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Teófilo, el resentido

Redacción (Jueves, 06-08-2015, Gaudium Press) «Las Glorias de María» de San Alfonso María de Ligorio es uno de los libros más consoladores para quienes resbalan por razones temperamentales y desesperan de Dios. Y el resentimiento puede llevarnos a cometer locuras.

Resentido estaba el servicial pero impulsivo Teófilo, el principal de los diáconos de la catedral de Adanas en Cilicia, actual Turquía, hacia el año 350 de la Cristiandad. Infamado por habladurías y mentiras a espaldas de él, fue públicamente destituido fulminantemente por el obispo de su dignidad de Arcediano, lo que hirió profundamente su amor propio y lo llenó de rencor. Estaba siendo víctima de una injusticia evidente a sus propios ojos y la Providencia Divina ni se inmutó para defenderlo. Él, tan apreciado y reconocido por la gente del lugar que incluso lo tenía ya como candidato para pedir que fuera elevado al cargo de Presbítero y también de Obispo.

Amor propio -el amor que más nos hace sufrir- y el resentimiento, se toman de la mano en algunas ocasiones y generan el rencor, una pasión desordenada que conmociona el corazón y obnubila la inteligencia llevándonos a tomar decisiones que juzgamos apropiadas, teñidas de pequeñas o grandes venganzas, dulce placer de un derecho al desquite que consideramos justo.

Así, el buen Teófilo con fama de santo en tiempos en que la Cristiandad todavía convivía con un paganismo diabólico, se sintió maltratado no tanto por las habladurías o por el propio Obispo, sino por Dios Nuestro Señor que supuestamente vela a cada instante por sus hijos, los hijos de su corazón. Fríamente envenenado, dice la tradición que se fue a donde un brujo judío de reconocido poder, iniciado en los más misteriosos secretos del Talmud para que en una sesión espiritista especial se invocara una potestad demoníaca que le ayudara a recuperar el cargo por cualquier medio que fuese. Sin hacerse de rogar mucho, un espíritu maligno se manifestó en el acto, le prometió su ayuda pero le puso como condición que escribiera en el lugar mismo un documento en que declaraba que le entregaba el alma para el momento de su muerte y que desde ya renegaba de Jesús y de María. Teófilo no lo pensó mucho y aceptó la condición: el documento quedó en manos del brujo y Teófilo se marchó resuelto y firme para la casa.

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Teófilo librado de las garras del demonio

Vitral en la Catedral de Reims, Francia

A los pocos días fue llamado por el obispo para pedirle excusas por el procedimiento injusto, ya que había recibido pruebas de que todo había sido una calumnia. El venerable prelado se le arrodilló y le pidió perdón en nombre de Jesús y de María suplicándole que aceptara de nuevo el cargo en la catedral, prometiéndole que públicamente en su próxima homilía de la misa más concurrida explicaría todo a la gente. Ahí está entonces que Teófilo, el buen Teófilo de Adanas se desconcertó con esa edificante humildad de su obispo humillándose así de esa manera, pues debió dudar que el pacto con satanás había resultado efectivo y el precio había sido demasiado alto: Perdería por siempre su alma en los infiernos. ¿Qué hacer? No se atrevería a acercarse al Sagrario a pedirle perdón a Jesús allí presente porque no merecía sino su repulsa y su cólera. Entonces pensó en la imagen de María Santísima que estaba en la misma catedral y se fue en seguida a su altar a implorarle su misericordia maternal. La historia cuenta que cuarenta días con sus noches veían entrar al destituido Teófilo a la misma hora y postrarse de rodillas ante la imagen de María. No se supo bien exactamente su oración pero lo cierto es que los testimonios afirman que tuvo una aparición de la Virgen que prometió obtenerle el perdón de Jesús.

Sin embargo Teófilo estaba preocupado por el documento en manos del Judío. Sin saber bien cómo explicarle eso a Nuestra Señora, se decidió a suplicarle que hiciera también algo al respecto. Tres días después, Teófilo soñó que veía a una majestuosa mujer espada en mano arrancándole de las garras a un monstruoso demonio un pergamino sucio, y al despertar encontró sobre su pecho el execrable documento que ahí mismo quemó. Para que no se arriesgara más con los raptos del amor propio de su impulsivo temperamento, la Virgen se lo llevó santamente a la Eternidad una semana después tras rápida enfermedad. El favor entonces fue completo.

Por Antonio Borda

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