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Noble gesto de cazador experto

Redacción (Miércoles, 19-07-2018, Gaudium Press) Al llegar al cañón el rastro se esfumó. Los perros daban vueltas por uno y otro lado con la nariz pegada al piso, intentado encontrar la trayectoria del acosado venado que había escogido correr sin esperanza por el lecho del río seco abajo, entre un pedregal que le astillaba las pezuñas. El instinto animal le decía claramente que la cuestión era de vida o muerte. El lecho seco del río se le antojó el mejor camino y descendía a toda velocidad por este con la nariz dilatada, los ojos brotados y la boca entreabierta con la lengua un poco asomada. Los tres cazadores seguían la jauría orientándose por los aullidos roncos de sus rastreadores entrenados, que con certeza acorralarían la presa.

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Pero al llegar al pequeño cañón del lecho de aquel río seco que desembocaba en otro más grande y caudaloso, el rastro se perdió definitivamente. En tiempos de sequía, el lecho del pequeño río era como un camino pedregoso que se iba encañonando entre barrancos a lado y lado, hasta terminar a la orilla del majestuoso y profundo torrente legendario y temido, del que aquel era un afluente en la estación de lluvias.

Cuando los cazadores llegaron al sitio, los perros estaban desesperados. Giraban en círculos uno detrás de otro. Iban hasta la desembocadura y rastreaban por la playa del río grande. Aullaban como pidiendo ayuda y miraban a todas partes. Los tres cazadores estaban de pie en el centro del cañón, mirando a todas partes, armas a mano listas para disparar. El venado parecía haber levantado vuelo. Si se hubiese arrojado al río los perros rastrearían huellas y olor hasta la orilla. Pero no sucedía así. Los animales llegaban hasta la estrecha playa arenosa y se devolvían desconcertados. Si la acosada presa se hubiese lanzado de un gran salto al ancho y caudaloso río para no dejar rastro, era simplemente porque había perdido el instinto de conservación. Cansado y tan liviano de peso, la corriente se lo llevaría rápido ahogándolo inevitablemente, pues el temido río era visto y sentido por habitantes y animales de la región como si fuera un despiadado tirano sin consideración con nadie, mucho menos con el osado que lo irrespetara atravesándolo de orilla a orilla.

Pero ¿dónde estaba el venado? Si se hubiese ocultado entre el cascajo y las piedras, ya lo habrían encontrado los enfurecidos perros. Por un momento no se oía sino el ladrar de estos y un silencio denso invadía el cañón. Repentinamente se desprendió del barranco que estaba a la derecha de los cazadores, un cascajo que se estrelló contra una piedra grande. Los tres miraron hacia el punto de donde cayó y descubrieron absolutamente quieto, a una altura inaudita, sosteniéndose en unas pequeñas piedras salientes del barranco, completamente tenso y recostado a este, al atribulado venado conteniendo el aire. ¡Ahí está gritaron al tiempo!

Cuando dos de ellos dirigieron sus armas para fusilar contra la pared del barranco al indefenso animal, el más veterano de los cazadores les impidió diciendo: -¡Déjenlo! ¡Quietos! No le hagamos nada- Estaba maravillado con lo que el animal había hecho. El salto que dio fue colosal -continuó diciendo el cazador- Mantener ese equilibrio así, calladito, en esa posición, es asombroso.

Es una maravilla lo que ese bicho ha hecho. Solamente Dios puede hacer criaturas así compañeros: Agilidad, astucia, prudencia e incluso belleza ¿No les parece bellísimo esa animal en esa posición, sobresaliendo del barranco como si alguien lo hubiese esculpido allí? Vámonos. Llamemos los perros y vamos. Creo que sería un crimen acribillar una obra de Dios que nos ha regalado este espectáculo tan maravilloso e impresionante. Hemos visto algo que nadie verá y solamente a nosotros la Providencia nos lo ha concedido. Es mejor lo que hemos visto que haberlo cazado.

Sus dos compañeros, tras observar un momento al venado, y más maravillados todavía con lo que había dicho el veterano, confirmaron sonriendo, como tomados por un flash que iluminó el lugar y la belleza de todo lo creado a su alrededor.

Resolvieron recoger los perros, terciarse las carabinas al hombro y devolver sus pasos pensativos lecho seco del río arriba, rumbo a casa.

Por Antonio Borda

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