martes, 19 de marzo de 2024
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Obispo de Phoenix anima a los fieles a promover el deseo de la Santidad y la salvación : Desear el cielo es un gusto adquirido

Phoenix (Miércoles, 18-04-2018, Gaudium Press) El Obispo de Phoenix, Estados Unidos, Mons. Thomas Olmsted, dio comienzo a una serie de artículos sobre las últimas a realidades que se enseña la doctrina cristiana y dedicó el primero de ellos al Cielo. El prelado recomendó a los fieles la meditación sobre la muerte y la eternidad que si bien «puede ser preocupante y hasta aterradora», es una forma de «más bien llevarnos a vivir vidas cristianas más fieles y comprometidas».

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Sobre estas realidades finales, conocidas tradicionalmente como los «novísimos», el Obispo afirmó que,»como seguidores de Cristo, llegamos a verlas como parte de la verdaderamente real y profundamente significativa vida con Dios que se extiende más allá del sepulcro». El creyente no puede entender completamente la vida sin reconocer estos destinos, los cuales se reflejan el amor, la misericordia y la justicia de Dios.

«A través del misterio Pascual de Su sufrimiento, muerte y Resurrección, Jesús ha destruido el poder de la muerte y abrió las puertas del Cielo. La Resurrección de Jesús muestra definitivamente que este mundo no es todo lo que hay», enseñó Mons. Olmsted. «Dios está haciendo algo mayor de lo que habíamos imaginado o creído posible. Empezamos a ver este mundo como un lugar de crecimiento y transformación hacia algo más alto, más permanente y magnífico».

Para describir o definir lo que es el Cielo, el Obispo recordó que es un lugar difícil de describir sobre el cual la mayoría de la gente construye una noción basada en las sensaciones terrenas. «El Cielo es a menudo considerado como un paraíso diseñado personalmente donde seremos felices en nuestros propios términos. Pero eso no es el Cielo», advirtió. «La felicidad del Cielo no se puede comparar con nociones terrenales».

«El Cielo es el Reino de Dios en toda su plenitud, y sus valores y cualidades son numerosos pero incluyen muchas cosas que no son inmediatamente deseables a los que viven con corazones y mentes que son mundanos y pecaminosos», explicó. En lugar de la satisfacción de deseos mundanos como el dinero, el placer, el poder, la fama, la salud o la seguridad, lo que verdaderamente ofrece el Cielo es el encuentro cara a cara con Dios. «Así, el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios es diseñado para el cumplimiento y la definitiva felicidad que sólo se puede encontrar con Dios para siempre, y estar en la belleza de Su presencia y verdad».

Por ese motivo, el cristiano debe entrenarse para amar y desear al cielo, que es amar y desear a Dios. Y esa labor de enseñanza es realizada por Cristo a través de la Iglesia. «Aprender a desear y amar el Cielo puede ser bastante difícil. Esto es porque vivimos en un mundo que está completamente boca abajo, un mundo que no es rico en cuanto a lo que importa para Dios, un mundo que está obsesionado sobre las cosas triviales que pasan y pone poca atención a las cosas celestiales y eternas», se lamentó el Obispo. «Por lo tanto, desear y amar el Cielo significa estar dispuesto a ir en contra de las prioridades y preocupaciones del mundo».

«¿Cómo podemos empezar a aprender a amar el Cielo mientras todavía estamos viviendo en esta vida terrenal?», se preguntó el prelado. «Una de las muchas maneras que está ofrecida a nosotros es participar con fe y devoción en el Santo Sacrificio de la Misa. Cada Misa es un gran anticipo del Cielo. Cuando entramos en una iglesia, estamos rodeados de imágenes de ángeles y santos, con Cristo en el centro en el tabernáculo. Cuando tomamos parte en la Sagrada Liturgia, hay velas, incienso, el altar, himnos que se cantan, el Sanctus, el libro de los Evangelios presentado, las posturas de rodillas o de pie ante el Señor – todos estos detalles están contenidos y se describen en la liturgia celestial del Libro del Apocalipsis».

El prelado motivó a alegrarse en la Resurrección del Señor y a fomentar y orar por un deseo más profundo de encontrarlo en el Cielo. Esta labor es esencial para la vida cristiana y prepara al creyente para el momento de la muerte. «En ese momento, nuestra opción por el Reino de Dios (por el Cielo) o por otra cosa se fijará firmemente», concluyó. «Mantengamos nuestros ojos fijos en Cristo».

Con información de The Catholic Sun.

 

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