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Contemplar los misterios divinos

Redacción (Viernes, 31-10-2014, Gaudium Press) ¡En cuántas ocasiones tuvimos la oportunidad de contemplar el mar, algo tan misterioso, inmenso e impactante! A veces tranquilo, dejándose acariciar por el sol; a veces, demostrando una majestuosa fuerza en el ímpetu de sus olas. ¿Quién de nosotros podría afirmar que, colocado delante de tal grandeza, no se siente pequeño e impotente? Si eso ocurre en relación a una criatura mineral, tan debajo de la naturaleza humana, más aún se pasa con relación a los misterios divinos.

1.jpgSiendo los hombres seres limitados y contingentes, no pueden abarcar, con su inteligencia, todas las realidades sobrenaturales, sobre todo aquellas que se refieren directamente al Ser por excelencia, el propio Dios. Con razón, enseña la doctrina de la Iglesia: «De Dios sabemos mucho mejor lo que no es que aquello que es». 1 De hecho, para colocar en palabras humanas el inefable misterio divino, nos valemos de metáforas y analogías sea por la vía positiva -atribuyendo a Dios cualidades de los seres creados en grado máximo e infinito- o por la vía negativa -excluyendo de Él cualquier imperfección.

Por la vía positiva, se distinguen en Dios nueve atributos: perfección, bondad y belleza infinitas, inmutabilidad, inmensidad y ubiquidad, infinidad, eternidad, unicidad y simplicidad, respecto a la cual discurriremos ahora.

Que Dios es absolutamente simple, lo enseñó el Papa Inocencio III en el IV Concilio de Letrán, siendo doctrina reafirmada en concilios posteriores:

«Creemos y confesamos firmemente que uno solo es el verdadero Dios eterno e inmensurable, inmutable, incomprensible, omnipotente e inefable, Padre e Hijo y Espíritu Santo: tres personas, pero una sola esencia, substancia o naturaleza absolutamente simple». (DH 800)

Si analizamos el mundo que nos cerca, comprobaremos que todo lo que existe recibió el ser en un determinado momento. Así, una mesa no pasa a existir sin la acción del carpintero. Además de eso, no sería difícil percibir que todas las cosas creadas están en continuo movimiento: se pasan los meses y las estaciones; nacen unos, mueren otros… A su vez, todas las criaturas corpóreas son compuestas de materia y forma que las determina. En el hombre, por ejemplo, el alma da forma y vida al cuerpo. Según Fílon de Alejandría, un cuerpo sin alma no pasa de un mero cadáver. Si analizamos bien, constatamos que todas las criaturas son de naturaleza compuesta, sea por esencia y existencia, potencia y acto o materia y forma.

Al contrario de lo que ocurre en el mundo visible, donde todas las cosas son formadas por partes o compuestas de seres diferentes, en Dios no hay partes ni composición, pues Él es puro Espíritu. 2 Él es absolutamente simple, incompatible con toda composición, multiplicidad y materia, sean ella físicas, metafísicas o lógicas. Decir que Dios es simple equivale a afirmar que Él está infinitamente por encima de todo lo creado, no conteniendo en sí ninguna mezcla de potencia puesto que, como enseña el Doctor Angélico, Dios es «acto purísimo» 3, siendo por consecuencia forma pura. Aunque en diversos pasajes de la Sagrada Escritura haya alusiones al brazo poderoso del Señor y las maravillas realizadas por su mano derecha, no significa que Dios tenga un cuerpo y, por tanto, materia. Somos nosotros que atribuimos tales características a un Ser puramente espiritual para poder comprender mejor su manera de obrar. En Él no se distinguen ni siquiera esencia y existencia ya que Él mismo reveló: «Yo soy aquel que soy». (Ex 3,14) Con efecto, Dios es espíritu perfectísimo y purísimo y, por tanto, indivisible y simplísimo.

Dada la fragilidad de nuestro intelecto, no somos capaces de abarcar a fondo esa doctrina que solo se tornará enteramente clara en los cielos donde, iluminados por la luz de la gloria, veremos a Dios cara a cara «como Él es (Jn 3, 2). Entretanto, la Providencia desea que, ya en esta tierra, podamos vislumbrar algo de su simplicidad impresa en las criaturas, sobre todo en los hombres, creados a su imagen y semejanza.

Con frecuencia en la historia de los santos podemos encontrar hechos que revelan, de forma especial, algún aspecto de Dios. Ya sea la caridad, ya sea la obediencia; aquí la pobreza, allá la magnificencia, de acuerdo con el bien que debe ser difundido en aquel momento.

Pero, ¿cómo es posible que criaturas compuestas manifiesten la simplicidad absoluta de Dios?

Claro está que no se trata de representarla esencialmente y sí de forma analógica. En general, las almas virtuosas son simples una vez que son desprovistas de las complicaciones provenientes de los vicios. Siendo así, esas almas son un terreno fértil para la acción de la gracia y atienden con entera dulzura a los llamados divinos, sean ellos interiores o exteriores a través del universo creado.

Para que podamos comprender mejor, tomemos por ejemplo a Santa Teresita que vivía muy simplemente la vida ordinaria de una enferma grave, pero siempre alegre y satisfecha. En la enfermería del convento, en una cama, se inclinaba para contemplar la puesta del sol, se alegraba con la vista de las estrellas en el cielo y un día, cuando cambiaron la posición de la cama exclamó: «¡Oh! ¡Cómo estoy contenta! Poder admirar el follaje rubro de la viña virgen».

De tal forma esa simple visión de la naturaleza -si considerada apenas con los ojos humanos- elevaba el alma de Santa Teresita a la contemplación de Aquel que es la Suma Belleza que, a pesar de los grandes sufrimientos de alma y cuerpo, estaba siempre alegre.

Si queremos ser simples y contemplar la gloria de Dios, no solo admiremos, sino imitemos las virtudes de los santos. Como decía el gran San Agustín: «¿Qué es seguir sino imitar?» 4 Nos será, así, asegurada la felicidad de la patria celeste donde, con los Ángeles y todos los santos, entenderemos fácilmente los inefables misterios divinos.

Por la Hna. Ariane Heringer Tavares, EP

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1 ROYO MARÍN, Antonio. Dios y su obra. Madrid: BAC, 1963, p. 45.
2 INSTITUTO TEOLOGICO SAO TOMÁS DE AQUINO .- 1NSTITUTO FILOSÓFICO ARISTOTÉLICO TOMISTA. Deus… Quem é Ele? São Paulo. Lumen Sapientiae. 2012. p.41.
3 TOMÁS DE AQUINO, Santo. Suma teológica. I. q.2. a3.
4 AGUSTÍN, San. De sancta Virgin. 27 (PL 40, 441): «Quid est enim sequi, nisi imitan?»

 

 

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