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En el 2013, Francisco habló de la centralidad del misterio de Jesús y de la Iglesia, en la iglesia del Gesù, en Roma

Ciudad del Vaticano (Viernes, 31-07-2015, Gaudium Press) En la homilía proferida en el año 2013, en la fiesta de San Ignacio en la Iglesia del Gesù, en Roma, el Papa Francisco habló de la centralidad del misterio de Jesús y de la Iglesia, para todo católico y para todo jesuita.

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Imagen de San Ignacio, en la iglesia del Gesù, Roma

«¿Es Cristo el centro de mi vida? ¿Pongo verdaderamente a Cristo en el centro de mi vida? Porque existe siempre la tentación de pensar que estamos nosotros en el centro. Y cuando un jesuita se pone él mismo en el centro, y no a Cristo, se equivoca. En la primera lectura Moisés repite con insistencia al pueblo que ame al Señor, que camine por sus sendas, ‘pues Él es tu vida’ (cf. Dt 30, 16.20)», expresó el Pontífice.

A esta centralidad de Jesús, corresponde la centralidad de la Iglesia: «Son dos fuegos que no se pueden separar: yo no puedo seguir a Cristo más que en la Iglesia y con la Iglesia. (…) Servir a Cristo es amar a esta Iglesia concreta, y servirla con generosidad y espíritu de obediencia».

Para vivir esta doble centralidad, el Papa propone el ejemplo del Apóstol Pablo, que vivió una experiencia similar a la de San Ignacio de Loyola.

«El Apóstol, en la segunda lectura que hemos escuchado, escribe: me esfuerzo por correr hacia la perfección de Cristo porque también «yo he sido alcanzado por Cristo» (Flp 3, 12). Para Pablo sucedió en el camino de Damasco; para Ignacio en su casa de Loyola; pero el punto fundamental es común: dejarse conquistar por Cristo. Yo busco a Jesús, yo sirvo a Jesús porque Él me ha buscado antes, porque he sido conquistado por Él: y éste es el núcleo de nuestra experiencia», dijo el Papa.

Es un encontrar a Jesús que nos mueve a entregarnos a Jesús y a preguntarnos «con verdad y sinceridad: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? (cf. EE, 53)».

«En el Evangelio Jesús nos dice: «Quien quiera salvar su vida la perderá, pero el que pierda su vida por mi causa la salvará… Si uno se avergüenza de mí…» (Lc 9, 23-26). Y así sucesivamente. La vergüenza del jesuita. La invitación que hace Jesús es la de no avergonzarse nunca de Él, sino seguirle siempre con entrega total, fiándose y confiándose a Él. Pero contemplando a Jesús, como nos enseña san Ignacio en la Primera Semana, sobre todo contemplando al Cristo crucificado, sentimos ese sentimiento tan humano y tan noble que es la vergüenza de no estar a la altura» de la misión que el Señor nos encomienda.

Con información de Radio Vaticano

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