viernes, 29 de marzo de 2024
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El cordero pascual

Redacción (Martes, 17-03-2015, Gaium Press) Antes de enviar la más terrible de las diez plagas contra Egipto, Dios instituyó para los hebreos la refección ceremoniosa de la inmolación del cordero pascual, el cual es símbolo de Nuestro Señor Jesucristo.

Debido a la dureza de corazón del faraón, Dios dijo a Moisés que lanzase al aire, delante de aquel impío, un puñado de hollín de horno para provocar llagas en los egipcios.

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Moisés junto al Faraón

Sexta y séptima plagas: tumores y granizo

El profeta así lo hizo e inmediatamente surgieron tumores y pústulas, no solo en las personas, sino también en sus animales domésticos.

También en los magos se formaron tumores, pero el faraón continuó empedernido y no permitió que los hebreos saliesen de Egipto, para realizar sacrificios en el desierto.

Atendiendo a las órdenes de Dios, Moisés se presentó delante del faraón y apuntó su bastón hacia el cielo. Comenzó, entonces, una lluvia de granizo, acompañada de rayos y truenos, tan fuerte como nunca hubo en Egipto en toda su historia. (Cfr. Ex 9, 24).

Como consecuencia, todo lo que estaba en los campos, tanto personas como animales, murieron; y toda la vegetación fue devastada. Apenas en la tierra de Gessen, donde habitaban los israelitas, no cayó granizo.

El faraón dijo a Moisés que, juntamente con su pueblo, había pecado; y agregó que atendería al pedido del profeta. Moisés, entonces, levantó su bastón en dirección al cielo e, inmediatamente, cesaron la lluvia, el granizo, los rayos y truenos.

Nuevamente, el faraón no cumplió su palabra… Y por eso Dios lanzó una plaga más.

Octava y novena plagas: langostas y tinieblas

Siempre actuando conforme la voluntad de Dios, Moisés extendió su bastón y comenzó a soplar un fuerte viento, durante un día y una noche.

En la mañana siguiente, langostas invadieron todo el territorio de Egipto y «devoraron toda la vegetación del país, los frutos de los árboles y todo lo que el granizo había dejado» (Ex 10,15).

Pidiendo a Moisés perdón por su pecado, el faraón rogó que cesase aquella plaga, y prometió que dejaría que los hebreos partieran. El profeta imploró la intervención de Dios, que mandó un fuerte viento el cual arrastró todas las langostas y las lanzó al Mar Rojo.
Pero el faraón no concedió el permiso. Y nueva punición cayó sobre él y su pueblo.

Obedeciendo al Altísimo, «Moisés extendió la mano para el cielo, y se hizo densa oscuridad en todo Egipto durante tres días. Uno no podía ver al otro y, durante tres días, nadie se movió del lugar donde estaba. Pero donde vivían los israelitas había luz» (Ex 10, 22-23).

Al respecto de esa terrible plaga, afirma el Libro de la Sabiduría que los egipcios, a veces eran alcanzados por los monstruos de los fantasmas, a veces desfallecían como si entregasen el espíritu: un miedo repentino e inesperado se derramaba en ellos. El viento soplando, el suave canto de los pájaros, el agua que corría, «todo los hacía desfallecer de terror» (Sb 17, 14. 18).

El faraón dijo a Moisés que podrían salir todos los hebreos, pero no las ovejas y los bueyes que les pertenecían. Evidentemente, Moisés no aceptó. Indignado, el impío faraón declaró a Moisés que nunca más apareciese delante de él, pues de lo contrario sería muerto.

Preparación para la décima plaga

De cara a la iniquidad del faraón, Dios afirmó a Moisés que mandaría un castigo tan tremendo a los egipcios, que estos no solo permitirían la salida de los hebreos, sino que los empujaría a que lo hiciesen; antes de la retirada, los israelitas deberían pedir a los egipcios que le entregasen objetos de oro y de plata.

Moisés compareció delante del faraón y le comunicó lo que el Altísimo haría: todos los primogénitos de Egipto, no solo entre los seres humanos, sino también entre los animales, morirían a la media noche; pero con los hebreos nada acontecería. Después de haber dicho eso, «hirviendo de indignación, Moisés se retiró de la presencia del faraón» (Ex 11, 8).

A fin de preparar a los hebreos para ese hecho que marcaría la Historia de la humanidad, Dios quiso que el pueblo realizase algo semejante a una liturgia.

Cada familia debería escoger un cordero sin defecto, y en un mismo día, al caer de la tarde, toda la comunidad de Israel reunida inmolaría los animales. Después, el animal sería asado al fuego, y con un poco de su sangre precisarían untar la parte superior de las puertas de las casas donde comiesen. Los corderos asados deberían ser comidos con pan sin fermento e hierbas amargas; todo eso tiene su significado.

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Y Dios estipuló la postura de los israelitas durante esa refección: «Con los cintos en la cintura, los pies calzados, el bastón en la mano, y comeréis aprisa, pues es la Pascua (esto es, Pasaje) del Señor» (Ex 12, 11).

Por fin, el Altísimo afirmó que ese sería «un memorial en honor al Señor» (Ex 12, 14), el cual precisaría ser celebrado por todas las generaciones.

Explica San Juan Bosco: «Pascua es una palabra hebrea que significa ‘pasaje’, porque el ángel exterminador, en la matanza de los egipcios, viendo una casa con los portales teñidos de sangre, ‘pasaba’ más allá, sin hacer ningún mal a sus habitantes. Nosotros, los cristianos, celebramos la Pascua en memoria de la Resurrección del Salvador, que nos libró de la esclavitud del pecado».

El cordero pascual es la figura del Redentor, que con su Sangre nos rescató de la muerte y nos abrió el camino de la salvación eterna.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de siempre recordarnos de los hechos arriba narrados, con espíritu de Fe, ciertos de que Dios intervendrá para librarnos de los males presentes.

Por Paulo Francisco Martos

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1 – História Sagrada. 10 ed. São Paulo: Salesiana, 1949, p.68-69.

 

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