viernes, 19 de abril de 2024
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"Seamos siempre señales de la gracia operante en el mundo", dice el Obispo de Campo Mourão, Brasil

Campo Mourão (Miércoles, 08-04-2015, Gaudium Press) El Obispo de la Diócesis de Campo Mourão, en Brasil, Mons. Francisco Javier Delvalle Paredes, escribió un artículo sobre el libro de los Hechos de los Apóstoles, específicamente sobre el trabajo misionero de San Pablo. Él afirma que, este incansable predicador del Evangelio y antiguo miembro del grupo de los fariseos, camada más radical y conservadora del judaísmo, habiendo tenido la experiencia con Cristo Resucitado se convirtió a la fe cristiana y asumió la tarea misionera como centro de su vida.

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San Pablo representado por Agnolo Gaddi

Galería Nacional, Parma

Según el Obispo, junto a sí reunió hombres y mujeres de buena voluntad, impulsados por los mismos ideales. Él recuerda, por ejemplo, Bernabé (At 9,27), Timoteo (At 16,1), Priscila y Áquila (At 18,2), Silas (At 15,40), Lidia (At 16,14) y muchos otros. Mons. Paredes afirma que, además de misionero, Pablo se presentó como perspicaz organizador de comunidades, capaz de delegar funciones y creer en las personas, insistiendo así en el modo de ser Iglesia pautado en la comunión, valorizando los diferentes carismas y aptitudes, alimentando el corazón de los convertidos para que no desfallezcan en la fe.

«Otra nota típica de la misión paulina consiste en su carácter dinámico. Pablo no se prendió al sedentarismo religioso, fijándose en determinada comunidad. Diverso de eso, se lanzó sin reservas a recorrer el territorio del Imperio Romano movido por el único objetivo de predicar el Evangelio. De este su método evangelizador, los Hechos de los Apóstoles conservaron la memoria de cuatro viajes, siendo la última su peregrinación a Roma donde conoció el martirio por decapitación», destaca.

De acuerdo con el Prelado, cuando leemos los Hechos de los Apóstoles percibimos que el Apóstol se mueve y se comunica con relativa facilidad por las varias regiones del Imperio. Él enfatiza los viajes misioneros de San Pablo que se hicieron tanto o más eficaces a medida que fueron facilitados por el contexto que los acogió. El Obispo resalta también que en los Hechos de los Apóstoles las narrativas acerca de la acción paulina itinerante comienzan en el capítulo 13. En el versículo 2 se lee: «Separad para mí Bernabé y Saulo, para la obra a la cual los destiné».

«Se trata de enunciado programático, mostrando que el trabajo misionero es deseo divino y no apenas decisión humana. El espíritu es el agente por excelencia; los enviados son instrumento. El Espíritu habla a la Iglesia de Antioquía, por tanto, quien envía es la comunidad eclesial. El individualismo egoísta no está de acuerdo con el proyecto cristiano. En la misión evangelizadora nadie se puede enviar a sí mismo», agrega.

Conforme Mons. Paredes, en el primer viaje (At 13-14), Pablo y Bernabé pasan por la isla de Chipre, alcanzan Antioquía de Pisidia hasta alcanzar Iconio y la región circunvecina. Él recuerda que la didáctica es siempre la misma: primero predican en la Sinagoga, a los judíos, y, ante del rechazo de estos, redirigen el anuncio a los paganos, siendo la predicación confirmada por señales realizadas por intermedio de los misioneros (At 14,8-18).

Ya en el período que va del año 50 al 52, Pablo emprendió el segundo viaje misionero (At 15,36-18,22). Separándose de Bernabé, tomó a Silas por compañero, y fueron nuevamente a Licaonia, atravesando el Asia Menor, pasando por Filipo, Tesalónica, Berea, Atenas y Corinto.

«Muchas notas importantes pueden ser destacadas de ese viaje. De inicio el Espíritu reorienta el itinerario (At 16,6-7), llevándolos a Asia. En Filipo ocurre la conversión de Lidia, que después se encarga del cuidado de la comunidad. Pablo y Silas son presos y liberados milagrosamente. En la ciudad de Corinto Pablo pasa a residir en la casa de Priscila y Áquila, ejerciendo la profesión de fabricante de tiendas, anunciando el Evangelio a partir de la base. Muchos conflictos se identificaron en ese viaje, sobre todo con los judíos que no aceptaron el anuncio cristiano», recuerda el Obispo.

Él afirma también que, regresados a Antioquía, de allí partieron para el tercer viaje misionero (At 18,23-21-16), cuya duración se extendió del año 53 a 57. Esta vez Pablo siguió a Jerusalén, escenario de los principales hechos relativos a la comunidad cristiana primitiva. Allá intenta, por última vez, convencer a los judíos de que Cristo es el Mesías esperado. Conforme el Prelado, ellos lo acusan de blasfemia y transgresión y lo condenan a la muerte, pero, por ser ciudadano romano, Pablo apela a César, iniciando así su cuarto y último viaje, esta vez con destino a Roma donde sería martirizado (At 28,37-28-31).

«Muchos aspectos podrían ser resaltados a partir de la dinámica paulina en el anuncio del Evangelio. Para la Iglesia de hoy, cada día más interpelada a dejar la comodidad, Pablo enseña que debemos confiar en el origen divino de nuestra misión. Como él y sus compañeros, somos instrumentos en las manos de Dios. El Espíritu continúa guiando la Iglesia en el trabajo evangelizador. Otro aprendizaje que podemos extraer de la práctica paulina dice respecto a la confianza que debemos tener unos en los otros», resalta.
Mons. Paredes enfatiza que Antioquía se presentó como la comunidad-base para las misiones, y de ella partían y para ella volvían.

Según él, como Iglesia precisamos crear y mantener referenciales comunitarios que nos fortalezcan en la unidad y brinden fuerza y confianza en el momento de obrar la evangelización. Iglesia esta que deposita su confianza no en la seguridad material y transitoria, sino que confía por ser portadora de la invitación a la vida plena hecho por el propio Dios.

Por último, el Obispo cree que precisamos ser Iglesia resistente, reproduciendo el comportamiento del Apóstol que, preso, azotado, rechazado y condenado, jamás dejó la misión o perdió la esperanza. Para él, es necesario resistir si queremos continuar siendo la misma Iglesia de Jesucristo: resistir a las pruebas, a los graves desafíos puestos por el tiempo presente, a la precariedad de las circunstancias históricas que dificultan la evangelización, al desánimo, a tantas situaciones que nada sirven a la vivencia de la vocación bautismal.

«Contagiados por la fuerza provenida de la Resurrección del Señor, hago votos de que nos tornemos Iglesia cada vez más viva. Seamos siempre señal de la gracia operante en el mundo. Prestemos atención a los llamados de Dios en la historia y, como fermento en la masa, hagamos crecer el Reino. Con mi abrazo fraterno va el deseo de feliz y fecunda Pascua a todos los hermanos y hermanas de esta querida Diócesis», concluye. (FB)

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