viernes, 29 de marzo de 2024
Gaudium news > Santa María Eugenia de Jesús: un fruto de la predicación

Santa María Eugenia de Jesús: un fruto de la predicación

Redacción (Jueves, 19-03-2015, Gaudium Press) «Id, pues, y enseñad a todas las naciones». Con estas palabras, el Divino Salvador confirió a los Apóstoles la misión de predicar el Evangelio a todos los hombres, transformándolos en discípulos de Jesús y, por lo tanto, cumplidores de su voluntad en las vías de la santidad para las cuales cada uno es llamado. Podríamos, querido lector, preguntarnos: ¿En cuánto la predicación de las enseñanzas del Divino Maestro, hecha por la Iglesia por medio de los Sacerdotes, constituyó a lo largo de los veinte siglos de su existencia un vehículo de gracias magníficas, suscitando grandes conversiones y grandes dedicaciones?

A esta pregunta, cabalmente tendremos una respuesta solamente en el Juicio Final. Antes, podemos conocer en la vida de los Santos algunos ejemplos emocionantes. Entre estos, el de Santa María Eugenia de Jesús, fundadora de la obra de la Asunción, destinada a la educación de niñas.

Tuvo esta santa una vida llena de contrastes, entre alegrías y tragedias, hasta su conversión.

1.jpg

Era hija de un padre influenciado por las ideas de Voltaire, diputado de Mossele (Francia), hombre abastado, dueño de tres bancos y de una espléndida propiedad. Su madre, de la nobleza de Bélgica, descuidaba la formación católica fervorosa de los hijos, limitándose a estimular las virtudes naturales de honestidad y generosidad.

En este ambiente familiar poco afecto a la religión, Ana Eugênia Milleret de Brou (su nombre de bautismo) fue siendo criada en medio a los júbilos de una vida agradable.

Aunque así viviese, habiendo recibido por primera vez la Eucaristía, recordó más tarde: «Mi ignorancia de los dogmas y enseñanzas de la Iglesia era inconcebible. Mientras tanto, yo participaba de las aulas de catecismo con los otros niños, hice mi Primera Comunión con amor, y Dios mismo me concedió las gracias que fueron, […] el fundamento de mi salvación».¹

Es así que se delineó el valor de la predicación y de la enseñanza religiosa a través de las aulas de catecismo:

«Id, pues, y enseñad el Evangelio…» Si, como es bello aprender aquellas enseñanzas «que están encima de todos los conocimientos terrenos, y tales conocimientos nos vienen del cielo, esto es, son revelados por Dios […] una luz para nuestra inteligencia, porque nos revelan el fin de la vida y el camino que para allá nos conduce». ²

Las tempestades comienzan por abalar aquella vida despreocupada. Su familia pierde la fortuna y los problemas se multiplican. Queda huérfana de madre a los 15 años.

Pasados ciertos dramas, comienza ella a volverse hacia los placeres. Siente, entretanto, el vacío de su existencia, de tal forma que, a los 18 años, así se expresa:

«Mis pensamientos son un mar agitado que me cansa, me pesa. Tanta inestabilidad, nunca el reposo, un ardor que siempre sobrepasa los límites de lo posible. A veces, absorbida por cuestiones muy encima de mi alcance y sobre las cuales yo haría mejor en no pensar: las más altas del mundo. Yo quería saber todo, analizar todo, y lanzándome en regiones amedrentadas, voy osadamente interrogando todas las cosas, perseguida por no sé qué necesidad inquieta de conocimiento y de verdad, que nada puede saciar». 4

Es que al final llega el momento cuando la gracia de Dios toca profunda e irresistiblemente su alma. Comienza ella a participar de las misas dominicales, en la Catedral de Notre-Dame, conforme costumbre de la sociedad parisiense. Predicaba un famoso Sacerdote dominico, el P. Henri Lacordaire. Juntamente con la gracia que recibiera en la Primera Comunión, vinieron a constituir «las palabras [de este Sacerdote] el fundamento de su salvación».

Así escribe ella al Padre Lacordaire: «Vuestra palabra respondía a todos mis pensamientos, explicaba el mejor de mis instintos, completaba mi entendimiento de las cosas y reanimaba en mi la idea del deber, el deseo del bien, ya listos a languidecer en mi alma; en fin me daba una generosidad nueva, una fe que nada más debía hacer vacilar». 5

Tal fue el efecto de la gracia, a través de las homilías proferidas por aquel buen sacerdote, que ella puede así afirmar: «Mi vocación nació en Notre-Dame». 6

2.jpg
Catedral de Notre Dame – París

Aquí está querido lector, un ejemplo del valor y beneficio sobrenatural de la predicación del Evangelio y las enseñanzas del Redentor, conforme el magisterio infalible de la Santa Iglesia. Es propia a producir conversiones, por obra del Espíritu Santo.

