jueves, 18 de abril de 2024
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Contemplación del universo: el fascinante camino de la detención en los "objetos absolutos"

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Redacción (Lunes, 13-10-2014, Gaudium Press) La más alta definición de contemplación leída en toda mi vida es sin duda alguna la de Plinio Corrêa de Oliveira, no por lo resumitiva o abarcativa, o por la precisión, coherencia e interconexión adecuada de los términos empleados, sino porque es una preciosa enunciación surgida desde un panorama muy novedoso, que son sus valiosísimas y muy útiles doctrinas sobre el Absoluto.

Decía el Profesor brasileño que contemplación es la detención de la atención humana, de la inteligencia humana, sobre un determinado «objeto absoluto». ¿Y qué es un objeto absoluto? Es un objeto donde brilla el Absoluto, Dios. Expliquémoslo rápidamente.

Dios se manifiesta en los seres creados, de forma natural y en ocasiones -no tan raras- con ayudas sobrenaturales. Es por ejemplo un atardecer que «casualmente» observamos cuando viajamos de una ciudad a otra, y que en cierto momento brilla para nosotros con una luz especial. Sus matices, sutilezas, combinaciones y colores nos causan un especial deleite, nos hablan de grandeza, de infinito, de belleza: en definitiva nos hablan de Dios, en Quien se personifican todas las cualidades, dones o virtudes. Son esos momentos en los que un ente se nos convierte en el «objeto absoluto»; sentimos en él el «objeto absoluto», pues Dios se nos ha manifestado particularmente en él, y es entonces que ese ser se vuelve la ocasión para contemplar al Creador.

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La contemplación -como no podía dejar de serlo cuando es auténtica- termina siendo de Dios, pero con la particularidad esencial de que esta vía de la que estamos hablando es una mirada a la Divinidad a partir de la consideración de un ser creado.

Del proceso anterior no entraremos ahora a desvendar qué es natural y qué es sobrenatural. Lo cierto es que todos hemos degustado momentos así; nos hemos deleitado con esas exquisitas «vivencias», que no son otra cosa que comunicaciones de Dios, las cuales al tiempo que nos son muy reales y nos llenan de alegría, comunican una energía toda especial a nuestros espíritus para la práctica del bien. Volvamos a un ejemplo, que a esta vía le gustan los ejemplos, pues son concretos.

Recordamos cuando estuvimos años atrás en Versalles, el Palacio de Luis XIV (fotos adjuntas). Siempre hemos sentido una especial atracción por las puntas, y la ausencia de éstas en su fachada aplanada, y en general la horizontalidad del palacio, fueron un tanto lamentadas en nuestro espíritu. Entretanto su grandeza, imponencia y majestad, su luminoso Parterre de Agua delante del Salón de los Espejos, seguido en perspectiva cuasi infinita por el ancho e interminable Gran Canal, además de sus otros múltiples encantos exteriores, transportaron nuestro espíritu a un reino de belleza y grandeza. Belleza que nos habla de la Belleza de Dios; grandeza reflejo de la Grandeza Divina, de la que la grandeza de todo el universo no es sino un pálido reflejo. Esa vivencia de la grandeza y de la belleza, nos hacía más fácil la virtud de la religión, de rendir el debido tributo al Bello y Gran Dios.

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O el ‘flash’ (léase: visión «sensible» de algo de la divinidad en un «objeto absoluto» -después con la ayuda de Dios hablaremos de este término) que tuvimos con algo mucho más sencillo, un lindo rosario de malaquita de tamaño medio que un querido amigo tuvo la bondad de regalarnos. Es cierto que ya habíamos vivido un ‘flash’ con un estupendo vaso de esta verde piedra en el Museo Metropolitano de Nueva York y los recuerdos de esa «visión» revivieron en el espíritu en el momento en que nos fue obsequiado el preciado objeto sagrado. Pero el verde de diversos y definidos tonos de cada bolita, unidas armónicamente con cruz y medalla en un objeto de uso diario que sirve para ir al cielo, nos declaró de forma viva cuanto la Virgen -reflejo perfecto de Dios- es fuente de esperanza, es camino seguro de salvación, de cómo María Santísima es el sagrario y la escuela de la Piedad, de la sublimidad. Y quien habla de esperanza, de piedad y de sublimidad, al personalizarlas, está hablando de Dios. Este ‘flash’ nos movía más a la humildad, nos convocaba a la oración y nos facilitaba la oración.

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Y cuantos otros «objetos absolutos» más…

Esta vía de contemplación también es de unión transformante. Pues como dice el sentido común, uno se transforma en aquello que ama, y la alegría que nos aporta la contemplación de los «objetos absolutos» hace que amemos crecientemente los valores que por su intermedio nos son expuestos, los cuáles son finalmente atribuciones del Ser Divino. Por ahí se comienza a entender esa frase un tanto misteriosa pero cuán profunda de Santo Tomas, cuando dice en De Veritate que «la última perfección a que puede llegar el alma consiste en reproducir en ella todo el orden del universo y sus causas» (Cfr. «La última perfección a la que puede llegar el alma», Gaudium Press, 7-III-2011). Porque en el fondo de esa manera se reproduce en sí a Dios, a través de la contemplación de la creación.

Probablemente mucho de eso está relacionado con la espiritualidad de San Francisco de Asís.

Por Saúl Castiblanco

 

 

 

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