viernes, 29 de marzo de 2024
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Don Quijote en malos pasos

Redacción (Martes, 19-12-2017, Gaudium Press) Una escolta de caballería acompaña el féretro del más sobresaliente y nobilísimo caballero francés, muerto en combate durante la guerra de Francisco I de Francia en el Piamonte: Pierre Terrail de Bayard.

«El Caballero sin miedo y sin tacha» había caído cubriendo la retirada del ejército francés. Lamentado hasta las lágrimas por compañeros de armas y por enemigos, Carlos V -contra quien Bayard guerreaba en defensa de su rey y natural señor, ordenó que el cadáver fuera llevado bajo escolta militar y con todos los honores hasta París. Todavía flotaba en la atmósfera europea de aquel entonces el sacrosanto halo bendito y noble de los bellos gestos de la caballería, aunque ya se estuviera bien adentro del ambiente embriagador y soporífero del nefasto Renacimiento pagano.

Fue el mismo Carlos V quien a sabiendas que su prisionero el propio Rey Francisco I de Francia había caído gravemente enfermo en el castillo madrileño donde lo tenía preso, pasó a visitarlo a marchas forzadas, entró en la habitación con el bonet en mano, se acercó al lecho y abrazó a su enemigo llamándole de amigo y hermano preocupado con su salud.

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Don Juan de Austria, óleo de Ramón de Salvatierra

Museo Naval,  Madrid

El Dr. Plinio Corrêa de Oliveira registraba estos hechos como un renacimiento cristiano del espíritu de caballería en una Europa profanada por Erasmo de Rotterdam, el Protestantismo y los humanistas, que se burlaban del culto a los santos, los ayunos, la vida religiosa y los votos. El acontecimiento más significativo de este renacer se dio con la gran victoria de la batalla naval en Lepanto al mando del legendario don Juan de Austria. Tiempos en que corría la leyenda áurea del rey-virgen de Portugal Don Sebastián, desaparecido en combate en pleno desierto africano y que todavía hoy su pueblo espera que regrese.

Pero la conspiración encubierta e hipócrita se agazapaba en las imprentas manejadas en esos tiempos casi todas por algunos semitas resentidos expulsados de España. Se trataba de impedir a cualquier precio que «la caballería, otrora una de las más altas expresiones de la austeridad cristiana» (1) volviera a Europa. Al encuentro de tan anhelado deseo apareció un innegable brillante escritor, sobreviviente de Lepanto, pequeño hidalgo empobrecido que en un lenguaje literario del más refinado castellano, ridiculizó hasta las lágrimas de la risa la épica caballeresca en un personaje loco y arruinado acompañado de un leal escudero que no pensaba sino en comer.

Las guerras de Don Carlos V -a pesar del Papa de aquella época que más se inclinaba a la política que a lo espiritual, estaban trayendo como efecto colateral algo que podía ser perfectamente una gracia de Dios a la cual no se correspondió como Él quería. Sabido es que la gracia no solamente nos trasmite la fortaleza sobrenatural que nos participa de la divinidad, sino que ilumina la inteligencia, equilibra la sensibilidad y robustece la voluntad, y es precisamente estos efectos naturales que la acompañan, lo que los hombres acostumbran robar para seguir gozando la vida terrena sin un solo gesto de gratitud amorosa por Quien nos ha dado ese don: Nos quedamos con el don y despreciamos al donante, dice la Imitación de Cristo. El siglo de oro español estaba preparado para recibir fecundas obras literarias que enaltecieran otra vez la legendaria caballería, pero en el más castizo estilo gramatical, un brillante escritor lo arruinó todo pensando más en su prestigio personal que en la gloria de Dios. ¿Cómo le iría a ese escritor en su juicio particular ante la majestad y seriedad de su Creador y Redentor?

Por Antonio Borda

(1) «Revolución y Contra-revolución», Plinio Correa de Oliveira, Parte I, Cap.III, 5, A.

 

 

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