viernes, 29 de marzo de 2024
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El Big Ben, la Contemplación y el Estrés

Redacción (Martes, 10-05-2016, Gaudium Press) Frecuentemente, oímos decir que el estrés es uno de los elementos más destructivos y perjudiciales de la vida contemporánea. Tal aserción constituye, entretanto, solamente una faceta parcial de la compleja realidad. Según los especialistas, no es el estrés en sí sino la manera con que nos conducimos y reaccionamos ante el estrés lo que determina sus efectos destructivos o benéficos.

En este sentido, los biógrafos de grandes artistas, científicos y exploradores, revelan comúnmente que los períodos de intenso estrés son al mismo tiempo períodos de significativa creatividad, reflexión, progreso y hasta crecimiento.

Cuando manejado adecuadamente y dentro de límites bien ponderados, el estrés puede constituir un factor enriquecedor y hasta positivo, que puede motivarnos a enfrentar con fervor y entusiasmo, una vida plena de desafíos y retos.

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Santa Teresa – Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press

A título de ejemplo, podríamos referirnos a una de las santas más populares de la historia, como lo es Santa Teresa de Ávila, notable por una vida eminentemente contemplativa pero a la vez permeada de estrés, preocupaciones y riesgo. Las célebres fundaciones de conventos que la llevaron a viajar de una punta a la otra de la península ibérica, las considerables oposiciones que debió superar y los riesgos implicados en la empresa de reformar la Orden Carmelita, la proyectan en la Historia como una figura de epopeya y de leyenda.

Sin embargo, en medio de una vida llena de ajetreos y de inevitable estrés, florece en ella como un lirio bellísimo, la figura de una de las místicas más importantes de la Iglesia. Al punto que, de su luminosa pluma, emana una de las más bellas páginas que la espiritualidad Cristiana haya producido en lo referente a la paz del espíritu:

Nada te turbe, nada te espante; Dios no se muda, todo se pasa; La paciencia, todo lo alcanza; quien a Dios tiene nada le falta; solo Dios Basta…

En otras palabras, ante el inevitable estrés de la vida cotidiana, hay dos opciones: crecer, desarrollarnos y hasta sanar en muchos aspectos, o quedar reducidos a la depresión y a la amargura, a la enfermedad y a la muerte.

La diferencia, parece apuntarnos Santa Teresa con el magnífico ejemplo de su vida, radica fundamentalmente en la existencia -o la ausencia-, de una vida espiritual y sobrenatural ordenada y rica, cultivada con esmero y cuidado.

Cuando hablamos de vida espiritual, parecemos asociarla solamente con la práctica frecuente de los Sacramentos, y de la oración.

Pero raras veces, nuestra atención se vuelve hacia un aspecto inédito y poco explorado de la vida espiritual: la admiración.

En efecto, admirar es contemplar lo bello, lo bueno y lo verdadero, al punto de transformarnos en aquello que admiramos.

Frente al estrés, la admiración contemplativa, o la contemplación admirativa, (como queramos formularla), presenta propiedades inesperadamente enriquecedoras no solo para nuestra vida espiritual, sino para nuestro desempeño físico, intelectual y afectivo, en la forma de un poderoso tónico, fortificante y renovador. ¿Por qué? Porque admirar transforma y eleva. Y porque contemplar y admirar no sólo combate los efectos perniciosos del tan temido estrés, sino que puede transformarlo en una fuerza que puede contribuir a nuestra salvación eterna, incluso en el marco de una vida llena de obligaciones impostergables y de horarios intransigentes, que no nos dejan un minuto libre…

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Si los horarios intransigentes están muy fuertemente relacionados con el estrés y la contemplación está relacionada con el arte de saber dominarlo, nada mejor que volver nuestros ojos hacia un famosísimo monumento que parece colocar en un orden armónico y positivo tanto el paso inexorable del tiempo como la admiración contemplativa: se trata de la ‘Clock Tower’, o la Torre del Reloj, situada en el corazón de Londres, frente a las aguas del afamado Támesis.

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Big Ben – Foto: Gustavo Kralj / Gaudium Press

Conocida mundialmente como el Big Ben, la Torre toma ese nombre de la monumental campana de 13.8 toneladas que alberga en su interior; su relog -el relog de cuatro caras más grande del mundo-, anuncia puntualmente el paso de las horas con un sonido tan característico que la ha tornado universalmente célebre.
Su diseño, rectilíneo y serenamente armónico, es autoría del renombrado arquitecto católico Augusto Pugin, uno de los principales exponentes del renacimiento gótico europeo del siglo XIX.

Coronando el palacio de Westminster con su presencia calma y solemne, la Torre del Reloj custodia como un centinela atento y fiel los regios edificios de Parlamento. Completando el panorama, el río Támesis, parece más bien absorber en su británica placidez los destellos de oro del Palacio y los azules del firmamento que vienen a reflejarse y a fundirse en la serena calma de sus aguas; aguas en las que nos es dado adivinar, aquí y allá las fugaces líneas de otro palacio todavía increado, efímero y escapadizo, que juguetea en el burbujear de la corriente.

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Contemplación y tiempo. Admiración y stress… Ciertamente elementos complejos que lejos de excluírse, forman extremos armónicos complementarios; y que, con la ayuda de la Gracia, pueden ayudarnos a desenvolver una rica y elevada vida espiritual. «Quien a Dios tiene, nada le falta…»

Vea más imágenes del Big Ben en la galería de imágenes de Gaudium Press

Por Gustavo Kralj

 

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