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Proyecto destructivo contra la Cristiandad se viene abajo

Redacción (Lunes, 18-09-2017, Gaudium Press) Quizá pueda ser explicable el odio que suscita la aguerrida Reina de España Doña Isabel la Católica y que es la causa de que ni siquiera se la considere beata dentro de la Iglesia. Su obstinación intuitiva y sagaz, simplemente arrasó con un plan para destruir la Cristiandad entera en aquella época.

1.jpgEuropa estaba siendo presionada por los musulmanes en dos puntos equidistantes que la irían asfixiando: la península ibérica y Constantinopla, es decir los extremos este y oeste del mar mediterráneo. Al menos esto es lo que sustentan historiadores como Thomas Walsh, Von Pastor y otros más.

La primera había caído en el 711 por causa y culpa de la herejía arriana que había generado disociación y envidias entre los pequeños reinos semi-bárbaros ibéricos, pero evangelizados. La segunda en 1453 cuando los turcos otomanos echaron los muros de la ciudad abajo, la incendiaron y clavaron el estandarte de Mahoma en las cúpulas más altas de las iglesias de los Ortodoxos Cristianos, que no supieron defender ni la religión ni el reino por causa del hedonismo y la lujuria hipócrita instalados en el gobierno. Bien pronto entonces las dos partes de la tenaza se cerrarían comprimiendo una civilización y cultura nacida de la sangre de Cristo. Alertado el Papa y todos los reinos cristianos en esos años enceguecidos por los placeres renacentistas, se dieron cuenta de la gravedad de la situación.

En Castilla, que era el reino más grande de aquel entonces en la península ibérica, reinaba un pobre hombre degenerado y sin personalidad, una piltrafa humana con guardia personal compuesta de moros, con bufones, astrólogos, médicos y banqueros judíos rodeándolo por todas partes. La religión católica para este gobernante no pasaba de una popular costumbre entre sus súbditos, y él mismo era preparado para impulsar una gran maniobra ecumenista con las tres creencias predominantes, aunque todavía no conseguía atraer para ellas el apoyo de los obispos más representativos como los de Toledo, Calahorra y otras diócesis que tambaleaban en la indecisión.

Pero en la Sede de Pedro todavía se sentaban hombres firmes (1) que tenían bien claro el panorama y presentían la fatal maniobra: de un lado la amenaza terrorífica de los turcos asesinos y del otro la opción preferencial por el ecumenismo entreguista y conciliador. La mortal tenaza se apretaba poco a poco y no se veía esperanza por ninguna parte. De aquellos varones vino el posterior apoyo espiritual y moral para una gesta que comenzaría en un pobre y abandonado castillo de Segovia.

Vino entonces también la gracia de Dios atraída por la fidelidad de unos poquísimos, pero dispuestos al martirio espiritual o material que se les impusiera (2). El estopín de esto fue en su momento una bella jovencita rubia, Isabel, recluida por el rey en un lejano castillo, pero sobre la cual flotaba la legitimidad. Los grandes de Castilla y Aragón que la habían visitado, los eclesiásticos y comerciantes que oían de su fama, estaban impresionados con su casta personalidad, el amor a su pueblo y a la religión de sus antepasados. Sin dinero y con el rey su hermano en contra, además de la cohorte de aduladores farisaicos ricos y corrompidos que lo sofocaban, la bendición de Dios posó sobre la joven y una tempestad huracanada se desató sobre la nación con una guerra civil y la invasión de otros reinos fronterizos que querían aprovechar la anarquía. Sin embargo los caóticos acontecimientos evolucionaron de otra manera y la abnegación de los que quedaban fieles, atrajo el poder incontestable de la gracia, la intervención directa de Dios que cambia el rumbo de las cosas cuando hay almas que se inmolan consciente y voluntariamente para que Él y solamente Él sea glorificado por siempre.

Por Antonio Borda

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(1). De discutibles comportamientos personales pero sólida convicción teológica y doctrinal.
(2). «Cuando los hombres resuelven cooperar con la gracia de Dios, entonces se operan las maravillas de la Historia: es la conversión del Imperio Romano, es la formación de la Edad Media, es la Reconquista de España a partir de Covadonga, son todos esos acontecimientos que se dan como fruto de las grandes resurrecciones de alma de que los pueblos son también susceptibles. Resurrecciones invencibles, porque no hay nada que derrote a un pueblo virtuoso y que verdaderamente ame a Dios». Plinio Correa de Oliveira, Revolución y Contra-Revolución IIa. Parte, Cap,IX, Item 3.

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