miércoles, 24 de abril de 2024
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La maravillosa y alegre vida de un misionero de 81 años en Etiopía

Adrigrat (Martes, 08-09-2015, Gaudium Press) El misionero salesiano español Alfredo Roca tenía 53 años y una amplia historia de vida dedicada al servicio de la Iglesia. No se escatimó tiempo y esfuerzo en su formación: Londres, Barcelona, Roma lo vieron surcar sus calles mientras se preparaba para el apostolado. Pero desde los 16 años, aún siendo novicio, las misiones lo atraían poderosamente. «Escuchaba las experiencias de otros sacerdotes que volvían de India o de América Latina y me entusiasmaba, pero nunca me mandaron aunque me ofrecí varias veces».

Llegó a ser Provincial de su comunidad en Barcelona, cargo que expiró en 1982. Y nuevamente se oreció para misionar. Pero aún tardaron en aceptar ese ofrecimiento.

Era un 24 de junio de 1986 cuando el superior general de la Orden lo llamó por teléfono: «¿La oferta era en serio? Porque así la hemos tomado: te vas a Etiopía». Su vida concluirá en África.

El Padre Alfredo Roca sería el nuevo profesor de filosofía del seminario Don Bosco de Adigrat, entonces una humilde localidad rural situada en el norte del país. Él envió los documentos exigidos para su ingreso, pero en seis meses no recibió noticias. «Mengistu [líder comunista del país] y compañía decían que no necesitaban profesores de filosofía», recuerda.

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Entretanto, Dios tiene sus caminos, sus ardides. El Padre Roca pidió ayuda a las Hermanas de la Madre Teresa de Calcuta. «Fueron las religiosas al ministerio y reclamaron mi presencia como sacerdote para darles las misas y hacer ejercicios espirituales y cosas así. El ministro les dijo: ‘¿Y por qué no os arregláis entre vosotras?’ A lo que ellas respondieron: «No es nuestra culpa si Jesús no hizo sacerdotes a las mujeres». Dio resultado.

Cuando arribó el Padre, Etiopía sufría una dura guerra civil, y Adigrat acogía todo tipo de refugiados y vivía una pobreza extrema. En ese ambiente el Padre Roca dio inicio a un programa de apadrinamiento de niños que existe hasta hoy y que ha beneficiado al menos 1.000 niños en los últimos 25 años.

«Como no podíamos tener una escuela, que es muy empeñativa, hicimos un centro juvenil con actividades de tiempo libre, educativas y de ocio. Y también una biblioteca pública», relata.

Comenzó reuniendo fondos para construir una colonia de 40 casas para los más vulnerables que fue bautizada como Colonia España, e inició un sistema de ayudas para viudas, enfermos de sida y madres solteras gracias al dinero de libre disposición que le enviaban desde España amigos y conocidos que creían en su labor. Gracias a esas obra numerosas familias educaron a sus hijos.

«Hay una frase en los evangelios que dice que hay más alegría en dar que en recibir. Yo estoy muy convencido de eso; el poder hacer un poco de bien a esta gente te da mucha más alegría», responde el religioso a una pregunta sobre sus motivaciones para llevar una vida tan comprometida.

«La segunda idea que me ayuda bastante a vivir es que la felicidad es fidelidad». Y continúa: «Ser fiel a tu vocación te hace feliz aunque tengas momentos de disgusto. Si te han puesto aquí, haz lo que puedas aquí. Tengo mis pecados, imperfecciones y tentaciones, como todo el mundo, pero trato de ser fiel a mi vocación como sacerdote, como educador, como miembro de una comunidad… Y eso me hace feliz». La fidelidad es una de las líneas rectrices de su vida, de su misión.

Su «obsesión», es claro, son los jóvenes. Pero también son en ocasiones una cruz, una cruz que trae alegrías y que él lleva con alegría. «Por ejemplo, a una cierta edad, estar con los chiquillos -que te cogen por aquí y por allá, te llevan y te traen- es cansado, y me resultaría más cómodo pasar los domingos por la tarde viendo la televisión y poco más… pero ser fiel a lo que has prometido te hace feliz».

Fructífero apostolado en Etiopía

Desde que llegó al país hasta cuando cumplió 74 años ocupó diversos puestos de responsabilidad. Los primeros 11 transcurrieron en Adigrat, donde se volcó en la docencia y los apadrinamientos.

A estos siguieron otros 11 años en Addis Abeba, de ellos seis como provincial de todo el país. Su misión, fue la de unir todas las casas salesianas bajo una misma jurisdicción. En esas décadas también creó escuelas técnicas para ofrecer formación profesional a jóvenes, abrió una obra de evangelización en Gambella , cerca de Sudán, y fomentó que los jóvenes seminaristas salieran a estudiar a países.

A los 76 años regresó a Adigrat. Y allí va a morir.

«No me he planteado regresar a España, me costaría bastante adaptarme. ¿Qué haría allí? -se pregunta-. «Un sacerdote de mi edad puede celebrar misa, hacer confesiones y poca cosa más. Si vuelvo, seré un retirado. Psicológicamente, te gusta estar cerca de la familia -tiene tres hermanos y va a visitarles cada dos años-, pero ahora me siento mucho más útil aquí. ¡Si ya tengo un sitio en el cementerio!», bromea.

El Padre pasa sus días pendiente del buen gobierno de los apadrinamientos, de sus programas de ayuda y de un muy cuidado huerto.
Su salud está perfecta, salvo un poco de sordera. De hecho no tiene tiempo libre, pues los chiquillos se lo «roban» todo, juega con ellos, los corrije, les cuenta historias, los forma. Cuando va por la calle, son muchos los que lo abordan, y procura atender todos los pedidos. Sigue misionando, sigue entregándose.

También acude cuando puede, a las actividades en el centro juvenil Don Bosco. Él se siente uno con los jóvenes, los jóvenes, como a Don Bosco, serán su motivo, hasta el fin de su vida.

Con información de ReligionenLibertad.com

 

 

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