viernes, 29 de marzo de 2024
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Lo extraterrestre y lo sobrenatural

Redacción (Jueves, 05-04-2018, Gaudium Press) Llegar a lejanas tierras y explorarlas era el sueño de los jóvenes navegantes y conquistadores del siglo XVI. Hoy algunos de nuestros contemporáneos sueñan con llegar a otros planetas y galaxias. Suponen aventuras fenomenales que el cine se encarga de estimularles en la imaginación, estiman y hasta creen ya en la presencia de habitantes extraterrestres, e incluso calculan abundancia de materias primas aprovechables para nosotros y que esta debe ser probablemente la razón por la cual las potencias insisten en gastar tanto dinero enviando sondas, robots exploratorios y colocando estaciones espaciales, aunque algunos piensan que eso es una pérdida de tiempo y recursos, mientras todavía tenemos gente en nuestro planeta muriendo de hambre y enfermedades en precarias condiciones. Cientos de telescopios apuntan en varias direcciones desde nuestro planeta intentado acopiar datos acerca de los astros pero también averiguando si hay agua o vida en alguno de ellos.
Es imposible, dicen muchos, que estemos absolutamente solos en la inmensidad de este universo. En reciente entrevista en una emisora de radio de en Bogotá, un sacerdote afirmó que él personalmente tiene como objetivo descubrir vida en otros planetas mediante sus observaciones telescópicas casi diarias al espacio sideral. Si hay agua, es probable que haya vida, dijo.

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La verdad es que nunca hemos estado solos en el universo. El mundo angélico y de los bienaventurados ha estado siempre ahí, a mano, cerca de nosotros y con muchos deseos de establecer contacto permanente. De nuestra parte la indiferencia ha sido sorprendente. Nos hemos limitado a unas oraciones petitorias y nada más. Otros -minoría más atrevida y con intenciones pésimas- practican espiritismo esotérico, y no propiamente con seres celestiales.

Nos hemos acostumbrado a procurar los habitantes del Cielo solamente para pedir y pedir cosas para nuestro bienestar físico en este planeta. Cosas estrictamente materiales, temporales, pasajeras, cuando se sabe a ciencia cierta que el poder de ayuda desde el otro mundo es capaz de transformarnos psicológica y espiritualmente, e incluso trasmitirnos cualidades y capacidades sobrenaturales obtenidas directamente de Dios.

El hombre -por causa del pecado original- tiene sed de cosas absurdas de acuerdo con sus fantasías y quimeras. Prefiere imaginar un mundo a su manera, e incluso en la investigación científica dirige sus observaciones de acuerdo con su intereses subjetivistas alterando frecuentemente los resultados por causas ideológicas frecuentemente anti-cristianas. Es que no quiere nada que lo obligue a reconocer que Dios es el creador y dueño de todo lo que existe. La fantasía horrorosa que comparte en sueños de ojos abiertos con el mismo demonio, es llegar algún día a destronar a Dios y ser el amo y señor del universo entero dominando la materia a su antojo y acomodo.

Eso es lo que lo ha llevado a lo que petulantemente hoy el mismo hombre denomina Ciencia-Ficción, una mezcla de viejas mitologías actualizadas con tecnología cibernética. Superhéroes de películas que reemplazaron el mundo angélico en la mente infantil y tiene perturbado un segmento ponderable de esa generación abierta a no se sabe bien qué clase de disparates y locuras por realizarse, al parecer dentro de poco tiempo.

Mientras unos esperan la realización de estas fantasías, el mundo de lo sobrenatural y angélico nos invita desde hace muchos siglos atrás a establecer una relación amorosa y confiada con sus habitantes. Lamentablemente pareciera que el submundo de lo infernal también intenta algo semejante pero horrible.

Se dice que alguna vez el neo-realista de izquierda, escritor francés André Malraux, afirmó que el siglo XXI sería místico o simplemente no sería. Por lo que se ve, el siglo XXI ya está siendo y sigue en camino, y también se está viendo que una apetencia de lo místico, sobrenatural y preternatural se intensifica cada día más entre las nuevas generaciones, fenómeno que la mayoría de los profesores universitarios de este siglo no están detectando, y si lo detectan, no los están entendiendo ni mucho menos sabiéndolo orientar.

Por Antonio Borda

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