jueves, 28 de marzo de 2024
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En el sermón del Domingo de Ramos, el Papa habló de la alegría de quien es capaz de alabar a su Señor

Ciudad del Vaticano (Lunes, 26-03-2018, Gaudium Press) El Papa Francisco presidió ayer la ceremonia eucarística del Domingo de Ramos y de la Pasión del Señor en la Plaza de San Pedro, cuando también se celebraba la XXXIII Jornada Mundial de la Juventud. Habló el Pontífice de la alegría de quien se siente objeto de la mirada misericordiosa del Padre.

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«Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre», dijo el Pontífice.

El Papa reafirmó que la liturgia de este Domingo de Ramos es una invitación a participar de la alegría y la fiesta del pueblo que es capaz de alabar a su Señor. Pero no dejó de apuntar la razón por la que la celebración concluye con el relato doloroso de la Pasión: «Pareciera que en esta celebración – señala el Pontífice – se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y mujeres de este tiempo, solemos tener».

¿Quiénes serían los que alabaron al Señor en su ingreso triunfante en Jerusalén?

«Podemos imaginar -dijo el Pontífice- que es la voz del hijo perdonado, del leproso sanado o el balar de la oveja perdida que resuena con fuerza en ese ingreso. Es el canto del publicano y del impuro; es el grito del que vivía en los márgenes de la ciudad. Es el grito de hombres y mujeres que lo han seguido porque experimentaron su compasión ante su dolor y su miseria. Es el canto y la alegría espontánea de tantos postergados que tocados por Jesús pueden gritar: «Bendito el que llega en nombre del Señor»».

Pero después de los gritos de alabanza, vinieron otros, que clamaban por el nefando crímen: «¡Crucifícalo!»: «No es un grito espontáneo – puntualiza el Pontífice – sino el grito armado, producido, que se forma con el desprestigio, la calumnia, cuando se levanta falso testimonio. Es la voz de quien manipula la realidad y crea un relato a su conveniencia y no tiene problema en «manchar» a otros para acomodarse».

Entretanto, aunque muchos o el mundo griten por la Crucifixión del Señor, siempre hay un antídoto para esto: mirar la cruz de Cristo, y atender a su último grito.

«Cristo murió gritando su amor por cada uno de nosotros; por jóvenes y mayores, santos y pecadores, amor a los de su tiempo y a los de nuestro tiempo. En su cruz -señala el Pontífice- hemos sido salvados para que nadie apague la alegría del evangelio; para que nadie, en la situación que se encuentre, quede lejos de la mirada misericordiosa del Padre. Mirar la cruz es dejarse interpelar en nuestras prioridades, opciones y acciones. Es dejar cuestionar nuestra sensibilidad ante el que está pasando o viviendo un momento de dificultad».

Antes de la conclusión de su reflexión, el Papa habló a los jóvenes, pidiendo que no se queden callados y manifiesten la alegría de haber encontrado a Jesús.

Con información de Vatican News

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