viernes, 29 de marzo de 2024
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Las añoranzas del mundo futuro, ideal pero real

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Palacio de Peterhof, cuerpo central – Foto: Paweesit

Redacción (Lunes, 03-03-2015, Gaudium Press) Decía Plinio Corrêa de Oliveira que cuando se apetece algo bueno que finalmente se termina poseyendo, la posesión de ese bien no llega a satisfacer por entero el deseo que se experimentaba cuando aún se tenía la ‘añoranza’ de este mismo bien. Y esto en buena medida porque hay en el hombre otra sensación especial, tal vez no fácilmente descifrable pero real, y es la impresión de haber poseído ya ese bien, un bien que huyó y desapareció, y cuyo recuerdo habla de algo mayor de lo que actualmente se posee. Es el anterior un pensamiento un tanto complejo, pero que con el favor de Dios analizaremos, pues comprendido tiene utilidad monumental.

La idea-llave que desentraña el enigma es la siguiente: Existe en todo hombre una «matriz» de verdad, bondad y belleza, una «matriz de ansia de perfección», una «matriz de idealización» que recita en el interior de cada uno -con matices diversos, de acuerdo a cada vocación, a cada personalidad, según cada ‘luz primordial’- cómo deberían ser las cosas si fuesen mejores, cómo serían las cosas si fuesen perfectas, si fuesen ellas enteramente con-dicentes con la perfección de Dios. Es una matriz que implora por ser atendida.

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Foto: Rob

Es esa matriz algo muy interior y tambien locuaz, y cuando «habla» sus relatos describen un mundo ideal, un paraíso que aún no se ha conocido materialmente pero del que ya se tiene una noción más o menos global por las historias que ella va narrando. Por eso el Dr. Plinio hablaba más que de un deseo de una «añoranza»: es una nostalgia de algo que no se tiene pero que entretanto se conoció en sus líneas fundamentales. Es una añoranza que se ‘despierta’ particularmente cuando se entra en contacto con un objeto, un ambiente, con una realidad particularmente bella, y en ese sentido celestial.

Un ejemplo.

Imaginemos a alguien que ha trasegado en la vida por valles y colinas, que ha contemplado multicolores atardeceres y tal vez también oscuros pantanales, y que un día de ensueño tiene la oportunidad de visitar el maravilloso y Gran Peterhof, el Palacio del ‘Reino de las Fuentes’ de Pedro el Grande, en San Petersburgo. Si en el caminar de su existencia aún no se ha recubierto con demasiado hollín aquella «matriz de idealización», la vista de Peterhof será un fuerte estímulo a esta matriz, la pondrá en ‘funcionamiento’, la hará declamar, cantar, exultar.

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Iglesia del Palacio de Peterhof – Foto: Oleg Kovalenko

Esa melodía embelesada que su «matriz de lo perfecto» entonará a la vista de Peterhof, la escuchará a la manera de la voz y la presencia de un amigo que hacía tiempo no veía y que ahora ha reencontrado, un encuentro que tal vez no preveía pero que mucho ansiaba, un encuentro que proporciona suma alegría.

Nuestro figurado visitante de Peterhof recorrerá encantado sus salones ‘a la Versalles’; contemplará gozoso sus gigantescas lámparas de cristal; pisará sobre los parqués con delicadeza casi religiosa, se detendrá en «actitud de oración» delante de uno de los magníficos muebles; sentirá estar ‘flotando’ de admiración en frente de las fuentes escalonadas que abren paso a la sección central del gran palacio; descansará deleitado a la vista del gran canal que desemboca sereno en el ancho mar. En fin, vivirá un día de cuento de hadas en el ‘reencuentro’ de ese excelente y gran amigo llamado Peterhof.

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Foto: Annelle Burghause

Sin embargo, después de un tiempo y aún con la viva memoria del feliz reencuentro, ese mismo hombre sentirá que Peterhof sí era ese ‘amigo’, pero que más bien era una tarjeta de presentación de este amigo, y que realmente el compañero añorado era un Peterhof aún más perfecto, más prototípico, más arquetípico, más celestial. Es que su matriz nuevamente en funcionamiento ya le está describiendo un nuevo Peterhof soñado, más lindo que el de San Petersburgo, que guarda sí relación con el Peterhof ruso, pero que es el Peterhof que encontraría en el Reino celestial, donde habita en sede propia Dios, un Peterhof más proporcionado con Dios. Es esa matriz la sed de Infinito y Absoluto que existe en todo hombre y que no se sacia completamente sino con lo infinito.

A la vista del Peterhof de San Petersburgo la matriz de idealización exultó; pero tiempo después volvió a soñar y a sentirse un tanto insatisfecha siempre a la procura del Peterhof de los sueños de Dios. A la vista del Peterhof real de esta tierra la matriz produjo gran y profunda alegría; pero después generó nuevamente la nostalgia, con leve acento de tristeza…

Entretanto, se engaña el hombre si cree que podrá descansar deteniéndose en su caminar hacia la Perfección, hacia el Absoluto, para fruir de los placeres egoístas. El hombre sólo podrá gozar de algo de felicidad en esta vida si, aún en medio de las luchas que toda existencia comporta, avanza con paso firme hacia la perfección total. Y para ello debe seguir ‘usando’ de su matriz de ansia de infinito, de su imaginación, y de sus realizaciones auxiliadas por la gracia de Dios.

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Foto: Lapis Ruber

¿Cómo se trata a una dama? Siglos de tradición cristiana patentaron para siempre esas enseñanzas. Pero esto no siempre existió: no es sino preguntar a los bárbaros, los de antes y los de ahora. Entretanto, en medio de la barbarie, hubo un momento en que la matriz de idealización habló; luego ella fue secundada por una recta imaginación, y, finalmente, del esfuerzo iluminado por el buen sueño y sostenido por la gracia nació la cortesía, la delicadeza en la consideración del sexo femenino. Es una delicadeza y consideración que chocan con el bárbaro que todos llevamos en nuestro interior, que le exige al bárbaro yugular sus movimientos meramente animales; que le ordena al no tan buen salvaje intrínseco refrenar cierto impulso, fomentar aquel buen hábito. Pero al mismo tiempo que comprime, origina la dulce felicidad del trato cortés bañado por la virtud cristiana, del que tanto este mundo carece pero que aún valora.

¿Y si los hombres un día, cansados de tanto horror de tanto egoísmo y de tanta maldad, cediesen finalmente a la voz melodiosa y nostálgica de su «matriz de idealización», y pensasen en cómo sería la perfección idealizada de todas las situaciones o realizaciones de su vida? Ciertamente ese sería un movimiento auxiliado por Dios, que todos los días invita a que se haga aquí en la tierra su voluntad tal como se hace en el cielo. Sería un movimiento muy feliz, pues satisface los deseos más profundos del alma.

Ese sería el movimiento fundante de una nueva civilización.

Por Saúl Castiblanco

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