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Ni un pseudo paraíso sin dolor ni una mera cámara de torturas

Redacción (Jueves, 30-03-2017, Gaudium Press) Dos visiones a evitar, son la de que nuestro paso por la tierra debe ser el tránsito por un paraíso sin ninguna clase de padeceres, o la de que esta vida es meramente una terrible cámara de torturas. No es cierta ni la una ni la otra.

Existen, -explica Mons. João Scognamiglio Clá Dias en «Lo inédito sobre los evangelios» (1)- personas que alimentan «un deseo equivocado -quizás, subconsciente- de hacer con que la gloria terrena o los gozos espirituales sensibles se tornen una constante en nuestra existencia», deseando así una vida pseudo-perfecta de «estabilidad en la consolación, sin la menor pizca de sufrimiento».

Hay otros que, a veces en un afán de corregir la anterior visión errada, recalcan que es este un indefectible valle de lágrimas, donde todo es vanidad y vanidad, donde las alegrías son fútiles y pasajeras, y por el contrario los llantos son los frecuentes.
Los primeros, sencillamente mienten; y a los ilusos que les creen los preparan para la desesperación cuando llegan los sufrimientos. Los segundos, en su visión sesgada de la realidad -a veces con la mejor de las intenciones-, alejan particularmente a los jóvenes de la fe verdadera, la única que puede dar la salvación. La vida no son sólo huertos de los olivos y calvarios (también), sino que hay por igual trasfiguraciones y resurrecciones.

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Un bello atardecer nos podrá traer el perfume de Dios

Durante la vida, todo hombre (pero más el católico) recibe una porción de «gracias místicas», muchas veces en forma de ‘consolaciones sensibles’, que son en el decir de Plinio Corrêa de Oliveira, «una especie de preanuncio de la visión beatífica en el Cielo, y [que] tienen por efecto hacer con que nuestras almas queden mucho más abiertas a la comprensión sobrenatural, a la comprensión de lo maravilloso, al deseo de las grandes cosas, de los grandes hechos, de los grandes emprendimientos». Es por ejemplo un entusiasmo especial que sentimos viendo tal vez una bella iglesia, y nos mueve por dentro el deseo de arreglar las cuentas con Dios en un confesionario; o es posiblemente la contemplación de un magnífico atardecer que casi que nos ‘canta’ al oído que Dios existe, que a Él debemos nuestra existencia, y que en estamos llamados a la unión con él por toda la eternidad. Verdaderamente, en esta vida hay momentos en que se abren las puertas del cielo.

Es de esas gracias místicas de donde se extrae la savia para enfrentar las luchas de esta vida, que, sí, son innúmeras y muy reales, y por ello debemos estar a la escucha cuando Dios visita así nuestras almas. Lo cierto es que la naturaleza humana es muy débil y es normal que ante la perspectiva del sufrimiento o del sacrificio nuestras almas rehuyan, quieran desviar la mirada, quieran negar la realidad. Pero justamente ahí está la gracia para no enfrentar las vicisitudes con los meros recursos de la naturaleza. La naturaleza por más fuerte que sea, llega un momento en que se ve sobrepasada por las dificultades, y comúnmente cuando no hay un fondo de fe, invade al hombre naturalista la desesperación.

Recuerda Mons. João Clá que Cristo nos enseñó «cómo el camino a la felicidad difiere de aquel que concebiríamos con base en criterios humanos. En verdad, sólo encontramos la perfecta alegría cuando abrazamos la santidad, lo que implica en trasponer la puerta estrecha y cargar la cruz, por medio de la cual se llega a la luz». Realmente «existe una armonía [a ser buscada en la vida del hombre] que se sintetiza en enrumbar hacia la bienaventuranza eterna pasando por las probaciones, por el combate espiritual y por el dolor», lucha en la que Dios nos ofrecerá su gracia, también la gracia mística, «que libera del pecado, [y genera] los ciudadanos de la Ciudad Celeste», según enseña San Agustín.

Por Carlos Castro

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(1) Las citas son tomadas de: João Scognamiglio Clá Dias, EP. O inédito sobre os Evangelhos – V – Comentários aos Evangelhos dominicais – Ano C – Domingos do Advento, Natal, Quaresma e Páscoa. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano. 2012.

 

 

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