viernes, 19 de abril de 2024
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Luz: simplemente la luz

Redacción (Jueves, 22-01-2015, Gaudium Press) Ô Soleil ! toi sans qui les choses Ne seraient que ce qu’elles sont ! Esa frase en francés podría ser traducida como: Sin el sol las cosas son sólo lo que son…

La luz, de hecho, derrama sobre la realidad matices, que la propia realidad no tiene. Trae un mundo de verdades revestidas con ropas de gala y produce en el conocimiento humano un encanto que ayudará al entendimiento en las deducciones sobre el mundo que lo rodea.

Es como el juego de una piedra preciosa con la luminosidad que recibe del exterior: el brillo viene de fuera, pero el diálogo, la respuesta, las mil correspondencias de cintilares, como las informaciones y las ideas, se producen dentro de la joya.

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Encontramos en las varias lenguas la palabra «luz» escrita y hablada de modos diferentes.

En el idioma portugués ella es, simplemente: luz. Apenas tres letras que parecen brillar en la elegancia de la «l», en la profundidad de la vocal «u», y en la consonante «z», que parece lanzar sobre la palabra, con su simplicidad, luz.

En francés, luz es «lumière». Tanto la expresión escrita, como la pronunciación producen en el interlocutor una sensación agradable de brillo, pureza, esplendor.

La tierra es iluminada por el sol. Él da vida a todos los vivientes; es fuente de iluminación y calor; hace crecer vegetales y animales. Cuando Dios creó la luz vio que había en ella bondad.

«Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas». (Gn 1, 4), y todavía, «Dios llamó a la luz día, y a las tinieblas noche. Sobrevino la tarde y después la mañana: fue el primer día». (Gn 1, 5) A ese primer día se sucedieron otros. Vinieron las décadas, los siglos y milenios, marcados por las puestas del sol y auroras. Y sobre ellas alternándose siempre, luz y tinieblas.
La luz representa siempre el bien, las tinieblas el mal: Es arrojado de la luz a las tinieblas, es desterrado del mundo. (Job 18, 18). No hay entre esos dos elementos una composición, una concertación, un apretón de manos.

La falta de la luz también es señal de maldición. El santo Job canta ese versículo maldiciendo a aquellos que no pueden contemplar esa bondad de Dios. Afirma: «que las estrellas de su madrugada se obscurezcan, y en vano espere la luz, y no vea abrirse los párpados de la aurora». (Job 3, 9) Y, todavía en los labios de Job, encontramos luz como sinónimo de felicidad. Él se lamenta diciendo: «Esperaba la felicidad y vino la desgracia, esperaba la luz y vinieron las tinieblas». (Job 30, 26)

Dios dio al hombre la inteligencia que lo distingue de los animales: es la luz de la razón. Ella es más bella que las auroras, las constelaciones y las piedras preciosas. Pues, es a través de esa luz de la razón que el hombre puede ver, juzgar y actuar. Por esa luz puede amar a su Creador y saber que existe. En esa luz él consigue entender y hacerse entender con sus semejantes.
Y cuando, por culpa propia, el hombre actúa contra la ley Divina o natural; se oscurece su juicio y cabe la pregunta: «ellos poseyeron luz suficiente para poder explorar el orden del mundo, ¿cómo no encontraron ellos más fácilmente aquel que es su Señor?» (Sb 13, 9).

Y esa indagación gana más fuerza y significado en nuestros días, cuando las incontables crisis asolan al planeta: «El ser humano parece afectado en su discernimiento, pues son rebeldes a la luz, no conocen sus caminos, no habitan en sus veredas. (Job 24, 13)

¿Cuál es la solución para una crisis tan universal?

«Yo soy la luz del mundo; aquel que me sigue no andará en las tinieblas, sino tendrá la luz de la vida», dice el Señor. (Jn 8, 12)

Por Lucas Miguel Lihue

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