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Caída de Jerusalén, incendio del Templo

Redacción (Martes, 18-10-2016, Gaudium Press) Jeremías no solo increpó a los judíos por los pecados que cometían, sino también los incitó a que se convirtiesen. Y los alertó: si no cambiasen de vida, terribles castigos caerían sobre ellos.

«Enderezad vuestro camino»

En la entrada del Templo de Jerusalén, el Profeta proclamó:

– Vosotros cometéis graves pecados – robos, asesinatos, adulterios, idolatría – y después vais al Templo y decís: «¡Estamos salvados!» y continuáis «cometiendo todas esas vergüenzas» (Jr 7, 10). Comenta Fillion: «Si un acto de religión cumplido en el Templo, sin el menor arrepentimiento, fuese suficiente para lavar los mayores pecados, la casa de Dios habría sido moralmente un abrigo para el crimen.»

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Profeta Jeremías, según Aleijadinho

«Enderezad vuestro camino, vuestro modo de actuar» (Jr 7, 5). Convertíos, «señores de Judá, ciudadanos de Jerusalén, para que, por causa de vuestros crímenes, mi ira no venga como fuego, a provocar incendio que nadie pueda apagar» (Jr 4,4).

Y si no se convirtieren, Jeremías profetiza que los caldeos sitiarán Jerusalén, la cual después de terrible hambre será destruida y sus habitantes llevados en cautiverio a Babilonia.

Pueblos de una gran nación «¡violentos y sin compasión […] vienen a atacarte, oh Hija de Sión!» (Jr 6, 23). «De la misma forma como me abandonasteis para servir a dioses extranjeros en vuestra tierra, ahora serviréis a otra gente en una tierra que no os pertenece» (Jr 5, 19).

Los judíos se alimentarán con «la carne de sus hijos e hijas. Unos comerán la carne de los otros, por causa del cerco y del aprieto que les impondrán los enemigos [caldeos]» (Jr 19, 9).

Dijo el Altísimo: «Mi ira, mi furor, se derramará sobre este lugar, sobre hombres y animales, árboles del descampado y frutos de la tierra; se prenderá fuego y no se apagará» (Jr 7, 20).

Jeremías rogó a Dios: «Pueda yo ver tu venganza contra ellos» (Jr 11, 20). Y su pedido fue atendido: «Miré a la tierra, estaba vacía y desierta, al cielo, no había luz. Miré a las montañas, es que trepidaban; y las sierras todas temblaban […], las ciudades todas destruidas en la confrontación con el Señor, frente al ardor de su ira» (Jr 4, 23-26).

Pero el Altísimo protegerá a aquellos que permanecen fieles. «Yo mismo voy a reunir al resto de mis ovejas de todos los países adonde las expulsé […] Colocaré frente a ellas pastores que de ellas cuiden» (Jr 23, 3).

Toma de Jerusalén

De hecho, los castigos vinieron, como previera Jeremías.

Nabucodonosor mandó construir «torres de asalto alrededor de la ciudad» (II Re 25, 1), para atacar sus habitantes con flechas, pero los sitiados no se entregaban y fabricaban ingenios para defenderse.

Los asediados morían por falta de alimentos, y los cadáveres, tirados en las calles, producían devastadoras pestes. El hambre fue tan terrible que padres llegaron a comer sus propios hijos, e hijos devoraron cadáveres de sus progenitores (cf. Ez 5, 10). Eso se debió también a la obstinación del Rey Sedecias que no quiso someterse a los caldeos, conforme Jeremías le recomendara.

En esa situación desesperadora, Sedecías mandó llamar a Jeremías, que se encontraba preso por orden de él. Y, en el interior del Templo, mantuvo con el Profeta una conversación, durante la cual el Rey le preguntó qué debería hacer. Jeremías le dijo que si el monarca fuese personalmente al encuentro de los comandantes del ejército de Nabucodonosor, los cuales cercaban la ciudad santa, no sería muerto y Jerusalén quedaría preservada del saqueo. Y agregó: Si no hicieres eso, «la ciudad caerá en las manos de los caldeos y de ellos no conseguirás escapar» (Jr 38, 18).

Pero Sedecias, miedoso e indeciso, no creyó en Jeremías y mandó que el Profeta continuase en la prisión, donde permaneció hasta la toma de Jerusalén (cf. Jr 38, 28).

Después de un cerco de un año y medio, las tropas de Nabucodonosor «abrieron una brecha en la muralla» (II Re 25, 4) y tomaron Jerusalén. Era el año 587 a. C. El impío Rey Sedecías consiguió huir, pero luego militares caldeos lo alcanzaron y lo trajeron preso a la presencia de Nabucodonosor.

El Rey de Babilonia «mató a los hijos de Sedecías delante de sus ojos. Mató también a todos los nobles de Judá. Después salió de los ojos de Sedecías y lo encadenó a fin de llevarlo a Babilonia» (Jr 39, 6-7).

El palacio real, las casas particulares y las murallas fueron incendiados y demolidos. El restante del ejército judaico y los artesanos fueron conducidos a Babilonia. Solamente quedaron en Judá los «más pobres del pueblo, los que nada tenían» (Jr 39, 10). Pero Nabucodonosor ordenó que velasen por el Profeta Jeremías.

Destrucción del Templo

El Templo había sido ensuciado con las mayores abominaciones.

«Desvirtuaron este lugar santo, sacrificando ahí a dioses extraños […] Llenaron este lugar santo de sangre de inocentes» (Jr 19, 4). Y Ezequiel agrega que en el Templo adoraban ídolos en figuras de reptiles y animales detestables, delante de los cuales movían turíbulos con incienso perfumado; y se prosternaban como señal de adoración al Sol (cf. Ez 8, 10-16). En el fondo, practicaban el satanismo, pues «es a los demonios y no a Dios que los paganos ofrecen sacrificios» (I Cor 10, 20).

Percibiendo que los caldeos estaban perforando la muralla, muchos habitantes se refugiaron en el Templo. Pero, apenas penetraron en Jerusalén, los babilonios los mataron a filo de espada (cf. II Cr 36, 17). «El interior del Templo y sus patios fueron inundados de sangre y repletos de cadáveres».

Los invasores retiraron del Templo todos los objetos de valor a fin de llevarlos a Babilonia. Después encendieron fuego en la Casa de Dios.

Todo eso nos hace recordar la segunda – y no menos terrible – toma de Jerusalén por los romanos, en 70 d. C., y especialmente las palabras proféticas proferidas por Nuestra Señora en Fátima, en 1917…

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 88)

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1 – FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – La Prophétie de Jérémie. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.1923, p.553 .

2 – Cf. JOSEFO, Flávio. Antiquités judaïques, X, 8, 1.

3 – DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours.
Paris : Louis Vivès. 1863. v. III, p.285.

4 – Cf. FILLION, op. cit. p. 679.

5 – DARRAS, Joseph Epiphane. Histoire Génerale de l’Église depuis la Création jusqu’à nos jours.
Paris : Louis Vivès. 1863. v. III, p. 290.

 

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