jueves, 28 de marzo de 2024
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El guardián del Tesoro

Redacción (Viernes, 02-01-2015, Gaudium Press) Aquel nobilísimo varón debía tener cualidades extraordinarias para el combate y la lucha que se deducen de lo que nos narra el Evangelio acerca de él.

Si no hubiera dicho de San Juan Bautista Nuestro Señor que fue el mayor hombre nacido de mujer, se hubiese podido decir eso mismo también de San José, afirmó en alguna ocasión el Dr. Plinio Corrêa de Oliveira en una de las tantas reuniones en que habló del padre adoptivo de Jesús, el legítimo esposo de María. No podía ser un cualquiera a quien la Santísima Trinidad confiara el más precioso tesoro de la creación.

sanjose_gaudium_press.jpgEn sus letanías se le invoca como casto guardián de la Virgen y celoso defensor de Jesucristo. No fue menos y lo fue mucho más. Al lado de ello un altísimo sentido de la responsabilidad como el mejor cabeza de familia de todos los tiempos. Obediente a Dios y a las autoridades de aquel entonces, emprende el viaje a Belén para censarse en la ciudad de sus antepasados según el mandato del Emperador. María Santísima está grávida en una situación delicadísima para emprender el viaje. Hay por menores de este y la resolución de emprenderlo en relatos de los Apócrifos, en la Beata Catalina Emmerick y en Sor María de Ágreda. No riñen con el espíritu del Evangelio y acrecientan nuestra fe y gratitud.

Caminos duros, polvorientos e inseguros, posadas incómodas y bulliciosas. Gentes de todo tipo pero en su mayoría vulgares y egoístas sin mucho sentido de la caridad ya casi extinguida entre los judíos y que precisamente Jesús venía a reinstaurar otra vez con sus prédicas y ejemplo. No sabemos con seguridad si atravesó la Samaria o prefirió contornarla como acostumbraban algunos judíos y galileos para evitar vejámenes y atropellos. De todas maneras el camino era largo y lleno de zozobra. José tenía que hacer respetar su joven y bella esposa, máxime ahora que sabía bien quién era ella en realidad.

sanjose2_gaudium_press.jpgPero de los desplazamientos que tuvo que hacer para proteger el tesoro, es sin duda el viaje al lejano Egipto el más fatigante y peligroso. Cayado en mano con punta de hierro como acostumbraban los judíos armarse para viajes largos y peligrosos, paso largo, rápido y firme, llevando de cabestro el burrico con su preciosa carga a cuestas, el hombre de Dios, el frecuentador de algunos de los monasterios Esenios, el príncipe de la casa de David, el ‘anawin’ o sencillo de Dios sin pretensiones, que esperaba como otros pocos sin condiciones ni exigencias al Mesías prometido, debía infundir respeto e incluso cierto temor reverencial a su paso. En las letanías que se le rezan debía incluirse algo así como: San José, valiente y serenísimo, rogad por nosotros. Si no hubiera sido él de esa manera, ciertamente Dios no le habría confiado el tesoro que significaba la oportunidad de nuestra redención.

Cuando venga el Reino de María prometido por Nuestra Señora en Fátima, con certeza San José desempeñará un papel muy importante en la devoción de los súbditos de la Virgen. Protector especial de mujeres y niños desvalidos, aguerrido defensor de los mancillados por la injusticia mundanal de los arrogantes y abusivos. San José será visto como un gran señor, un hidalgo manso, sin miedo y si reproche, cabal, cumplido, responsable y serio. Un adecuado intercesor para momentos en que padecemos particulares injusticias de un prójimo materialista y sin ideales.

Por Antonio Borda

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