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El Santo francés que no era francés

Redacción (Lunes, 01-06-2015, Gaudium Press) Hijo de un oficial del ejército romano, San Martín de Tours nació en el año 316 en Sabaria, la actual Hungría. Aunque sus padres fuesen paganos, conoció el Cristianismo a los diez años de edad y deseaba recibir el Bautismo. Pero a eso se oponía el padre, que lo llevaba consigo en sus misiones militares. Forzado por éste, se alistó a los 15 años en una unidad de la caballería imperial al servicio de la cual pisó por primera vez el suelo de la Galia.

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San Martín de Tours, por el Maestro
de Fonollosa – Museo episcopal
de Vic (España)

Soldado, monje y obispo

Fue en tierras francesas donde se dio el hecho decisivo de su vida. Tenía 18 años y era todavía catecúmeno cuando, cabalgando por una estrada, se deparó con un mendigo que tiritaba de frío. Tomó la espada, cortó en la mitad su capa de legionario y dio una parte al pobre necesitado. A la noche le apareció en sueño Jesucristo abrigado con aquella mitad de capa y le agradeció por haberlo calentado en ese día. Revitalizado por esa insigne gracia, se apuró a recibir el Bautismo. Bajo la protección de San Hilario, Obispo de Poitiers, fundó en las proximidades de esta ciudad la primera comunidad monástica de Francia, en la cual pasó cerca de quince años estudiando las Sagradas Escrituras y haciendo incansable apostolado en la región circunvecina.

De ese su amado recogimiento vinieron a retirarlo los fieles de la Civitas Turonorum (actual Tours): contra su voluntad, fue electo Obispo de esa diócesis en 371, a los 55 años de edad. A partir de Tours, irradió la doctrina cristiana por toda Galia hasta el año 397, cuando partió para el Cielo, a los 81 años.

Monge, Obispo y misionero, San Martín es el primer Santo no mártir de la Historia de la Iglesia. No lo llamó Dios a dar la vida entre las garras y los dientes de las fieras, ni al golpe de la espada o del hacha, sino a vertir la sangre del alma, sin guardar esfuerzos al servicio del prójimo. En eso se reveló un auténtico héroe de la Fe y una de las más destacadas figuras de la religiosidad y la cultura francesas.

«Me haré bautizar…»

Hasta alrededor de 496, Clovis, rey de los francos, era reacio en instruirse en la doctrina cristiana, a pesar de las suaves insistencias de su esposa, Santa Clotilde. Cambió de opinión en la batalla de Tolbiac, al ver su ejército en la inminencia de ser derrotado por los alamanos. Después de invocar en vano el auxilio de todos los dioses paganos de la guerra, se acordó del Dios de su esposa e hizo esta promesa: «Dios de Clotilde, si me dieres la victoria, me haré bautizar». Obtuvo la victoria y recibió el Bautismo, junto con tres mil guerreros francos.

Once años después, esta vez en guerra contra Alarico II, rey arriano de los visigodos, hizo una peregrinación a la tumba del santo Obispo, para pedir su apoyo en la lucha contra los herejes. Habiendo sido ampliamente atendido, retornó a Tours para un acto de acción de gracias.

Resumiendo, San Martín se santificó en tierras francesas, y en estas surgió y se amplió, a lo largo de los siglos, su fama de santidad. Así, aunque haya nacido en una ciudad de la actual Hungría, sus devotos lo consideran el Santo francés por excelencia. Con mayor razón se puede decir de su nacionalidad lo que se dice de la de los soldados de la Legión Extranjera: «Français! Non pas par le sang reçu, mais par le sang versé – ¡Francés! No por la sangre recibida, sino por la sangre vertida».

Por el Hno. Sebastián Correa Velásquez, EP

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