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La torre de Babel y el caos contemporáneo

Redacción (Lunes, 15-09-2014, Gaudium Press) El diluvio provocó la muerte de todo el género humano, con excepción del justo Noé y su familia que se encontraban en el arca. De cierta forma, después de ese terrible castigo surgió una nueva humanidad y, como dijera a Adán y Eva, Dios ordenó a los hijos de Noé, que se llamaban Sem, Cam y Jafet: «Sed fecundos, multiplicaos y llenad la Tierra» (Gn 9, 1).

Actitud innoble de Cam

Noé tuvo el cuidado de traer en el arca los restos mortales de Adán, los cuales fueron posteriormente enterrados en un monte próximo a la ciudad de Jerusalén.

Estaba él con 600 años de edad, se dedicó a la agricultura y plantó una viña. Cuando surgieron las uvas, hizo vino y, desconociendo los efectos de esa bebida, la tomó y cayó en sueño profundo en el interior de su tienda, donde inconscientemente se desvistió.

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Construcción de la Torre de Babel, Museo del Duomo, Pisa

Cam, entrando a la tienda de su padre, lo vio en ese estado y se burló de él junto a sus hermanos. Estos, llenos de respeto, cubrieron a Noé el cual, al despertar, informado del pésimo procedimiento de Cam, lo maldijo, declarando que sus descendientes serían sumisos y esclavos de los hijos de Sem y Jafet; y bendijo a estos últimos.

El justo Noé vivió más 350 años y murió con la edad de 950 años (cf. Gn 9, 28-29). Vale agregar que los años referidos por el escritor sagrado, Moisés, «eran compuestos de doce meses, con 30 días por mes».

La confusión de las lenguas

Los descendientes de Sem, Cam y Jafet se multiplicaron y, desplazándose en dirección al sudeste, llegaron a una planicie llamada Senaar, donde decidieron edificar una ciudad y una torre que llegase «hasta el cielo» (Gn 11, 4), para celebrar su memoria. Todo ese plan era fruto del orgullo.

Hasta entonces, todos hablaban la misma lengua. Y Dios, para castigarlos, confundió su lengua, de tal modo que no se entendían más y acabaron dispersándose. «Por eso la ciudad recibió el nombre de Babel, Confusión» (Gn 11, 9). Esa ciudad, que posteriormente se llamó Babilonia, fue fundada por Nemrod, «feroz nieto de Cam», el cual se tornó poderoso e impuso a mucha gente su dominio.

La lengua es instrumento para la expresión de ideas. Así, la confusión de las lenguas fue consecuencia del desorden de ideas.

Antes de la torre de Babel, la humanidad tenía nociones claras respecto a Dios, de la finalidad del hombre, del orden del universo. Después, la inteligencia de los hombres fue disminuyendo y algunos pueblos decayeron tanto que se precipitaron hasta en la idolatría.

Descendientes de Sem, Cam e Jafet

Con la dispersión, los descendientes de Noé se esparcieron por diversas regiones, como describe detalladamente el historiador judío Flávio Josefo. Los hijos de Jafet ocuparon parte de Asia y Europa. Los de Cam a Siria, Egipto, Etiopía, Libia; y Canaán, el cuarto hijo de Cam, se estableció en Judea, a la cual dio el nombre de Canaán.

Sem tuvo cinco hijos que extendieron su dominio desde Asia, a partir del río Éufrates, hasta el Océano Índico. De ellos provinieron los persas, los asirios, los caldeos y los hebreos. Estos recibieron tal nombre debido a Héber, uno de los descendientes de Sem. Escribiendo sobre los antepasados de Nuestro Señor, afirma San Lucas que Jesucristo desciende de Sem (cf. 3, 36).

El caos de nuestros días

Los constructores de la torre de Babel eran movidos por el vicio del orgullo, y Dios los castigó con la confusión de las lenguas y la dispersión.

El mundo de hoy, impulsado por la soberbia, quiere instituir una sociedad sin Dios e incluso contra Dios, y por eso padece de un caos mucho mas grave y profundo. Sí, porque abarca no sólo el lenguaje sino a todo el hombre; muchas personas promueven deliberadamente ese caos en todos los campso de la actividad humana, y algunos escritores llegan hasta a propugnarlo en sus obras.

El auténtico católico desea el orden, que es lo opuesto del caos. Y el orden es la recta disposición de las cosas según su naturaleza y su fin, conforme a la respectiva jerarquía de valores. Instaurado el orden en el propio hombre y en la sociedad, por la práctica de los 10 mandamientos -lo que solo se consigue por la gracia divina- podemos alcanzar la paz, que según enseña San Agustín, es la tranquilidad en el orden.

Por Paulo Martos

 

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