De ahí porque, en el Evangelio de San Mateo, está dicho que quien practique y enseñe los mandamientos será considerado grande en el reino dos cielos (Mt 5, 19b).

Ana Eugenia buscó al Padre Lacordaire y les narró las gracias eminentes que estaba recibiendo. Este le aconsejó la oración y que esperase que Dios le manifestase su voluntad al respecto de su vocación. Más adelante la joven conoce al Padre Cambalot, otro predicador cuyo celo la impresiona. Él ansiaba fundar una congregación femenina para la educación de niñas y así combatir el laicismo de la sociedad de la época, problema que Ana también deseaba enfrentar. ¡Tocado por el Espíritu Santo, discernió en la joven entusiasmada y muy poco instruida en religión la futura fundadora de una congregación religiosa!

Formada por la palabra y enseñanzas del Padre Cambalot y de otros sacerdotes, Ana Eugenia se hizo religiosa y fundó la Congregación de la Asunción, que después mantuvo de pie en medio de las tremendas dificultades, gracias a la gran fe que recibió de Dios por sus pastores y a la gran valentía con que la supo defender. Hoy su fundación, un siglo después de su muerte, tiene religiosas actuando en Europa, Asia, África y en las tres Américas, anunciando el Evangelio y educando niñas para vivir en la santidad en las familias y en la sociedad, transformándolas rumbo al Reino de Cristo.

Enseñar y practicar. ¡Cuánto la gracia por medio de la predicación puede tocar las almas! Mientras tanto, ¡cuánto mayor será el fruto de la predicación si viene acompañada de la práctica de aquello que se enseña! En este sentido, Mons. João Clá Dias así explica:

«Jesús, que da a sus ministros el poder de promover la transubstanciación, también les da el de encontrar la palabra exacta en beneficio de las almas. Con efecto, ¡cuántas angustias mitigadas, cuántos furores apaciguados, cuántas dudas de conciencia resueltas en los sigilos de los corazones, cuando Dios habla a través de sus sacerdotes! En eso tenemos un derecho fundamental y sagrado de fiel: el acceso a la palabra vivificante del sacerdote». 7

Estas palabras que penetran hondo en las almas, comenta el Fundador de los Heraldos, deben venir robustecidas por el ejemplo de vida del predicador y por su convicción de que todo depende de la acción de la gracia divina. «Ellas, así, se tornarán fecundas. Pues la palabra vivificada por el Espíritu nunca es proferida sin producir sus efectos».

Santa María Eugenia de Jesús fue una de estas almas tocadas por la predicación, como ella misma escribió – Mi vocación nació en Notre-Dame (con la palabra del predicador) – y se tornó ella también una evangelizadora. Que esta santa obtenga de Nuestra Señora, Madre de la Iglesia, la gracia para todas las almas, hasta el fin de los tiempos, se beneficien de predicadores que siempre más prediquen la santidad, por la palabra y por el ejemplo.

¡Santa María Eugenia de Jesús, rogad por nosotros!

Por Adilson Costa da Costa

________________________
1 Germain Breton. Mère Marie-Eugénie de Jesus: première Supérieure Génerale dês Religieuses de l’Assomption. Saint-Étienne: J. Le lHénaff & Cie, 1922, p. 31.
2 Francisco Spirago. Utilidade da Religião. In Catecismo Católico Popular I. Versão feita sobre a tradução francesa do Padre N. Delsor pelo Dr. Artur Bivar. 3ª ed. Lisboa: União Gráfica, 1938, p. 43.
3 Ler o artigo: Santa Maria Eugênia de Jesus – Uma mulher forte. Ir. Maria Teresa Ribeiro Matos, EP. Revista Arautos do Evangelho, número 159, de Março de 2015, p. 31 a 35.
4. Germain Breton, op. cit., p.36-37.
5. Germain Breton, op. cit., p. 38.
6. Idem, ibidem,
7. Mons. João S. Clá Dias. A palavra, seu poder.
http://comentariosdejoaocladias.blogspot.com.br/2014/07/a-palavra-seu-poder.html – Acesso em 11 mar 2015.

Deje su Comentario

Noticias Relacionadas