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Comunidad católica en Tíbet mantiene su fe a pesar de 50 años sin sacerdotes

Tíbet (Sábado, 23-05-2015, Gaudium Press) Una visita de un escritor a los que llamó en su libro «Los pueblos olvidados del Tíbet» trajó a la luz pública un testimonio de gran valor sobre la fidelidad a la fe católica de las comunidades más apartadas de China. Según el autor, Constantin de Slizewicz, la intensa persecución no pudo acabar con la religión, sino que dio origen a una Iglesia subterránea que transmitió la fe a pesar de la ausencia de sacerdotes y sacramentos.

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Los católicos de Tíbet protagonizaron su propio «milagro de Oriente» al conservar su fe. Foto. Religión en Libertad.

Según relató Slizewicz a AFP, la llegada del comunismo trajo la prohibición del catolicismo: «Las iglesias fueron cerradas o transformadas en colegios y graneros. Los cristianos no tenían derecho a tener objetos religiosos so pena de encarcelamiento, y los que tenían un papel importante fueron perseguidos y llevados al laogai (campos de trabajos forzados chinos)». Los misioneros eran vistos como espías al servicio de otras naciones y fueron expulsados y la acción estatal estaba encaminada a erradicar la religiosidad.

Sin embargo, la persecución estatal no fue suficiente para acabar con la fe de la población local. «El tibetano está fascinado por Dios», comentó el autor. «Han dedicado su vida a la fe. Estos tibetanos convertidos al catolicismo no lo hacen a medias». El resultado de su persistencia es un testimonio similar al llamado «Milagro de Oriente», cuando los fieles japoneses de Nagasaki vivieron de forma oculta su fe durante más de 200 años. En esta región del Tíbet, los católicos «durante casi 50 años de ausencia de sacerdotes y sacramentos, no olvidaron ni una palabra de las enseñanzas un siglo atrás de estos padres».

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Portada del libro «Los pueblos olvidados del Tíbet».

Una figura notable de este testimonio es la del «patriarca» Zacarías, un catequista que se vio forzado a dejar el territorio en medio de la persecución y quien se estableció en Taiwán. 30 años más tarde, regresó al Tíbet para reanimar la fe de su pueblo. Traía consigo agua bendita del Santuario de Lourdes, Francia, y los pobladores aún recuerdan los portentos realizados por Dios a través de este sacramental.

El catequista «había depositado en cada iglesia del vecindario agua bendita de Lourdes diluida en agua limpia», recordó un seminarista llamado Zha Xi. «Si un fiel se enfermaba, se le daba una gota. Tres días después, se había restablecido». Zacarías permaneció en su misión catequética entre los suyos hasta la edad de 100 años.

Uno de los templos de la región, en Zhongding, conserva aún vivo el recuerdo de los misioneros franceses que lo construyeron en el siglo XIX. «Los árboles han sido plantados por los franceses. Las campanas de las iglesias también fueron traídas de Francia, así como las herramientas agrícolas», recordó el P. Francisco, sacerdote actual del lugar, quien recordó que fueron los misioneros quienes trajeron además de la fe los primeros materiales y conocimientos de tecnificación del campo.

Según los testimonios recabados por Slizewicz, los controles de las autoridades chinas sobre la religión católica fortalecieron la cohesión de la Iglesia subterránea local, que continúa su crecimiento a pesar de la escasez de sacerdotes. «Aquí, los católicos son cada vez más numerosos», describió Yu Xiulian, una campesina de 75 años. «Nosotros, la gente del pueblo, quisiéramos agrandar las iglesias, pero falta dinero».

Con información de Religión en Libertad.

 

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