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Job, varón paciente y combativo

Redacción (Miércoles, 15-02-2017, Gaudium Press) Habiendo concluido las notas sobre los Profetas, veamos algo respecto a Job, varón inocente y sufridor, prefigura de Nuestro Señor Jesucristo.

Varón íntegro y muy rico

Job era originario de Uz, de la tierra de Idumea; por consecuencia, él no formaba parte del pueblo hebreo. Probablemente él vivió antes de Moisés y ejercía «en la familia las funciones de sacerdote, a la manera de los patriarcas».

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Se trata de un personaje real y no de una figura imaginaria. El Profeta Ezequiel lo compara a hombres célebres, tales como Noé y Daniel (cf. Ez 14, 20), y San Santiago el Menor lo cita como modelo de constancia (cf. Tg 5, 10-11).

El Libro de Job, con excepción del prólogo y el epílogo, es escrito en versos, en un estilo muy bello. Entretanto, es uno de los textos más difíciles de comprender en toda la Biblia.

Él era «íntegro y recto, temía a Dios y se mantenía alejado del mal» (Job 1, 1). Tenía siete hijos y tres hijas, 7.000 ovejas, 3.000 camellos, 500 juntas de buey y 500 jumentos, así como siervos en gran cantidad. Era el hombre «más rico entre todos los habitantes del Oriente» (Job 1, 3). Tal opulencia recuerda la del santo patriarca Abraham, «muy rico en rebaños, plata y oro» (Gn 13, 2).

Sus hijos e hijas hacían, a veces en la casa de uno, a veces en la de otro, fiestas diariamente. Y todas las mañanas Job ofrecía un holocausto en la intención de cada uno de ellos, pues tal vez hubiesen cometido pecado (cf. Job 1, 5). «En esos tiempos remotos, cada padre de familia ejercía las funciones sacerdotales».

Envidia de Satanás contra Job

Cierto día, Dios reúne a sus Ángeles y también aparece Satanás, que acababa de «dar unas vueltas por la Tierra» (Job 1, 7). Se ve cómo el demonio no se queda inactivo, sino que actúa mucho para la perdición de las almas.

El Creador le pregunta si no observa al virtuoso Job. Satanás responde que este era justo porque poseía muchos bienes, y pide, entonces, a Dios que lo deje caer en la miseria. El Altísimo da al demonio autorización para eso, pero ordena que no toque en la persona de Job. Se trata de una escena simbólica, pero rica en enseñanzas.

Y Satanás hizo que, en un solo día, él perdiese todos sus bienes: un fuego caído del cielo mató las ovejas y los pastores; los caldeos robaron los camellos, eliminando a los criados a punta de espada. Más terrible que todo: un huracán hizo caer la casa en que sus hijos estaban en fiesta, matando a todos.

Después de recibir las noticias de esas desgracias, Job afirmó: «El Señor dio, el Señor sacó» (Job 1, 21).

La escena se repite y Satanás dice a Dios que Job permaneció fiel porque no fue afectado por grave enfermedad; si eso ocurriera, él se rebelaría contra el Creador. Y el Altísimo permitió que Job sufriese en su cuerpo.

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Job increpado por su esposa

Museo de la Escultura, Valladolid

Entonces, Satanás «hirió a Job con llagas malignas, desde la planta de los pies hasta lo alto de la cabeza». Sentado sobre cenizas, él «raspaba la pus con un pedazo de teja» (Job 2, 7-8). Su piel adhirió a sus huesos y las encías desaparecieron (cf. Job 19, 20).

Y de cierto modo algo peor aún sucedió: «Su mujer le dijo: ‘¿Aún continúas en tu integridad? ¡Maldice a Dios y muere de una vez!». Afirma el Padre Fillion que esa mujer fue, en la enérgica expresión de San Agustín, «auxiliar del diablo» para tentar a Job. Pero Job la censuró: «Hablas como una insensata»; porque Dios nos concede los bienes y también permite las dificultades (Job, 2, 9-10).

Las criadas que vivían en su casa, y hasta los niños que lo veían, lo despreciaban e incluso lo insultaban (cf. Job 19, 15.18).

Afligido por esos terribles sufrimientos, Job se mantuvo paciente. Se tornó inclusive un aforismo la frase: «Tener la paciencia de Job».

Tres amigos de Job, al saber de esas desgracias que lo afectaron, vinieron a visitarlo. Al verlo en aquel estado, comenzaron a llorar, se sentaron próximos a él y durante siete días y siete noches permanecieron en silencio. Indiscutiblemente, tal escena tiene cierta grandeza, característica del Oriente de aquellos remotos tiempos.

En medio de esa terrible prueba, Job dijo palabras inconsideradas «maldijo el día de su nacimiento […] y la noche en que anunciaron: ‘¡Nació un niño!'» (Job 3, 1.3). En verdad, por el amor que Dios le dedicaba, como veremos posteriormente, Job debería afirmar: «Bendito el día que me vio nacer, benditas las estrellas que me vieron pequeñito y dijeron: ‘¡Nació un varón!'»

La vida del hombre es una lucha

Y los amigos, en vez de traerle consuelo, comenzaron a hacer críticas vehementes al justo Job. Al refutarlos, él afirmó entre otras cosas: «La vida del hombre en esta Tierra es una lucha» (cf. Job 7, 1). Y los increpó estrictamente: «Sois forjadores de mentira, todos vosotros sois curanderos de nada» (Job 13, 4).

Tales palabras muestran que Job, además de paciente, era muy combativo. Su fortaleza puede ser también evaluada por esta otra frase: «Yo rompía el mentón del inicuo y de sus dientes arrancaba la presa» (Job 29, 17).

Hay también un cuarto personaje llamado Elihú que, por ser el más joven, hasta entonces se mantenía en silencio. En determinado momento, él dice palabras sensatas, entre las cuales estas: «Los impíos de corazón reservan para sí la ira de Dios» (Job 36, 13).

Pidamos a Nuestra Señora que nos conceda la paciencia y la combatividad de Job, para de esa forma glorificar a Dios y salvar nuestras almas.

Por Paulo Francisco Martos

(in «Noções de História Sagrada» – 102)

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Bibliografía
FILLION, Louis-Claude. La Sainte Bible commentée – Le Livre de Job. 3. ed. Paris: Letouzey et aîné.

 

 

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