viernes, 29 de marzo de 2024
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"Aunque yo atraviese el valle oscuro, nada temeré"

Redacción (Lunes, 16-03-2015, Gaudium Press) La puerta para la eterna felicidad es estrecha como dice Nuestro Señor: «Procurad entrar por la puerta estrecha; porque, os digo, muchos procurarán entrar y no lo conseguirán» (Lc 13, 24). No siempre Dios premia a los suyos con consolaciones en la hora de la muerte. Muchas almas elegidas mueren en las noches oscuras de las pruebas, de la duda, del abandono, a semejanza de Nuestro Señor Jesucristo, que en lo alto de la Cruz gritó: «Mi Dios, mi Dios, ¿por qué Me abandonaste?» (Mt 27, 46). Él, que era Dios, quiso dejar su ejemplo para muchos que morirían no apenas sintiéndose abandonados, sino en el medio de terribles pruebas, las cuales, a veces, parecen contradecir la propia vocación recibida de Dios. ¡Es de ese modo que Dios acostumbra a tratar ciertas almas a las cuales ama mucho!

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Así sucedió con la virgen de Lucca, Santa Gema Galgani. Después de una vida repleta de demostraciones de predilección de parte de Dios, ella consumió su holocausto de amor en un tremendo abandono. En sus últimos días, se quedó sola, apenas asistida por algunas mujeres piadosas. Recibió todos los sacramentos, pero ninguna de aquellas personas que la habían guiado en la vida espiritual la acompañó en sus últimos instantes. «Este aislamiento fue ciertamente querido por la Providencia para elevar al más alto grado de martirio el mérito de su Sierva».1 Ella misma, minutos antes de la muerte, decía estar preparada para aquel momento terrible sin ningún consuelo de parte de Dios, como relata el Padre Germano, su biógrafo:

Finalmente, aniquilada por la vehemencia del mal, aplastada bajo el peso de inmensos dolores, atormentada en todas las facultades del alma y el cuerpo por los espíritus infernales, sin conforto ni del Cielo ni de la tierra, la inocente mártir elevó la voz casi apagada y pronunció estas últimas palabras: ‘Ahora es bien verdad que no puedo más. Jesús, encomiendo a vos mi pobre alma… ¡Jesús!’. Era el ‘consumatum est e o in manus tuas’ del Salvador expirando sobre la cruz.2

Incluso después de los sufrimientos de la enfermedad, ella no perdió la belleza angelical de su fisionomía. A tal punto que los presentes pensaban que ella dormía, pues en su rostro transparencia una serenidad celestial, como describe uno de los testigos:

Una dulce sonrisa brilló en los labios, inclinó dulcemente la cabeza y dejó de vivir del mismo modo que Nuestro Señor, según se lee en el Evangelio: ‘Et inclinato capite tradidit spiritum’. Inmediatamente su alma seráfica, recreada, como firmemente creo, por la presencia visible de su muy Amado Jesús, de su Madre, de su Ángel de la Guarda, de San Pablo de la Cruz que tantas veces invocaba en sus últimos momentos, de San Gabriel, de quien era muy devota, esta alma seráfica, cargada de coronas y palmas, voló hacia el seno de Dios. 3

¡En aquel completo abandono, Santa Gema no se rebeló, aceptó la desolación y bebió de esa copa amarga hasta la última gota!
También Santa Teresita del Niño Jesús nos ofrece un sublime ejemplo. Llegó ella a afirmar que su mayor deseo era morir, para estar bien cerca del Buen Dios. Y, al atender su amoroso pedido, el Señor no le envió ninguna gota de consuelo, como atestiguan las propias palabras de la Santa, dirigidas a su madre superiora:

– «¡Oh mi Madre, os aseguro, el cáliz está lleno hasta el borde!… ¡Pero el buen Dios, con toda certeza, no me abandonará!… ¡El nunca me abandonó!… ¡Sí, mi Dios, todo lo que quisieres, pero ten piedad de mí!» 4

Además de los sufrimientos que la enfermedad le causaba, hubo un tormento mucho mayor: terribles tentaciones contra la fe, que le atormentaban el espíritu. Pero su virtud fue en grado tan heroica que jamás se perturbó, ni se desvió de sus pensamientos elevadísimos. Al entrar en la agonía, invocó el nombre del Buen Dios con mucho amor y toda flexibilidad, dispuesta a aceptar lo que Él quisiese. Una de las religiosas presentes relata lo acontecido con aquella alma virginal que vendría a ser un gran ejemplo para los siglos futuros:

Apenas las hermanas se arrodillaron alrededor de su lecho, fueron testigos del éxtasis de nuestra santa moribunda. Su rostro retomó el mismo color del lirio, cuando en plena salud, sus ojos se fijaron en lo alto, brillantes de paz y alegría…la Hermana María de la Eucaristía se aproximó con una vela para ver más de cerca esa sublime mirada. La luz no provocó, en sus parpados, ningún movimiento. Ese éxtasis duró el espacio de un Credo, exhalando enseguida su último suspiro. 5

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Otro fulgurante ejemplo de heroísmo fue el de Santa Juana de Arco, la frágil niña que luchó como un valiente guerrero en el campo de batalla. Traicionada y presa por la Inquisición inglesa, Santa Juana de Arco se vio aislada por el propio Rey de Francia, Carlos VII, por quien ella había luchado valerosamente. Acusada de brujería, fue condenada a la muerte en la hoguera. En cuanto su cuerpo era consumido por las llamas, no cesó de repetir que no habían mentido las voces que le habían indicado el camino osado y glorioso de su vocación. ¡Supremo acto de fidelidad, en medio al completo abandono!

Si la muerte fuese el fin de todo, nada justificaría renunciar a una vida de gozo desenfrenado. Con su Resurrección, Cristo compró nuestra propia resurrección, dándonos la confianza de que con Él reinaremos eternamente: «Si nosotros hemos puesto nuestra esperanza en Cristo solamente para esta vida, seríamos los hombres más dignos de lástima» (I Cor 15, 19).

Por la Hna. Thaynara Ramos Siedlarczyk, EP

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1 San Estanislao, Germano de. Biografia da Serva de Deus Gema Galgani. 2. ed. Porto: [s.n.], 1923, p. 330.
2 Ibid. p. 331.
3 Ibid. p. 332.
4 Santa Teresita del Niño Jesús. Não morro… Entro na vida. Últimos Colóquios. 3. ed. São Paulo: Paulinas, 1981, p. 185.
5 Ibid. p. 188.

 

 

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