viernes, 29 de marzo de 2024
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La flexibilidad a la gracia y a la voz de la Providencia

Redacción (Jueves, 15-06-2017, Gaudium Press) Dios nos dio la razón, y es para que la usemos, además de los otros dones recibidos. Pero usarla no es endiosarla, pues en el puesto de Dios, solo Dios. La razón tiene que estar al servicio de la voz de Dios.

Por ello, a la par del uso de la razón, tenemos que fortalecer el «uso del oído» que escucha sumisamente la voz de Dios. Contradiciendo al espíritu cartesiano, no constatamos que existimos porque pensamos, sino que existimos y pensamos porque así Dios lo quiere, y lo que debemos constatar es el amor de Dios que permite que pensemos, que vivamos. Y a la escucha de su voz debemos consagrar cada segundo de nuestra existencia y de nuestro pensamiento y desconfiar de nuestras propias luces.

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La vocación de San Pedro y San Andrés de Juan de Roelas

Museo de Bellas Artes, Bilbao

Contemplemos por ejemplo uno de los tantos hechos maravillosos ocurridos con el gran San Pedro. Fue el primero que afirmó tajantemente que Cristo era el Mesías, Hijo de Dios. Pero después de ser fiel a la gracia que ello le mostraba, se dejó llevar de sus criterios y se rebeló contra la visión de la cruenta Pasión que Jesús le desvendaba, y por ello fue apostrofado por Cristo con el enérgico calificativo de ‘satanás’. Miremos:

Pregunta el Señor a los discípulos qué decía la gente de él. Ellos refieren que se afirma que es Juan Bautista (resurrecto), o que es Elías (resurrecto) o que es un gran profeta, lo que evidencia que el pueblo no lo reconocía como Mesías, cuando ya había dado todas muestras de serlo.

Jesús, queriendo separarlos aún más de ese mundo que no lo reconocía como lo que realmente era, les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?» (Mc 8, 29). Pedro toma la delantera, y hablando «en su nombre y no en el de todos» (1), expresa con firmeza «Tú eres el Mesías», que en la mente del Cardenal Gomá y de buena parte de la tradición de la Iglesia quiere decir: «Tú eres el Hijo de Dios, no en el sentido de una relación moral de santidad o por una filiación adoptiva, como así eran llamados los santos, sino el Hijo único de Dios según la naturaleza divina, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad» (2)

Esta declaración del futuro Papa está inspirada por la gracia, es maravillosa e inédita en su claridad, por su boca hablaba Dios. Surcará la historia y la eternidad como el primer reconocimiento explícito de la Divinidad de Jesús. Entretanto, después el Señor le muestra que «el Hijo del Hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días» (Mc 8, 31). Y ante la aparente contradicción del sufrimiento y muerte de un Hombre que acababa de reconocer como Mesías y Dios, San Pedro se rebela, se lleva aparte al Señor y «se puso a increparlo», lo que le merece la dura respuesta del Salvador: «¡Ponte detrás de Mí, satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!» (Mc 8, 33).

«El propio dramatismo empleado por el Divino Maestro en esta reprimenda es didáctico -explica Mons. João Clá, pues de este modo queda mejor conformada la mentalidad de los Apóstoles a un mesianismo redentor a través del dolor. Es la opinión de San Juan Crisóstomo: ‘¿Qué es esto? El que había gozado de una revelación, el que había sido proclamado bienaventurado, ¿cae tan rápidamente y se espanta de la Pasión? Para que os deis cuenta cómo en la confesión del Señor no habló Pedro de su cosecha, mirad cómo en esto que no se le ha revelado [la terrible pasión de Jesús] se turba y sufre vértigo, y mil veces que oiga lo mismo, no sabe de qué se trata. Que Jesús era Hijo de Dios lo supo; pero el misterio de la Cruz y de la Resurrección, todavía no le había sido manifestado». (3)

Acto seguido el Señor señala las condiciones para seguirlo: la primera es «que se niegue a sí mismo»; la segunda es que «tome su cruz»; y la tercera es que «me siga», es decir, que se ponga manos a la obra.

La primera, negarse a sí, la entendemos en este contexto como desconfiar de las propias luces naturales, de los propios criterios e indagar por los criterios divinos, por aquello que realmente Dios piensa y quiere para la vida propia y la vida de los demás. ¿Cómo es posible que si el hijo de Jonás acaba de reconocer a Jesús como Mesías, no escuche con veneración lo que dice el Mesías, no haga caso y aprenda de lo que dice el Mesías, sino que por el contrario se ponga a «instruir» al Mesías? Es que así somos, no solo Pedro, sino todos. Queremos que la realidad se acomode a nuestro entender y con frecuencia a nuestros caprichos. Y por eso Cristo nos invita a negarnos a nosotros mismos.

Y después a tomar la cruz: porque normalmente nuestras luces y caprichos son lo contrario de la Cruz, son un camino de delicias voluptuosas, de rosas sin espinas, y resulta que el camino real es de cruz, de sacrificio, de luchas, en cuyo final está, sí, la luz. Entonces, es cargar la cruz de no confiar en nuestros criterios sino en los de Dios, para luego transitar por los caminos de Dios, en los que hay dificultades, pero en cuyo final está la luz, la redención.

El que transita el camino de la cruz ya va viviendo en la vida un ante-gusto de la redención. El que le huye a las espinas buscando solo lo mullido de los pétalos de la rosa, termina recostándose y padeciendo en un lecho de sólo dolor. El que se niega se salva; el que no se niega se condena.

Por Saúl Castiblanco

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(1) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo B – Domingos del Tiempo Ordinario. LIbreria Editrice Varticana – Heraldos del Evangelio. Lima. 2014. p. 360.

(2) Gomá y Tomás, Isidro. El Evangelio explicado. Año tercero de la vida pública de Jesús. Barcelona: Rafael Casulleras, 1930, v.III,p. 44 apud Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP, Lo inédito sobre los Evangelios – Comentarios a los Evangelios dominicales Ciclo B – Domingos del Tiempo Ordinario. LIbreria Editrice Varticana – Heraldos del Evangelio. Lima. 2014. p. 360.

(3) Mons. João Scognamiglio Clá Dias, EP. Op. cit. p. 366

 

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