, acontecimientos reales o legendarios donde son los instrumentos los que representan a los personajes.

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Franz Lizt (1811-1886) fue el pianista de origen húngaro que dio el primer paso en esa dirección seguido de notables como Berliotz, Dvorak, Richard Strauss y otros que llegaron a musicalizar a Don Quijote o al propio Zaratrusta de Nietschze. La idea va más allá del «Son et lumiere» -el fabuloso espectáculo que está desapareciendo en nuestros días- pero aquella se quedó a mitad de camino no propiamente por lo que podría ser lo colosal de su implementación escénica (que no lo es si se compara con una ópera o una zarzuela) sino por un misterioso estancamiento del que algunos críticos musicales hacen responsable al modernismo.

 

Hay quienes se han atrevido a denominar Poema Sinfónico la película Fantasia de Disney, lo cual significaría que el cine arruinó la idea de los compositores que deseaban expresar genialmente con abstracciones musicales orquestadas, poemas, epopeyas y leyendas, temas extraídos de la literatura o de la pintura para volverlos armonía sonora sin que necesariamente se transformara en una complicada ópera o en comedia musical. Porque una cosa es hacerle trama, argumentos y personajes a una pieza musical y otra es darle música y representatividad orquestada a personajes de la literatura ya creados.

Los compositores románticos se decidieron por lo dramático y frecuentemente sentimental, sin embargo la idea del Poema Sinfónico parecía querer remontarse mucho más alto y algo se lo impidió, como se lo impidió también a todos aquellos fenómenos culturales que reaccionaron contra el racionalismo áspero que inoculó en la civilización occidental las ideas de la revolución francesa, y que terminaron convirtiéndose en sentimentalismos lagrimosos y suicidas en el siglo XIX.

Transformar en música una obra literaria o una escena atrapada en la pintura e incluso en la escultura, en suma, musicalizar orquestalmente un suceso cualquiera, grandioso o de poca importancia, pareciera como destilar lo más esencial y sutil de los fenómenos sociales, ideológicos e incluso algunos políticos. El Poema Sinfónico más que un género musical es un fenómeno de tipo cultural que intenta develar pública y armónicamente las profundidades psicológicas no solamente de un tema y sus personajes sino también del propio autor.

Todo parece indicar que el Poema Sinfónico ha podido alcanzar cumbres de expresión teológica inimaginables, sacándonos de un mundo tan antropocéntrico y prosaico como el que vivimos hoy, siempre al borde de la guerra y la destrucción masiva. Nos ha podido llevar más allá de lo meramente humano o de lo mitológico, para ayudarnos a conocer y amar más al verdadero Dios. Aunque nació ya romántico, es eso precisamente la prueba de que algo lo clamaba y reclamaba en el alma humana después de la tempestad de irreligiosidad que se sembró a bayoneta calada y cañonazos en el siglo XVIII.

Género musical o fenómeno cultural, el Poema Sinfónico fue desviado de una trayectoria estelar que como legítima reacción, había levantado vuelo del nido de la Civilización Cristiana. Todavía parecía ir más allá de lo que a su modo intentó plantear el Auto Sacramental en ese mismo siglo, probablemente otra víctima del estancamiento en que nos hundió el modernismo cuando la ilustración del Conde de Aranda en España le cortó las alas en pleno vuelo prohibiéndolo arbitrariamente.

Por Antonio Borda

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