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Una significativa visión del virus Ébola

Johannesburgo (Miércoles, 15-10-2014, Gaudium Press) África ha sido la cuna de algunas enfermedades intrigantes. Los especialistas se han volcado sobre el insidioso virus del SIDA, y ahora están empleando esfuerzos tácticos para develar la insurgente epidemia del «Ébola».

El nombre tiene origen en el fortuito incidente del Sr. Mabalo Lokela, director de una escuela rural de Yambuku, al norte de la República Democrática del Congo. Visitando un área cerca de la frontera con el antiguo Zaire, hoy República Central Africana, a lo largo del río Ébola, entre los días 12 a 22 de agosto de 1976, él se contagió de una enfermedad y el 8 de septiembre falleció, tornándose así el paciente 0 de lo que sería después conocido como el ‘virus del Ébola’.

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En amistosa e informal conversación en la Cancillería de la Arquidiócesis Católica de Johannesburgo, el pasado 30 de septiembre, tuvimos la oportunidad, ‘in loco’, de tener una «vista aérea» de este galopante fenómeno.

El origen de la enfermedad está en el Reino Animal, especialmente la raza ‘simio’, o sea, gorilas, chimpancés y monos. Estos animales, por tener un sistema biológico más resistente que el hombre, consiguen sobrevivir mejor al virus. Pero el contacto del hombre con esos animales resulta en una descarga viral que se efectúa por el manoseo con los animales o por la ingestión de su carne.

El contagio humano, después de que alguien esté infectado, puede darse por el apretón de manos, por el convivio usando los mismos utensilios, o en una palabra, por la falta de higiene básica y especial. Se puede dar también la transmisión del virus por el aire que se respira. Por ejemplo, viajando con portadores del virus en ambientes cerrados. El periodo de incubación del virus es de 21 días.

Los síntomas más frecuentes, en orden de gravedad, pueden ser: estornudos repetidos, fiebre, dolores de cabeza, sentir el cuerpo mole, cólicos intestinales, diarrea y hemorragia cuando, en los últimos estados, ya están comprometidos hígados y riñones.

Se recomienda a los portadores o no de la enfermedad, y sus familiares, que mantengan un cerrado proceso higiénico, lavándose con frecuencia las manos con jabón, y los alimentos diarios a ser cocidos o tomados crudos. Instalaciones sanitarias, por ejemplo, deben tener lo básico de higiene requerido, y la loza y utensilios deben ser cuidadosamente lavados.

Lo ideal es que los animales muertos sean identificados y sepultados, o incluso incinerados, evitándose así que vengan a ser husmeados o en algo comidos por perros, que de esta manera resultan infectados.

Ya fueron registrados 6.263 casos de la enfermedad, de los cuáles aproximadamente resultaron 3.000 muertes, en cinco países del Oeste africano situados en la región del subsahara: Sierra Leona, Guinea, Liberia, Nigeria y República Democrática del Congo. Pero el rango de muertes en caso de completo desarrollo del virus es del 90%.

Aún no hay remedios específicos para esa enfermedad. En cuanto especialistas estudian la producción de una droga eficiente, se recomienda mucho reposo, abundante alimentación y líquidos como prevención o primeros auxilios.

La preocupación mayor, dadas las circunstancias, está en el precario sistema sanitario de algunas comunidades. La falta de agua o su escasez y la carencia de productos germicidas o de limpieza, resulta en poca higiene personas y ambiental.

El periódico STAR de Johannesburgo, llegó a clasificar la enfermedad como «mucho más mortal de lo que pareció a primera vista».

En Mozambique un departamento especial vinculado al Ministerio de Salud fue montado para detectar y prevenir el surgimiento del virus. En el aeropuerto de Maputo todos los pasajeros desembarcados son inspeccionados con un instrumento que mide la temperatura de la cabeza.

Mientras la Iglesia no disponga de recursos médicos específicos para contrarrestar la epidemia, el esfuerzo que las Conferencia Episcopales están desarrollando se centra en una pastoral preventiva, a través de campañas de información, de cuidados y asistencia sanitaria, instruyendo familias y entrenando agentes especiales que puedan responder a la acelerada expansión del virus.

A propósito, en el Evangelio de San Lucas 10, 25-37 de la Liturgia de la 27ª Semana del Tiempo Ordinario, encontramos en la actitud del Samaritano que socorrió a un viajero asaltado y herido, un modelo de comportamiento aplicable a la presente situación.

Entretanto, la Comunidad Internacional debe acudir, con urgencia, no apenas con remedios, sino también con alimentos metabolizados, agua, ropas y material de limpieza para un vasto espectro de higienización.

El Salmo 22, 1 nos da la garantía de que actuando pronto, con acucioso cuidado y en colaboración global, se podrá enfrentar este «castigo apocalíptico», porque «El Señor es mi Pastor…».

Por Cícero Sobreira, enviado especial

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