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San Luis Orione

Redacción (Miércoles, 12-03-2014, Gaudium Press) Simple sacerdote y de familia humilde como Don Bosco -del cual fue alumno- Mons. Orione maravilló al mundo con su santidad, su celo apostólico, sus innumerables obras en beneficio de los niños pobres y de toda especie de personas necesitadas.

1.jpgEl lema por él adoptado, «Renovar todo en Cristo», se desdobla históricamente en este: «Renovar todo en la Iglesia»; y, en la vía de la acción, puede ser formulado también así: «Renovar todo en la caridad».

Como el Divino Maestro, «pasó por el mundo haciendo el bien». Y, llegada la hora de presentarse al Supremo Juez, entregó serenamente el alma a Dios, dejando escapar de sus labios estas palabras cargadas de júbilo y de esperanza: «¡Jesús! ¡Jesús! estoy yendo».

«¡Haremos de él un general!»

En Pontecurone, pequeña ciudad del Norte de Italia, nació Luis Orione el día 23 de junio de 1872, en una dependencia de la casa de campo del Ministro Urbano Rattazzi, de la cual la pareja Vittorio y Carolina Orione eran porteros.

Al Ministro le gustaba entretenerse familiarmente con sus empleados. Tomando al pequeño Luis en los brazos, dijo a su padre: «¡Haremos de él un general!» Esa promesa -una mera amabilidad del ilustre hombre de Estado- se realizó, entretanto, con toda exactitud, pues el propio Rey de los Reyes había decidido: «¡Haré de este niño un gran general!», como veremos más adelante.

La infancia de Luis Orione puede resumirse en pocas palabras: pobreza, trabajo, piedad y, sobre todo, una gran vocación.

De 1886 a 1889, él estudió en el Oratorio Salesiano de Valdocco, de donde salió para ingresar al Seminario Diocesano de Tortona. Todavía como seminarista, comenzó a dedicarse a las obras de ayuda a los más necesitados, participando de la Sociedad de Socorro Mutuo San Marciano y de las Conferencias Vicentinas. En julio de 1892, siguiendo la trilla de Don Bosco, abrió su primer Oratorio, un centro de educación cristiana y de recreación para niños pobres.

Fundación del primer colegio

Para su celo ardiente, esto parecía poco. Así, al año siguiente, fundó un colegio, en régimen de internado, para jóvenes de familias pobres. ¡No pasaba él entonces de un seminarista de apenas 21 años de edad, y sin ningún recurso financiero!

Pero la Divina Providencia no desampara a las almas escogidas por ella para llevar adelante grandes obras. Al contratar el alquiler del inmueble para el colegio, el propietario exigió el pago adelantado del primer año: 400 liras. Orione no disponía de un centavo siquiera, pero garantizó al hombre: «La Providencia resolverá». Salió de allí, dirigiéndose a la Catedral. En el camino, fue interrumpido por una viejita:

– ¿A dónde vas, Orione?

– Estoy abriendo un colegio -respondió él.

– ¡Qué bueno! Puedo poner a mi nieto en su colegio? ¿Cuánto usted me cobra?

– Pague lo que usted pueda. – Yo tengo 400 liras que ahorré para la educación de mi nieto… ¿Son suficientes para cuánto tiempo?

– ¡400 liras! ¡Su nieto podrá estar en el colegio durante todo el tiempo de sus estudios! – exclamó Mons. Orione.

Volviendo inmediatamente, hizo al propietario el pago exigido para el primer año de alquiler. Así comenzó esa grandiosa obra que en menos de medio siglo difundió sus beneficios por innúmeros países.

Ordenado sacerdote, comienza a formar su «ejército»

El 13 de abril de 1895, Mons. Orione fue ordenado sacerdote. En este mismo día, entregó la sotana clerical a seis alumnos de su colegio que tenían vocación sacerdotal. Y en poco tiempo abrió nuevos colegios en Mornico, en Noto, en San Remo y en Roma.

Mons. Orione tenía, de hecho, valiosos dotes de general. Pronto unió a sí a los padres y seminaristas que, bajo su comando, constituyeron el primer núcleo de una pujante familia religiosa: la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

2.jpgEn marzo de 1903, el Obispo Mons. Igino Bandi dio aprobación canónica a la nueva Congregación, que se proponía «trabajar para llevar a los pequeños, los pobres y el pueblo a la Iglesia y al Papa, mediante obras de caridad». Además de los tres votos habituales -pobreza, obediencia y castidad- el amor de los Orionitas a la Cátedra de Pedro los llevó a desear un cuarto voto: el de «especial fidelidad al Papa».

A su tiempo, fueron surgiendo los nuevos ramos de la Familia Orionita: además de los sacerdotes, las religiosas, los eremitas de la Divina Providencia. En seguida, las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, a las cuales se asociaron las Hermanas Sacramentinas Adoradoras y, algún tiempo después, las Contemplativas de Jesús Crucificado.

El P. Orione organizó también diversos grupos de laicos, de ambos sexos, los cuales, más tarde, constituyeron el Instituto Secular Orionita (ISO) y el amplio abanico de asociaciones del Movimiento Laical Orionita (MLO).

Un corazón deseoso de abarcar el mundo entero

Después de la primera Gran Guerra (1914-1918), se multiplicaron las escuelas, colegios, colonias agrícolas, obras caritativas y sociales.

Entre las muchas obras, las más características fueron los «Pequeños Cotolengos», institutos localizados en las periferias de las grandes ciudades para acoger a los más necesitados y abandonados.

El celo apostólico de Mons. Orione temprano se manifestó con el envío de misioneros al Brasil, la Argentina, el Uruguay, Chile, Palestina, Polonia, Estados Unidos, Inglaterra y Albania. Todo eso hasta el año 1936.

Además de gran predicador, Mons. Orione fue eximio confesor, organizador de peregrinaciones y de misiones populares. Gran devoto de Nuestra Señora, propagó de todos los modos la devoción mariana.

A lo largo de su vida, Mons. Orione recibió demostraciones de estima y confianza de Papas y de autoridades civiles, que lo incumbieron de misiones importantes y delicadas, en difíciles situaciones de relacionamiento entre la Iglesia y la Sociedad civil.

En 1940, con su obra esparcida por varios continentes, el P. Orione fue atacado de grave enfermedad cardíaca, siendo obligado a someterse a tratamientos médicos. Apenas tres días después, falleció serenamente, pronunciando estas cortas palabras: «¡Jesús! ¡Jesús! estoy yendo».

Su cuerpo fue sepultado en la cripta del Santuario de la Guardia y encontrado incólume 25 años después, en 1965. Juan Pablo II lo declaró Bienaventurado en 1980.

Por Monsenhor João Clá Dias, EP

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