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La Devoción Mariana

Redacción (Martes, 22-211-2016, Gaudium Press) En la renovación de la vida cristiana nada tiene la primordial importancia como los pilares de devoción de todo católico: a la Eucaristía, a la Santísima Virgen y el amor al Papado. Dedicaremos este segundo artículo a la devoción mariana.

La devoción mariana

María Santísima con sus oraciones consigue las gracias que precisan los hombres y el mundo. San Luis María Grignion de Montfort insiste mucho en que para encontrar a Nuestro Señor Jesucristo es preciso buscarlo en Nuestra Señora: con María, para María, en María, por María se llega a Jesús.

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La devoción a la Santísima Virgen siempre ha sido considerada, justa y merecidamente, como el único culto que se llama cristiano -«porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu Santo al Padre» -, y medio de auténtica piedad.

Nuestro Señor es la fuente de todas las gracias. Nuestra Señora es el canal de todas las gracias. Todo cuanto a Él pedimos Él lo tiene, pues es infinito y posee todo. Todo cuanto pedimos por medio de Nuestra Señora lo obtenemos. Es bien conocida la afirmación de que, si olvidamos a María, y pedimos por medio de los Ángeles y de los Santos sin la mediación de Ella, pues nada obtendremos. Si a María Santísima pidiésemos que interceda, Ella sola sin ellos, obtendríamos todo. En repetidas oportunidades León XIII afirmaba esta gran enseñanza: «Se puede afirmar con toda verdad y rigor que, por divina disposición, nada nos puede ser comunicado, del inmenso tesoro de la gracia de Cristo sino por medio de María. De modo que, así como nadie puede llegar al Padre Supremo sino por medio del Hijo, así también, ordinariamente, nadie puede llegar a Cristo sino por medio de su Madre» .

El origen del culto mariano no es fácil de precisar, dado que no surge por decreto ni de golpe en los fieles, sino a través de los siglos en la vida litúrgica de la Iglesia. «Sin embargo puede afirmarse que es anterior al concilio de Efeso (a. 431) y que su núcleo aparece, no obstante, la presencia de María en las confesiones de fe bautismales del siglo II y en la anáfora de Hipólito (ca. 215) entorno al ciclo natalicio» .

El mundo ha sufrido transformaciones que produjeron desequilibrios que, «hunden sus raíces en el corazón humano» (GS, 10) y «redundan también en la vida religiosa» (GS, 4). Estamos ante una crisis que, por tocar el alma del hombre, es moral, y por ser moral es substancialmente religiosa, ya que no se concibe una moral sin religión. Por lo tanto, «esa crisis sólo puede ser evitada, sólo puede ser remediada con el auxilio de la gracia» .

Siendo María Santísima, como enseñan numerosos teólogos, el tesoro y canal de todas las gracias, el cuello del Cuerpo Místico del cual Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza; todo pasa por Ella. María es Reina, es a María que la Iglesia le reza diciendo «Reina y Señora de los Cielos y la tierra» . Pero, la realeza de Nuestra Señora, aun teniendo soberana eficacia en toda la vida de la Iglesia y la sociedad temporal, se realiza primeramente en el «santuario interior de cada alma, es desde donde Ella se refleja sobre la vida religiosa y civil de los pueblos» .

En el Evangelio de San Juan vemos cómo Nuestro Señor responde a la pregunta de Felipe: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta» (Jn 14, 8), con afirmación clara y tajante: «Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre en mí». Así vemos que Cristo es el único camino al Padre, es lo que la Iglesia ha enseñado en todo tiempo. «Pero la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo y amaestrada por una experiencia secular, reconoce que también la piedad a la Santísima Virgen, de modo subordinado a la piedad hacia el Salvador y en conexión con ella, tiene una gran eficacia pastoral y constituye una fuerza renovadora de la vida cristiana» .

La Constitución Conciliar Lumen Gentium dedica un capítulo a la Santísima Virgen María. Sobre la naturaleza y fundamento del culto a María, destacando su historia y especialmente su eficacia, enseña que «este culto, tal como existió siempre en la Iglesia, a pesar de ser enteramente singular, se distingue esencialmente del culto de adoración tributado al Verbo Encarnado, lo mismo que al Padre y al Espíritu Santo, y lo favorece eficazmente, ya que las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios» hacen que el Padre Eterno sea «mejor conocido, amado y glorificado, y a la vez sean mejor cumplidos sus mandamientos» .

Eucaristía y María, dos devociones íntimamente relacionadas e indispensables a ser difundidas en nuestros días para contrarrestar la avalancha paganizante que convulsiona del mundo moderno. De María, aprendamos su fe Eucarística, de Ella que ofreció en su «fiat» su seno virginal para la encarnación de nuestro Redentor; de Ella «mujer eucarística con toda su vida » a ser tomada como modelo; pues, «nadie goza de mayor gracia y poder, cerca del Corazón Sacratísimo del Hijo de Dios y a través del Hijo cerca del Padre» .

Por el P. Fernando Gioia, EP.

(Publicado originalmente en Laus Deo)

Bibliografía

SAN LUIS MARÍA GRIGNION DE MONTFORT. Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. Capítulo VIII, artículo II.

PABLO VI. Exhortación Apostólica Marialis Cultus, Introducción.

LEON XIII. Encíclica Octobri mense. 12. 22-9-1891.

ABAD IBÁÑEZ, J.A. y GARRIDO BONAÑO, M. Iniciación a la Liturgia de la Iglesia, p. 761. Madrid: Palabra, 1997.

CORRÊA DE OLIVEIRA, Plinio. Revolución y Contra Revolución, Prólogo, p. 23. Buenos Aires, 1970

PÍO XII. Oración a María Reina. 1º de noviembre de 1954.

LUMEN GENTIUM, 66.

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