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Pequeños hechos de un gran Santo, en el día de su "memoria"

Redacción (Viernes, 23-09-2016, Gaudium Press) Cuando la Iglesia celebra la «Memoria» de un Santo, nada es más razonable que recordar hechos que ocurrieron en su vida.

Sobre todo es una excelente ocasión para difundir sus ejemplos de vida que edifican y sirven para santificar otras muchas almas.
Con San Pío de Pietrelcina también es así. El viernes se celebró la memoria de su vida, y todo pide para recordar pequeños hechos de su larga y santa existencia.

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Recordemos el relacionamiento que él tenía con su ángel de la guarda:

Era un relacionamiento tan intenso que él juzgaba que no era un privilegio suyo, sino algo que todos poseían y que era normal para todos aquello que desde niño él experimentaba: tener visiones de su ángel de la guarda, Jesús y Nuestra Señora.

En ciertas ocasiones, el demonio manchaba las cartas que su confesor le enviaba. Siguiendo el consejo de su Ángel de la Guarda, antes de abrir una carta que le llegaba él la aspergía con agua bendita y, entonces, podía leer con tranquilidad los consejos para su santificación.

En su carta I, 321, él decía «El compañero de mi infancia intenta suavizar los dolores que me causaban aquellos impuros apóstatas embalando mi espíritu como señal de esperanza». Sus compañeros de infancia eran los ángeles…

Un cierto día en que el demonio golpeaba al Padre Pío (esto también ocurría con él), el santo llamó varias veces a su Ángel de la Guarda. Fue inútil: ¡sus gritos parecían no ser oídos!

Cuando, al fin, el ángel apareció para consolarlo, el Padre Pío, molesto le preguntó por qué no lo había socorrido. El ángel le respondió: «Jesús permite estos asaltos del diablo para que su compasión te haga querido de Él. Él quería que te asemejases con eso al desierto, al jardín y a la cruz». (Carta I, 113).

En ocasiones en que recibía cartas escritas en francés, el ángel de la guarda las traducía, ya que él no hablaba francés. Por eso, en cierta ocasión él escribió: «Si la misión de nuestro ángel de la guarda es importante, la del mío con certeza es mayor, porque también debe ser profesor en la traducción de otras lenguas» (Carta I, 304).

San Pío contaba: «De noche, cerraba mis ojos, veía descender el velo y abrirse delante de mí el paraíso; y, consolado por esta visión, duermo con una sonrisa dulce y feliz en los labios y con una gran tranquilidad en mi semblante, esperando que mi pequeño compañero de infancia (su ángel de la Guarda) venga a despertarme y, de esta forma, rezar juntos las oraciones matutinas al amado de nuestros corazones» (Carta I, 308).

Él repetía a sus hijos espirituales: «Si me necesitan pueden mandarme su ángel de la guarda».

En una cierta ocasión, Fray Aléssio Parente, también capuchino, se acercó al Padre Pío con algunas cartas en la mano. Pero el Padre Pío no pudo atenderlo.

Luego en seguida, el Padre Pío lo llamó y dijo: «¿No vio todos aquellos ángeles que estaban aquí a mi alrededor? Eran los ángeles de la guarda de mis hijos espirituales que vinieron a traerme sus mensajes. Tuve que responderles rápidamente».

Tal vez sea por lo que ahora se sabe del relacionamiento de San Pío de Pietrelcina con su ángel de la Guardia que él siempre reconoció y agradeció la misión del ángel de la guarda como Guardián y Mensajero y por eso mismo recomendaba constantemente la devoción a ellos. (JSG)

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